De qué sirve estar entre las hojas
cuando lo que es merecido se va del mundo,
cuando lo único que vuela son las gaviotas
y cuando a lo que va, es a lo mismo que me hundo.
La verdad, he encontrado un lugar
lleno de hierbas y montañas
donde es necesario cuidar
cuánta cantidad haya por ahí de telarañas.
Por eso es necesario oír,
a esa princesa encantada
que descansa por ahí
hechizada por tan maquiavélica hada.
Es dulce niña de cabellos claros
y largos como si se tratara de una escalera,
por la que subían sus manos
cada vez que tratara de desenmarañar su cabellera.
Ojos extraños, sin color particular
se refirieron a ella los del antifaz,
cuando vieron y pudieron declaración articular
de las dos almendras café verdosas en su faz.
El hada prometió un príncipe, un buen calé,
para la pobre niña durmiente;
más no llegó nunca a valer
seguro porque se congeló ella en la corriente.
Quiere la niña bella, despertar,
más no hay querer que pueda contener
toda la piedad y la pureza, a cambiar
por una sola gracia que pueda obtener.
¿Para qué descartar dormir para siempre
a plena luna que pudiera
en vez de entregar su noble vientre
al que con ella lo que quiera hiciera?
Pobre princesita ingenua
de toda fantasía carente,
que se ha encontrado serena
con el más grande de los conscientes.
Con el perfume fresco de sus cabellos
y el dulce sopor de su mirada,
la pobre niña bella ha caído en ellos
como en un mar de agua salada.
Frente a frente lo ha visto
y como una loca extravagante ha perdido
de soltura todo atisbo,
para pasar a ser, nada más que un gorrión herido.
Lo mira en sus ojos melancólicos
con cara de inmensa tristeza
sabiendo que son tan agónicos
los intentos de su grandeza.
Camina en sus sueños la princesa, por los jardínes palaciegos,
huyendo de sí misma
como si quisiera encontrar el sosiego
que busca para entender a su corazón en la marisma.
Está perdida sin el joven andante
que tan vilmente le ha robado de las manos
el corazón esplendorosamente amante
que pertenece sino a todos los humanos.
Sueña con el consuelo a sus brazos
sin sentirse todavía poseída
por tal o cual atraso
de memoria transitiva.
No se decide a hablar
porque necesita quizá una excusa
para dejar de una vez de callar
el amor que tan amablemente de ella abusa.
Pero no puede aguantar más la situación,
¿cuál es el problema?
¿Su padre no ha de hacer conmemoración
de tan gran enlace de emblema?
Él no es mendigo ni bufón,
es más bien un señor con gran armamento;
lo que le da la razón
para pedir su mano en casamiento.
Pero ella está asustada
dentro de sus sublimes sueños
porque no sabe si esta destinada
a tener uno que otro dueño.
Se resiste a la idea de ser de otro
para poder ser ella entera
sin querer ser el mismo devoto
que busca a la princesita serena.
Bella mía, grita la madre, despierta
pero la princesita que está en el lecho
guardando silencio, la hambrienta;
luego de cien años de sufrido sopor de helecho.
Mas el príncipe ha llegado
y no es del color que tanto se ha dicho:
no es tan azul como lo han vilipendiado
y no parece querer aguardar en el nicho.
Más parece un gran ciervo
tan ágil y tan gentilmente de armiño
que hace pensar en más una luna de sabor acerbo
tanto que es en verdad demasiado albino.
Pareciera tan contento de su visita a la bella
que ni se diera cuenta de que todos están sumidos
en sopor y letanía cuan estrella
que se lleva por fin a los reyes y pajes dormidos.
Pasea en el gran salón
cuando la luna llena empieza a clarear,
sintiendo la letanía de ovación
que clama la alta torre que la fuera a visitar.
Miró la altura de la torre hechicera
buscando ya a la muy amada,
asustándose por espinas que mal le hicieran,
pero avanzando en pos de la hazaña.
Y subió las escaleras el príncipe encantado
con tanto decoro como le fue posible
para dejar en vedado
todo mundo ideal que fuera admisible.
Y entró finalmente
a la habitación circular
donde dormía plácidamente
la Bella que le hacía delirar.
Avanzó el gallardo
con una mirada estupefacta
hasta que pudo expresarlo
cual si se tratara de firmar una importante acta.
Situóse el príncipe galante
a la izquierda de los aposentos,
mirando la boca amante
de la niña que espiaba sin miramientos.
Bendecida, niña hermosa
que has buscado felicidad
dando por cierto que la amenaza horrorosa
no era más que una temporal oscuridad.
Ella sabe lo que le espera;
lo que el príncipe ha de hacer:
un beso de dulce estela
en los labios carnosos ha de ser.
Se posan ambas puertas del cielo del niño
en los esperantes de Bella,
con extrema delicadeza y cariño
que los sueños se han verdad en ello.
Almendras café verdosas
abiertas de par en par
recibieron las pupilas temerosas
de un tímido príncipe dispar.
¿Qué ha sucedido joven apuesto
que pones semejante mirada,
como si quedaras expuesto
a cualquier hechicería malvada?
Os habéis enamorado...
¿No es así, joven celestial?
Pobre de ti, que te sientes amarrado
ahora que sabes que mana dentro de ti un manantial.
Pero he de contaros algo
que se supone no debía pasar...
La princesa a la cual hacéis tanto amargo
no está hecha para amar.
Perdonad, vuestras expresiones de incredulidad
pero es necesario que os cuente
que es mejor no ilusionarse con tal divinidad
si no habrá nunca entre vosotros un puente.
Es mejor dejar de pensar
en que alguna vez ella pueda
enloquecida de amor razonar
para que vos ocupéis un lugar de su corazón, o alguna estera.
Dejad de intentar, que ha pasado
os habéis dado cuenta
que no era lo que habéis amasado
por que ahora todo se ha dado vuelta.
La princesa Bella ha sido despojada,
mostrándose como es: racional,
maquiavélica, fría, malvada
y definitivamente demasiado condicional. |