Renacen las aves de un pasado ceniciento.
Me recuerdo recorriendo las ciudades desiertas, enfermo de lluvia, refugiado en los cuentos.
La realidad sazonada con extractos de mentira.
Ahora vuelvo algunos pasos. Camino atestiguando esculturas pigmeas; lánguidos sueños provisorios.
Los muertos pasean su asfixia entre los parques de plástico, y se reclaman coraje a la hora del silencio.
Eso me dice el espejismo de la urbe violácea. No entendieron el juego. Nunca se escucharon.
En tanto en los confines de una pintura fracturada, hay quienes estallan en silencio, muertos de amor.
Pueblos virgenes de celos. Infraestructuras benévolas.
Una mujer lava sus pies en un charco de almibar.
Remolinos acuosos de un crecimiento inabarcable.
Su espina dorsal en llamas semeja con caléndulas; un dios enamorado.
Lo natural es necesario en el submundo de los vivos. Los campos insertados de verde conciencia.
Un hombre llueve diamantes sobre el suelo indeleble, cristalino, volador.
El arte es hijo de un incendio sensorial y primitivo. Un resultado de escuchar la combustión visceral.
Hace falta abrir los ojos para comenzar a ser hombre. Entender el compromiso de estar enteramente vivo.
Hay quienes saben abrir puertas para mostrar lo infinito. Habrá que comenzar a girar llaves.