Cuando yo hablaba su desatención era insultante; sin embargo, guardaba silencio.
Ella platicaba de las cosas diarias de la vida. Yo me distraía con el centelleo de sus ojos, la oscuridad de sus cejas, el tono melodioso de su voz.
En los pequeños silencios, buscaba mi mejor entonación para musitarle mis trastornos cada vez que iba al interior de sus ojos. Ella seguía hablando de los quehaceres y avatares de la vida. Entonces inflé con gas mis palabras y tuve un ramillete de globos. Salí al patio, aflojé mi mano y vi en la lejanía como buscaban el cobijo de las nubes.
Regresé y seguía hablando sin notar mi ausencia. Sus ojos veían hacia dentro: aproveché para suspirar profundo y recargarle mi boca sobre su boca e inflarla poco a poco. La llevé, como se lleva un globo y dejé que se la llevara el viento.