Aletargado aún, se incorporó apoyando los pies en el cálido parqué. Con un gesto que confundía el dolor de huesos y el hastío, tomó la vieja guitarra. Hizo los primeros movimientos de rutina, como para recordar las dimensiones del instrumento. La habitación se llenó con ese sonido opaco, incierto, que emiten las cuerdas cuando están ya muy gastadas. Se sobresaltó un poco al comprobar lo bien que sonó aquel ejercicio. Se dispuso por fin a improvisar un poco, ahora ya con actitud de dar nacimiento a una canción.

Aunque su cabeza daba vueltas por el sueño reciente, había algo raro. Escuchaba la pieza con una claridad inhabitual. Visualizaba la melodía como si se tratase de una forma conocida, sencilla, precisa. Luego se proyectaba rápidamente, acomodaba los dedos y obtenía el sonido esperado. De a poco, esa claridad se fue haciendo más intensa. Por un momento se sintió extraño, como si aquello que sucedía escapara en cierta medida a su conciencia. Finalmente se dejó llevar. Cayó en un éxtasis violento, esclavo de una inspiración maravillosa y aterradora a la vez. Cada fibra de su cuerpo se movía armoniósamente, respondiendo a la necesidad de ejecutar la obra con total maestría. Surgieron así melodías increíbles. Las percibía a lo lejos, como si no estubiera en aquella habitación, sin terminar de entender de dónde provenía aquel gigantesco talento.

Al cabo de unos minutos, al canción empezó a decaer. El final de la obra fue contundente y llenó el aire de agonía y distancia. Sin querer, su cuerpo se apoyo lentamente sobre la cama. De pronto, había caído otra vez en un sueño profundo.

Doce horas después despertó. Se incorporó. El instrumento yacía en el suelo. Lo tomó y lo puso en su lugar.

La puerta de la habitación se abrió de golpe.

- Javi, la guitarra? Ah.. ahí está.

- Estaba en el piso otra vez. Un día de estos la voy a pisar sin querer.