Tomando Rodrigo el relicario en sus manos hizo una seña al compatriota catalán y le preguntó dónde podría estar seguro para que nadie viese el trasvase del veneno. La reina esperó junto a don Luis y don Iluminado mientras se hacía el cambio del ponzoñoso contenido en una habitación contigua.
Se despidieron con las reverencias de rigor, doblando la espalda hasta donde permitían sus anchos estómagos, que no era mucho, lo que forzaba a doblar sus cuellos hasta tocar su pecho con la barbilla.
Salieron de palacio como alma que lleva el diablo evitando ser descubiertos y hacer de sus preciadas cabezas carne en conserva.
Su misión en Versalles había concluido con éxito y se dispusieron a planear el viaje de retorno a España.
Ajenos a la mirada de unos ojos esquivos, tomaron en alquiler tres caballos de una de las muchas fondas que menudeaban por los alrededores de palacio y se dirigieron a la ciudad de Notre Dame entre risas y carreras.
El sugestivo nombre de una taberna, "Le lapin Chaud", les hizo tirar de las bridas y parar entre una nube de polvo. Los dorados rayos del sol encendían el rojo de los portones.
- No es mala hora para tomar un tentempié, dijo don Luis mientras descabalgaba.
La fila de sus dientes superiores se expusieron al crepúsculo con una risa cargada de ironía. Don Rodrigo y el obispo de incógnito comprendieron inmediatamente y entregaron a un mozo sus monturas.
Por el camino a París escaseaba el tránsito de carruajes y jinetes, pero uno de estos últimos arribó poco después que nuestros amigos siguiendo su rastro.
Toda previsión era poca, hallándose en tierra extraña y tratando de evitar verse descubiertos por su lenguaje, ocuparon una mesa arrinconada y con poca iluminación.
No repararon en el joven caballero, perseguidor de sus pasos, cuando, desde el dintel de la puerta, oteó las mesas en su busca. Los divisó y, abriéndose paso entre bellas doncellas portadoras de espumosa cerveza y la variada y alegre clientela masculina, fue a sentarse en una mesa cercana a la de los españoles.
Don Rodrigo, espoleado por el instinto, hizo una seña a la camarera rubia que pasaba delante de la mesa y con un francés españolado solicitó... - Belle fille, porte-nous deux conejés pas beaocoup asés y deux jarrés de bon vin noir.
- Entendú, monsieur, dijo mientras limpiaba la mesa y mostraba un escote más que generoso.
El no muy afortunado francés de don Rodrigo hizo creer al vecino de mesa que ninguno de los tres se defendía bien con su idioma. Nunca podría imaginar las consecuencias de tan craso error.
El Borgoña acariciaba sus gargantas y su corazón perdía poco a poco el temor a ser descubiertos. La conversación fue animándose entre chascarrillos y pequeñas anécdotas que remataban en carcajadas.
Sin embargo no pasó desapercibido a don Iluminado el comentario que hizo su vecino de mesa al dueño de la taberna.
-Ces vaches espagnoles vont pas s'oublier du "Lapin Choud" jamais.
A mon avis, ferméz la porte a la meson.
(Estas vacas españolas no se van a olvidar del "Conejo Caliente" jamás. A mi señal, cierre la puerta de la casa)
Enterado Graju, pasó comentario a los compañeros, no sin antes avisar que disimulasen.
Sus pulsos se aceleraron, prestos a lo que les fuera a suceder.
Don Rodrigo reía a carcajadas mientras en su cabeza bullían las más inimaginables estratagemas. Don Luis acariciaba el pomo de la empuñadura de su espada. Don Iluminado leía en los labios del mesonero que en ese momento hablaba con tres hombres sentados en una mesa no muy lejana.
Se volvió a don Rodrigo y, sin perder la sonrisa...- Mi idea es que son demasiados y por la fuerza va a ser muy difícil salir airosos de este lance. Antes de que reaccionen voy a salir al corral y, cuando veáis humo entrando por la puerta que da al mismo, abrid rápidamente esta ventana para crear corriente, en un santiamén se va a llenar esto de humo y con suerte se ensartarán entre ellos, pero a este de mi derecha, a este hijo de una retahíla de putas, es al primero que debéis dejar inconsciente y sacarlo con vosotros por la ventana.
Graju se levantó entre carcajadas y se fue decidido hacia la salida de las cuadras y el corral, al ver esto el que les espiaba, le hizo una señal negativa al tabernero para que no cerrase la puerta.
El antiguo prelado salió al corral, letrina extensa a la luz de la luna. Se acercó a las cuadras y agarró un saco de paja, de una pared descolgó un candil y acercándose a la puerta por la que había salido, vació el contenido del saco y le prendió fuego por varios puntos, al encenderse la húmeda paja comenzó a brotar un humo espeso que se colaba bajo la puerta.
Don Luis, que lo vio primero, saltó de improviso sobre la mesa y se puso a cantar por fandangos a voz en cuello, lo que atrajo las miradas de todos los presentes. Risas, miradas de incomprensión, silbidos, palmas, jarras de vino levantadas por manos temblonas de la pura borrachera de sus dueños, carcajadas de las mozas... El desconcierto hizo que mirasen hacia el lado contrario de donde venía el humo, pero los más cercanos al corral comenzaron a gritar...- ¡¡¡Du feu!!! ¡¡¡Du feu!!!... Las cabezas se volvieron de ese lado ahora, lo que aprovechó don Rodrigo para atizarle fuerte con el puño en la cabeza descubierta del de los ojos espías y dejarlo atontado. Abrió la ventana y la corriente de aire atrajo el humo que inundó "Le Lapin Chaud". Gritos, toses, peleas... Don Iluminado salió con los tres caballos por la puerta de las caballerizas y acudió a la ventana donde ya le esperaban sus compañeros con un cuerpo al hombro de uno de ellos. De un salto montaron y Rodrigo puso delante de su silla, al través, el cuerpo desmayado de su perseguidor. Picaron espuelas poniendo a sus corceles a galope tendido, separándose más y más de aquella casa de perdición y pecado que nunca debieron pisar pies tan decorosos. Los gritos se fueron diluyendo en la noche primaveral y un manto de estrellas cubrió su huida hacia la capital del Sena.
Relato escrito por Graju, colaborador fijo-discontinúo de esta saga picaresca del siglo XVII.
Proximamente continuarán las aventuras, no se impacienten...
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