Como un arco iris en el cielo los colores de mi alma se reflejan en las sombras del infinito incierto. El celeste brillante y el gris de las nítidas nubes intimidan el rasgo natural y animal de mi ser. Natural por la profundidad de mi conciencia y animal por las ansias de vivir su inocencia. El viento seduce con cantos mi largo pelo. Mi mirada triste frente a los ojos del desconsuelo hace verter rocío de mis ojos caídos. En ese mismo instante el rosado del paraíso nace en las sienes de mi admiración. El sol se oculta en lo predecible y mi incertidumbre se zambulle en lo inesperado. Un carruaje con alas blancas viene a mi encuentro, bañado en oro y cristales de fuego. Lo observo, se detiene y abre sus puertas. Un silencio confuso me induce a esquivar el tentador ofrecimiento. De pronto, el carruaje desaparece de mi visión y un sonido de campanas vacilantes me encogen el cuerpo, y firmemente me digo: _ He crecido. Un dulce susurro se escucha, una voz delicada y aguda me dice que los caminos de la vida son varios y que la sabiduría de la decisión es del alma, de la propia naturaleza del amor que se manifiesta en sentimientos convergentes de la nitidez del espíritu y el nacimiento de esperanzas y sueños. Y con cantos de alabanza me concibió la respuesta a la pregunta de mi quebrado corazón, que pronto aquel, mi amado volverá porque por fin descubrió el amor eterno que vive en su alma