Deja ya que desnuda recite de memoria sobre tu cuerpo, la verdad de convento que otros improvisan tras las paredes.
La vida es libre y palomas blancas pueden soportar cualquiera de sus cúpulas viejas, sus campanarios, cornisas y azoteas.
Pero sienes pecadoras de amor y palomas negras como las mías, sobreviven solo sobre el cuerpo de un amante desnudo bajo la cúpula celeste de una noche de estrellas.
La cúpula celeste, permite que a tocar mi cuerpo se acerquen millones de cuerpos.
Los ciegos, aquellos que están mas allá de las tinieblas de amor, a quien nadie les entrega la piel porque les temen.
Los sordos, mas allá de la mutilación que al tocar de mis besos sienten la pasión en el suspiro del querer que brota todo el cuerpo.
Los que abren las puertas, penetran las paredes, atraviesan con un suave forcejeo la humedad palpitante de los compartimientos.
Los amantes prohibidos que recitan de memoria, sobre este cuerpo desnudo la verdad de convento.
La verdad que otros cuerpos improvisan o niegan, fingiendo irrealidades; de sienes puras, castas.
Cuerpos que encierran su sexo para desnudar su frenesí tras la oscuridad que les otorga la falsedad de hacerlo sin pudor entre cuatro paredes. Oscuridad que les permite negar haberlo hecho luego.
Estas pecadoras sienes mías prefieren bajo la cúpula del cielo sentir las realidades, de tus manos, de tu aliento, de tus besos.
De tu cuerpo maduro de hombre apretado bien dentro de mi cuerpo.