Tania

Anochecía en crepúsculos iguales a todos, no obstante para Tania aquel anochecer era diferente, las paredes de su cuarto parecían espiarla, y los muebles parecían darle la espalda, tan inmóviles, se miró por última vez al espejo y no se reconoció a sus 23 años, cerró los ojos y pensó que en unos minutos más sería un nefasto cadáver con cortes en las manos, con sangre pegajosa y opaca, recordó que en sus primeros intentos daba patadas a las paredes, frenética, aquella vez no, aquella vez estaba tranquila, sin embargo la visión del mundo seguía siendo demencial, si acaso el alma era liviana, debía volar hacia otro cielo, lejos de su infierno, debía jugar contra el destino su ultima carta, y después cerrar sus ojos hasta ya no escuchar ningún latido de su corazón.

La muerte seduce, es rápida, cuántas veces llega sin avisar, pero Tania la convocaba, quería su muerte, dolorosa y placentera, gozarla y sufrirla, llorarla y reírla, sentir cómo se escapaba de sus venas fragmentadas, sentir fluir gotas púrpuras manando de su cuerpo, perder poco a poco las fuerzas, desfallecer sin oponer resistencia, ser ella misma mensajera de su muerte, ser ella testigo y cómplice único de su agonía explicable, desangrar y ver correr la sangre por su cuarto, llenándolo de su ser, purificándose, raspando sus huellas de este mundo,

Sonaba en la computadora, The Final Cut, de Pink Floyd, pero esta vez en nada ayudó.

Después de decenas de veces sin tener el valor supremo, siempre llega algún -hoy- que si es decisivo, Tania apagó la música, escribió una carta en su computadora, y mientras escribía las últimas palabras, se cortaba con manos trémulas y a la vez seguras, el espectáculo del cual ella era la única testigo era turbador, sobrecogedor, sangre y lágrimas se derramaban por su teclado, y ella se moría solita, sufriendo lindo, calladita, satisfecha…en silencio.