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Inicio / Cuenteros Locales / guvoertodechi / · Jugando a la “batalla naval” por plata (1853)

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El que suponga que Buenos Aires es una ciudad fuerte está en
un error: ni tiene arraigadas convicciones como para resistir un
largo asedio, ni es audaz, ni ama el peligro verdadero. Juega
con arrebatos y pasiones como un niño con sus juguetes.
“La cabeza de Goliat” - Ezequiel Martínez Estrada

- Señor Ministro, pongamos las cosas en claro. Si lo que ustedes quieren es que la escuadra a mi cargo flexibilice el bloqueo del Puerto de Buenos Aires, es una cosa; pero si además, pretenden que lo levantemos para también quedarse con la flota entera, incluyendo naves, armamento, marineros y oficiales, es otro precio –expresó el altivo marino, en media lengua “cocoliche”, mezcla de inglés y español.

- Disculpe, señor Almirante, pero ¿no le parece un poco caro pedir 5.000 onzas de oro para Ud. y otros diez millones de pesos a distribuir entre sus subalternos? –dijo, incómodo, el funcionario.

- Comprenderá Ud., Sr. Ministro, que nuestra escuadra acaba de derrotar a la vuestra enfrente de la isla Martín García; hemos capturado todas sus naves de guerra, incluida la capitana; ejercemos el dominio absoluto sobre el Río de la Plata y sus afluentes, en especial el Riachuelo, por donde hasta ahora la ciudad recibía suministros. Por su parte, en tierra firme no les va mejor: las tropas a las órdenes de Lagos y de Urquiza acampan en San José de Flores y en los suburbios, incluso ya controlan los accesos a Recoleta y Balvanera. ¿Hasta cuándo cree Ud. que los habitantes de Buenos Aires pueden resistir el asedio que les estamos imponiendo? –replicó el lobo de mar.

- Tiene Ud. razón, Mister Coe., francamente debo reconocer que la situación de la ciudad es desesperante. Con el puerto cerrado, la producción y el comercio están paralizados; poco a poco se agotarán las provisiones de boca, las municiones y las medicinas; la gente teme que el ejército confederado disponga el asalto final y que éste termine con una masacre. El general Paz movilizó a la población masculina en condiciones de pelear, y, si bien ha organizado baterías y trincheras en una línea de calles que va de El Retiro a las Barracas, no podrán resistir mucho tiempo ante la poderosa caballería entrerriana y los soldados experimentados en la guerra con los indios que reportan a Hilario Lagos.

- Por eso mismo, lo que pedimos para cambiar de bando no es una cifra descabellada. Y Uds. pueden pagarla sin problemas; cuentan con recursos de la Aduana que, dicho sea de paso, Urquiza está a punto de quitarles; en la ciudad hay comerciantes poderosos que pueden aportar fortunas y, en todo caso, el asunto se soluciona fácil si vuestra Sala de Representantes ordena al Banco de la Provincia una emisión extraordinaria de dinero que sirva para atender nuestro pedido –remató el norteamericano, con voz firme y pausada, haciendo alarde de sus conocimientos sobre las finanzas del ocasional adversario.

- No le quepa duda de que así obraremos -Acotó en tono resignado el funcionario- La autonomía de Buenos Aires, la vida y la prosperidad de sus habitantes depende de que se ponga fin al sitio, sea como sea. Convenceré al gobernador Pinto y a los diputados de la conveniencia del trato y volveremos a verlo para efectivizarlo tal como Ud. lo requiere.

Concluida la breve entrevista, ambos interlocutores se estrecharon la mano y se despidieron. Mientras el Ministro de Gobierno, doctor Lorenzo Torres, abandonaba presuroso la cubierta del buque insignia de la Armada Nacional y se dirigía en bote rumbo a la costa bonaerense, el capitán John Halsted Coe sonreía satisfecho junto a su Estado Mayor Naval, seguro de que la operación propuesta habría de concretarse, lo cual significaría un pingüe “negocio”, tanto para él como para la oficialidad de abordo y los marineros.


Coe, designado por el general Justo José de Urquiza comandante de la escuadra confederada, era un marino oriundo de Massachussets (EEUU), aventurero y mercenario, que había participado en la gesta independentista de Chile y Perú secundando a Lord Cochrane y al propio San Martín. Había actuado en la guerra con Brasil y, también, durante el prolongado sitio de Montevideo. En diversas oportunidades revistó, de modo indistinto, en bandos contrapuestos, a las órdenes de quienes ofrecían mejores condiciones económicas por sus servicios. Por ello, como tantos otros condotieros y corsarios que intervinieron en las guerras iberoamericanas, no tenía escrúpulos en negociar su rendición ante las autoridades de Buenos Aires, si ello significaba una retribución dineraria importante.

Cabe aclarar que el diálogo precedente, entre el marino norteamericano y el funcionario del gobierno porteño, es ficticio. No existen testimonios historiográficos de que la entrevista haya ocurrido realmente tal como se la describe aquí. Sin embargo, sea expresando dichas palabras u otras, sea en el estrecho ámbito de un camarote de vapor o en otro lugar, lo cierto es que los sectores hasta entonces antagónicos pactaron lo que pactaron tal como esta conversación imaginaria sugiere. En efecto, promediando el mes de junio de 1853, la Legislatura de Buenos Aires, acorralada por fuerzas armadas que habían establecido un cerco infranqueable, optó por apelar al dinero, el único medio que le quedaba para neutralizar a quienes ponían en serio riesgo la subsistencia de la ciudad. Frente al inminente desenlace militar desfavorable, el órgano legislativo municipal y provincial tomó los recaudos necesarios para cumplir con el precio prometido por su ministro decretando una emisión monetaria extraordinaria y superlativa –suponemos que fue de 25 millones de pesos papel- con la cual se sobornó a la escuadra enemiga que dominaba el Río de la Plata y demás accesos fluviales. También repartió a diestra y siniestra billetes de banco y letras de cambio canjeables en los negocios porteños, entre los jefes intermedios y el personal de tropa que acechaban la ciudad, de modo de obtener su masiva defección, según cuenta sir Charles Hotham, corresponsal inglés de paso por el país: “El general José Manuel Flores llegó al campo de batalla, no con un ejército sino con una especie de banco portátil, que emitía letras de crédito a todos los que se le unían”.

Fue tan contundente y efectiva la maniobra corruptora que, en cuestión de horas, la situación militar se revirtió totalmente, convirtiéndose los vencedores en vencidos y viceversa. A tal punto se dio vuelta la relación de fuerzas entre sitiadores y sitiados, que el propio general Urquiza, poco antes indiscutible dueño de la plaza y vencedor inminente, ahora debía huir de la provincia de Buenos Aires porque su vida peligraba, desplazándose de noche y ocultándose de día y apenas protegido de palabra por algunos diplomáticos extranjeros que habían impedido que fuera capturado por los porteños cuando se produjo la deserción de sus fuerzas tanto navales como terrestres.

De este modo, el 20 de junio de 1853 Buenos Aires “compró” el levantamiento del bloqueo militar que la sometía, concretando el más bochornoso soborno de la historia nacional. Menos de dos meses antes, el 1° de mayo, las restantes 13 provincias habían promulgado una nueva Constitución, basamento jurídico de la nación hoy vigente. Dicho acontecimiento, que cerraba un largo y conflictivo camino en el proceso de institucionalización del país, había contado con la cerril oposición de los sectores representativos de la provincia de Buenos Aires, dispuestos a no ceder un ápice de sus privilegios tanto económicos como políticos. Por eso repudiaron la Constitución sancionada en Santa Fe pocas semanas antes y, a renglón seguido, rompieron relaciones con el flamante gobierno de la Confederación Argentina, provisoriamente radicado en Paraná. No aceptaban, como lo había dispuesto la Convención Constituyente, la partición del territorio bonaerense en dos distritos, uno de ellos destinado a ser capital federal de la república en formación. Además, cuestionaban las facultades extraordinarias otorgadas a Urquiza por el Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos, pacto interprovincial que ponía fin al capítulo de guerras intestinas y que fuera formalizado entre los caudillos regionales al cabo de la batalla de Caseros que acabó con la prolongada dictadura de Juan Manuel de Rosas.

Pero, la objeción principal a lo resuelto en Santa Fe consistía en que los sectores económicos bonaerenses se resistían a compartir, con el resto del país, las suculentas rentas de aduana que proveía su estratégico puerto, monopolio fiscal con el cual se había financiado el crecimiento de la provincia por décadas, incluso durante el período virreinal. Los derechos de importación y exportación, que percibía Buenos Aires de manera exclusiva, le permitían contar con recursos monetarios superlativos; tanto es así que éstos superaban la sumatoria de los ingresos totales de todas las demás provincias juntas. Semejante fuente de riqueza no sería cedida pacíficamente. Desde la revolución del 11 de septiembre de 1852, que había depuesto a las autoridades nombradas por Urquiza, la provincia se autodenominó “Estado de Buenos Aires” y, además de desconocer la constitución y las instituciones nacionales, asumió por su cuenta las relaciones exteriores.

De su parte, el gobierno confederado, que nucleaba al conjunto de las provincias argentinas menos una, no estaba dispuesto a claudicar frente a los planteos localistas bonaerenses. Por el contrario, ante la actitud beligerante asumida, Justo José de Urquiza, a la sazón elegido presidente de la República, decidió intervenir militarmente poniendo sitio a la ciudad rebelde, de modo de doblegar su actitud insurreccional y secesionista. El bloqueo terrestre y naval se implantó en abril de 1853. A partir de dicho momento, pueblo y gobierno de Buenos Aires comenzaron a padecer las consecuencias de la ofensiva militar y el rigor del aislamiento, hasta que llegó la solución...mejor dicho, hasta que llegó la plata.


- Doctor, doctor. ¡Los barcos “enemigos” están arribando al puerto! – así, gritando y gesticulando, ingresó Carlos Calvo al despacho del Ministro de Gobierno que había cerrado el vil trato y que había obtenido, de prominentes comerciantes porteños, el anticipo de fondos necesarios para pagar el monumental cohecho.

- “Estimado amigo, hoy es un día histórico. No sólo se ha rendido la escuadra urquicista, no sólo se han pasado de bando los coroneles Ramón Bustos y José Laureano Díaz con sus respectivos batallones (-previo pago, por cierto –murmuró, bajando la voz) -sino que, para vuestra tranquilidad patrimonial, la Legislatura acaba de convertir en ley el proyecto del Diputado Portela que autoriza la emisión monetaria con la que el Estado de Buenos Aires repondrá a Uds. el dinero adelantado para la operación –explicó el ministro Torres, observando el río desde la ventana de la oficina.

- ¡Doble festejo, entonces! –dijo eufórico Calvo, comerciante que había participado en la transacción- Por un lado, derrotamos al enemigo sin disparar un solo tiro, sin perder una sola vida; por el otro, recuperaremos nuestro dinero sin demora ni pérdida alguna.

- ¿Qué hacen todavía acá? ¡Vamos al puerto! –irrumpieron a los gritos Mariano Billinghurst y Juan Bautista Peña, comerciante uno y financista el otro, también involucrados con el inmundo negociado que se acababa de consumar –El pueblo entero se congrega en el puerto y en la plaza para celebrar la noticia. ¡Hemos salvado nuevamente a Buenos Aires de la barbarie!


Frustrado el bloqueo naval y disuelto el asedio militar impuesto por las fuerzas del interior, Buenos Aires (provincia y ciudad) habría de funcionar segregada del resto de la República Argentina durante varios años. El Estado separado subsistió hasta el 17 de septiembre de 1861 cuando el general Bartolomé Mitre, comandando las tropas porteño-bonaerenses, triunfó sobre el ejército confederado en la batalla de Pavón. A partir de esta victoria militar, el distrito rebelde volvió al redil de la nación, pero imponiendo sus propias reglas de juego.

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ACLARACIÓN: Los párrafos redactados con este tipo de letra son ficticios, pero históricamente posibles.

GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS

Elaboradas por Gustavo Ernesto Demarchi, contando con el asesoramiento literario de Graciela Ernesta Krapacher, mientras que la tarea investigativa fue desarrollada en base a la siguiente bibliografía:

· Busaniche, José Luis: "Historia Argentina"; Solar, Bs.As.,1985
· Chávez, Fermín: “Historia del país de los argentinos”; Theoria, Bs.As., 1985
· De Marco, Miguel A.: “La patria, los hombres y el coraje”; Planeta, Bs.As., 1998
· Floria, Carlos A., García Belsunce, C.: “Historia de los argentinos”, Larousse, Bs.As., 1992
· Frías, Luis Rodolfo: “Misión y perfidia de Buenos Aires”; Abril, Bs.As., 1988
· Gorostegui de Torres, H.: “La organización nacional”; Paidós, Bs.As., 1972
· Graham-Yooll, Andrew: “La colonia olvidada”; Emecé, Bs.As., 2000
· Luna, Félix y otros: “Grandes protagonistas de la historia argentina”(tomos: Alsina, Mitre, Paz y Urquiza); Planeta, Madrid, 2000
· Martínez Estrada, Ezequiel: “La cabeza de Goliat”; Cedal, Bs.As., 1968.
· Ramos; Jorge Abelardo: “Las masas y las lanzas”; Plus Ultra, Bs.As., 1974
· Sáenz Quesada, María: “El Estado rebelde- Bs.As. entre 1850/1860”; Ed.Belgrano, Bs.As., 1982




Texto agregado el 02-04-2005, y leído por 367 visitantes. (1 voto)


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