Las banderas a media asta me indican que la gente lleva una pena a cuestas. La gente, conmovida, llega hasta la iglesia a dar el último adiós. Tanto silencio me sorprende, son notas de réquiem tocadas por manos intrusas: estas provocan el silencio. Avanzo por el sendero que da al altar de la Catedral, me es inevitable hincarme y persignarme antes de ingresar. Camino a paso calmo, estoy celoso de este silencio abrumador, es un mundo aparte del mío, sin duda. Luego de observar a la gente llorando en silencio me detengo en la estatua de un arcángel, cuya urna se encuentra atestada de plegarias: “sálvame!” debe ser la más recurrente delas peticiones. Mientras me arrodillo para reflexionar, le pregunto con el alma desafiante porqué estos “supremos” seres permiten que sus feligreses sufran, porqué los humanos siguen creyendo en ellos si de todas formas lloran y se quejan por todo... como no hallé respuesta, salí de ese altar mientras que de los ojos del arcángel rodaban gotas de sangre, a lo mejor, el peso de la verdad también les carcome el espíritu a las divinidades.