TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / guny / El Pescador

[C:96712]

El Pescador

Era una tarde sabatina del mes de Diciembre y Timoteo se sentía como un toro bravo dispuesto a seguir dando batalla en el ruedo de la vida. Había salido unos meses antes de una crisis emocional y ahora se sentía animado, lo cual hacía la faena del diario vivir ilusoriamente más fácil; pero se confundía, cuando su alma le hablaba mientras su mente pastaba en los nebulosos senderos de los sueños. Le decía que su terreno interior estaba erosionado, seco, que había en su existencia un cráter vacío inactivo; pero lleno de lava ardiente, que sólo podría ser activado, con la energía que la presencia estable de una mujer produce y no con amores casuales.
El día estaba radiante y el mar tibio reflejaba el azul del cielo despejado. Las playas de arena gruesa y de un color gris pálido estaban abarrotadas de turistas; que observaban extasiados, a ochenta y siete alcatraces volando en formación perfecta y dibujando el número uno en el firmamento. Seguramente muchos ciudadanos de la urbe compraron ese día la lotería comenzando por ese digito. Era el final del año y el país se había volcado a la ciudad de Cartagena. Había música y lindas mujeres en todos los rincones; con sus pieles bronceadas y cuerpos esculturales, demostrando que las mujeres de ese país tenían un “no se que no se donde” que las hace especiales.
Era la mejor época para los Cartageneros; hijos de papi y mami, para practicar sus fechorías de pescadores de sirenas. Usualmente ellas eran turistas alegres, dispuestas a pasar noches de infinito placer y alegría desmedida sin ningún compromiso. Timoteo y sus amigos eran pescadores activos. La playa era el mejor campo de acción, y con trucos que sólo ellos conocían, atacaban a sus presas haciéndoles el juego del alcatraz. Primero las observaban desde una distancia prudente, las estudiaban por minutos y seguidamente se les acercaban con el objetivo de establecer contacto y luego, si había suerte, estar con ellas una noche…o dos…o algunas veces un poco más.
Ese día no tuvo suerte y su malla de pescador no había capturado nada. A las tres de la tarde, ya un poco cansado y con hambre, fue a un hotel recientemente inaugurado al frente de la playa. Le habían contado que había allí una muy buena pastelería. Al entrar sintió un gran fuego que entro a través de sus pupilas y que le quemó las paredes internas del corazón; estaba ante los ojos verdes más hermosos que jamás había visto. Su nombre era Leila, y al verla, algo le dijo en su interior que no quería seguir en sus aventuras de fin de semana.
A principios del año anterior Timoteo tuvo una crisis existencial. Se sentía asfixiado viviendo en una sociedad llena de prejuicios hipócritas; estaba cansado de las relaciones amorosas sin sentido ni norte, y se encontraba desilusionado ante un país donde una gran parte de su población se había vuelto impermeable a los problemas sociales. Estaba hasta la coronilla.
Decidió alejarse de todo e inscribirse en la Escuela de Bellas Artes a manera de terapia. Aprendió a consentir, escuchar y esculpir a inexpresivos listones de madera; resultados de un árbol, que fue arrancado de sus raíces sin respeto, y que quería volver a la vida al sentirse transformado en la proyección artística de un ser humano. Concedió a su mano derecha el placer de expresar a través del pincel, los colores y el lienzo, lo que ella entendía al escuchar la conversación entre el Yo de Timoteo y el universo. Contrario a la pintura y la escultura, vio la serigrafía desde un punto de vista más frío y sólo con posibilidades de producir con ella algún beneficio económico. Mientras se dedicaba a estas actividades enriquecedoras del alma fumaba cigarrillos como prostituta presa.
La escuela funcionaba en una antigua casa colonial que tenía dos patios interiores inmensos, en los cuales había viejos árboles altos que daban una frescura y sombra agradable. Sus ramas eran guarida de hermosas guacamayas con plumajes de colores tropicales que, contrario a muchos ciudadanos inmigrantes, nunca buscaban otros destinos y volaban a sus anchas por los patios, siempre acechando para robarle al primer desprevenido cualquier bocado que tuviese. Algunas habían aprendido palabrotas que hacían las delicias de los estudiantes. El ambiente de aquel lugar invitaba a la relajación.
A Timoteo le encantaba sentarse en el centro del primer patio, recostarse a una palmera, cerrar los ojos a medias sin perder de vista a las atrevidas guacamayas y escuchar las practicas del coro de cantos gregorianos, que invadían; con el ritmo y acople de sus voces, cada rincón de la casona. Era el lugar perfecto para su estado emocional.
En una ocasión estaba sentado en la cafetería departiendo con sus amigos, cuando de repente, se sentó en la mesa una linda mujer mestiza en ropa interior de encajes blancos; el la conocía. Al verla se mordió los labios y sus glándulas salivales segregaron un liquido espeso lleno de deseos, le costó trabajo contenerse y no hacer algún comentario. Todos la saludaron con una actitud normal. La conversación no cambió de rumbo y continuaron sin inmutarse ante la presencia de aquella beldad que estaba casi como dios la trajo al mundo. La bella mujer era estudiante de arte dramático y practicaba en ese momento un ejercicio para vencer la timidez ante otras personas estando casi desnuda.
Timoteo estaba fascinado con ese nuevo mundo. No existía en aquel paraíso diferencias sociales, todos eran iguales y las desigualdades sólo estaban establecidas con respecto a la calidad del artista y la forma de plasmar en su obra sus sentimientos, pensamientos, experiencias y percepciones. Empezó a conocer un mundo que el sabía que existía, pero con el cual nunca tuvo contacto directo. El materialismo no era preocupación para esta gente que tenía una actitud simple y sana ante lo que les rodeaba y ante la vida. Un mundo donde no existían prejuicios aprendidos y no natales. Aprendió a apreciar las cosas por su valor natural, y a aceptarlas por el sólo hecho de existir en un universo perfecto.
Se reunía a menudo los fines de semana con sus nuevos amigos; embriones de artistas, en las murallas de piedra que rodean la ciudad vieja o en la plaza de San Diego, y sentados en el piso adoquinado, hablaban de poesía, política, arte y tomaban aguardiente. Algunos buscaban la inspiración usando la naturaleza en forma de humo, esto no era del agrado de Timoteo, pero había afianzado su actitud de respetar a todos los individuos y no juzgar sus acciones y decisiones.
Una vez terminado el semestre terapéutico se sintió motivado y se embarcó en la aventura de la empresa de impresiones publicitarias. Lentamente y sin proponérselo se fue alejando de sus amistades bohemias, pues sus obligaciones no le daban mucho tiempo libre para relajar su existencia. En sus días de trabajo, acostumbraba a parar sus labores al rededor de la media tarde e iba a la panadería más cercana, y comía un roscon de pan con bocadillo de guayaba acompañado de una bebida gaseosa. Esto lo hacía a diario y por ser tan metódico en esto y todo lo que hacía, muchos le tildaban de psicórrigido y hasta necio. Poco a poco y cada vez con mas frecuencia, volvía con sus amigos de siempre a las correrías de pescadores femeninos. Las mujeres eran su debilidad.
La ciudad seguía creciendo y se construían nuevos hoteles. En la pastelería de uno de ellos trabajaba Leila. Se encargaba de la administración y de atender a los clientes. Era joven y emprendedora. Sus ancestros fueron Marroquíes y había nacido y crecido en provincia. Tenía los ojos de un verde que al sólo verlos invitaban al amor, cabellos negros y a los hombros, piel blanca, facciones árabes con cejas negras, pobladas y bien delineadas, largas pestañas, baja estatura y cuerpo de guitarra flamenca. Tenía buen gusto al vestir y siempre usaba colores oscuros que resaltaban la esmeralda de sus ojos. Era una mujer con costumbres refinadas y de buenos modales; pero cuando entraba en confianza, utilizaba en su vocablo toda la jerga coloquial sabanera, que para algunos andinos resultaba grosera.
Cuando Leila vino al mundo en un pequeño pueblo de la Sabana de Bolívar, sus habitantes estaban tan aislados; que no sabían, lo que sucedía en Vietnam o quienes eran unos barbudos que andaban en motocicletas por las tediosas carreteras de USA haciendo de las suyas como aves de rapiña. Era un pueblo en medio de la nada, donde el cura era la máxima autoridad y la información estaba censurada. En este momento Timoteo ya tenía 12 años y en su casa de Cartagena se escuchaban a los Beatles y la moda hippie dictaba el comportamiento de sus hermanos mayores. En las capitales de los departamentos del país los jóvenes más osados o rebeldes idolatraban al Che Guevara y trataban de imitar el amor libre practicado por la juventud Norteamericana.
El padre de Leila fue gaitero, nunca nadie le enseñó a tocar los tambores pero era un maestro con ellos. Todo su talento era heredado pues su padre había sido un moro que tocaba darbouka para las bailarinas de vientre que deleitaban a los invitados de las bacanales del rey de Marruecos en la remota ciudad de Rabat. Aquel músico escapó de Marruecos luego de haber sembrado su semilla en el vientre de una linda mujer Judía. La familia de ella le buscó para cortarle la cabeza y cobrar de esta manera la ofensa. Viajó entonces por el desierto ardiente a lomo de camello hasta llegar a el Líbano, allí conoció a un Sirio que le habló de un país lejano en América donde podría rehacer su vida. No lo pensó dos veces y se embarcó en un buque a vapor para aquellas tierras desconocidas. Se instaló en un remoto pueblo por recomendación de aquel personaje que conoció en Beirut, pues muchos compatriotas suyos estaban ubicados en esa región. Aprendió español y entre otras cosas más, aprendió a disfrutar, bailar y cantar vallenatos con acento árabe. Al poco tiempo de haber llegado se casó con una campesina que le dio cinco hijos y una hija.
Uno de estos hijos fue el padre de Leila, quien bautizó a su única hija en la religión Católica con el nombre de la abuela Marroquí que ella nunca conoció. Leila era una niña que desde sus primeros años mostró un gran oído para la música y el baile. En los cumpleaños siempre era el centro de atracción por sus deliciosos movimientos de cadera y cuando cantaba capturaba la atención de todos los presentes. Cuando su hija tuvo los años suficientes para llamar la atención de los hombres provincianos con sus curvas corporales; su padre, quien no quería que su hija se convirtiera en una provinciana más, procreadora de hijos como una coneja, decidió enviarla a donde su hermana que vivía en la ciudad de Cartagena para que estudiara el bachillerato. El no era una persona con muchos recursos económicos, pero hacía hasta lo imposible por enviarle lo necesario a su niña en sus años de estudio. En una ocasión sus manos le sangraban de tanto tocar los tambores durante varios días y fiestas, pero seguía, le motivaba la imagen en su mente de su linda hija graduándose de bachiller. Valía la pena el sacrificio.
Leila se graduó de bachiller comercial, coincidencialmente en un colegio que era de propiedad de la familia de Timoteo. Fue un día feliz para su padre, pero la vida no era fácil y no podía continuar sosteniéndola en aquella ciudad. Entonces ella empezó a buscar trabajo hasta que le dieron la oportunidad en un hotel recientemente inaugurado. Inicialmente sólo atendía los clientes y poco a poco fue ganadose la confianza del propietario, y terminó administrando el negocio y encargada de todo.
Era bella, pero no había tenido suerte en el amor y no tenía un alma a su lado para complementar su ser. Cargaba una cruz que era su belleza física y nadie se había tomado el trabajo de ver su interior y valorarla como persona. Había conocido el amor pero la hizo sufrir; por lo que, cuando se trataba de hombres, tomaba una actitud defensiva y construía la gran muralla china en cuestión de segundos. No permitía a nadie entrar al reino de su corazón.
Mientras Leila luchaba por ganarse el pan de cada día, Timoteo tenía una vida cómoda donde nada le faltaba. Por suerte del destino el había nacido en una familia con capacidad de darle todo lo que quiso. Cierto viernes del mes de Diciembre, dos grandes amigos le llamaron para salir en la noche a una juerga típica de fin de semana. Tomaron y bailaron con tres chicas a quienes habían conocido esa noche. La fiesta terminó casi al amanecer en la casa de veraneo de uno de ellos, en una parranda digna de recordar. Al día siguiente se volvieron a reunir los tres amigos en la playa, para comentar los hechos desaforados de la noche anterior y conseguir parejas para ese sábado, pues no querían repetir. No pudieron acordarse de los nombres de sus amigas casuales, lo cual les producía mucha gracia.
Esa tarde no tuvieron suerte con las turistas, a pesar de haber tratado todas sus artimañas de gigolos costeños. Timoteo se sentía cansado y se fue a comer algo a una nueva panadería. Al entrar vio un sueño; era Leila, quedó impresionado al verla. Sus ojos eran bellos, alegres y enigmáticos. Ordenó su roscon con bocadillo de guayaba y cruzó varias palabras con ella, tratando de no evidenciar su encanto a primera vista.
A partir de ese día regresaba todas las tardes y a cuenta gotas fue conociéndola mejor. Ella era alegre y muy amable. Siempre haciendo bromas y le brindaba confianza. Cierto día Timoteo decidió invitarla a una cena cuando terminara su horario de trabajo, ese era el plan. Ella le dio una respuesta negativa sin vacilar; la muralla china empezó a construirse de inmediato. El sabía que ella le diría que no, pues una mujer tan bella no sería presa fácil y requería de la utilización de toda su experiencia de pescador. Insistió varias veces y la respuesta era siempre la misma – no gracias-
Luego de tres semanas de insistencia, escribió su teléfono celular en una servilleta, y antes de salir del local se acercó a ella.
-Aquí esta mi número de teléfono, no te vuelvo a invitar, si cambias de parecer llámame…de lo contrario tu te lo pierdes- le dijo.
Leila recibió la servilleta sin mirarlo, la leyó, levantó la cabeza, tenía una expresión seria, y se limitó a decir inexpresiva y con una mirada fría
-OK-
Con esa servilleta se jugó todas las cartas, y sabía que lo escrito sonaba presumido, pero su experiencia le había enseñado que a la mayoría de mujeres les gusta el reto. Además, cuando son tan bellas como Leila, pueden ser un poco solitarias, pues los hombres no se les acercan pensando que son muy exigentes en lo referente a gustos masculinos. Timoteo no era precisamente un estatuario Griego.
Media hora después de haber salido de la panadería sonó su teléfono, era Leila, le dijo que terminaría a las ocho de la noche y que pasara por ella para ir a cenar. La sirena había caído en sus redes.
El fue a su casa, se puso su mejor perfume y estuvo allí a la hora convenida. Ya en el auto el le dijo.
-vamos a donde tu quieras, escoge el sitio…hoy eres mi consentida-
Leila estaba cansada, por lo que escogió ir a la plaza de San Diego. Era el mismo sitio donde Timoteo se reunía tiempo atrás con sus amigos bohemios. La plaza había cambiado en un tiempo relativamente corto. Ahora estaba llena de restaurantes de buena calidad, con mesas al aire libre y se construyó en su centro una fuente que llenaba el ambiente con el sonido de sus aguas. Era un lugar tranquilo y acogedor, rodeado e iluminado con antorchas; lo cual lo hacía aun más romántico. Durante el fin de semana había un cuarteto musical Cubano tocando ritmos suaves caribeños. La plaza estaba a reventar de gente. La pareja encontró una mesa cerca del grupo. Con la educación de caballero, Timoteo corrió la silla de ella unos centímetros al exterior de la mesa. Leila se sentó y se mostraba complacida ante la galantería de su acompañante. Pidieron una tapa de jamón serrano, queso manchego y una botella de vino tinto Español crianza de 1.990 y conversaban animadamente.
-voy a hacer algo que nadie puede hacer por mí- dijo ella súbitamente.
El le contestó entre risas y picardía.
-¿te ayudo?-
Ella sonrió y se perdió entre las mesas y la gente.
Timoteo esperaba a su musa árabe relajado y fumando un cigarrillo. Habían pasado unos minutos y sorpresivamente escuchó una voz en la amplificación del cuarteto, era la voz de Leila. El giró su cuerpo y allí estaba ella, en el centro de la plaza con micrófono en mano y mirándole con una gran sonrisa. El no lo podía creer, se puso nervioso y se preguntaba, -¿y esta que va a hacer? ¿Era esto lo que nadie podía hacer por ella?
-esto es especialmente para ti- dijo ella.
A Timoteo se le aceleró el corazón, no sabía que hacer, que decir, todas las miradas estaban en el.
-¿que canción quieres?- preguntó ella.
-¿Sabes algo de nueva trova cubana? Respondió el.
- si, ¿cual quieres?- dijo ella.
Todas las miradas se volvieron nuevamente a el.
- Ojala dijo con voz nerviosa Timoteo.
Leila interpretó la pieza magistralmente, la gente aplaudió y volvió a preguntar
-¿Quieres otra?-
-Yolanda- pidió el.
Cantó inspirada y ya en este momento el era un pavo real con su pecho inflado y el orgullo de hombre en lo más alto que se pudiese imaginar. Con esta segunda canción los aplausos aumentaron. Luego ella se le acercó, se sentó en sus piernas y le cantó una canción más, pero ésta última el no la pidió…ella se la dedicó “Somos novios”. Luego una pareja turistas enamorados, que pasaban dando un paseo de luna de miel en coche se detuvieron al escuchar a aquella joven y le solicitaron una canción, lo cual ella complació. Una vez terminó de cantar la gente aplaudía acaloradamente, todas las miradas se fijaron entonces en Timoteo.
-beso, beso, beso- Pedían al unísono.
A el no le quedó otra cosa que hacer que ponerse de pie, caminar entre la gente y los aplausos, y darle un gran beso. Los “bravos” de los presentes no se hicieron esperar. La serenata improvisada había sido inolvidable. Degustaron una deliciosa cena, se divirtieron y conversaron sobre sus vidas, y luego se fueron.
Cual viejos enamorados agarrados de la mano caminaron hasta el auto por las estrechas y silenciosas calles de la ciudad vieja, circundados por balcones llenos de flores coloridas colgantes y una luna llena que daba un tono alucinante a todo lo que su luz tocaba. Se sumieron en el silencio de aquellos que no necesitan hablar para sentirse extasiados ante la presencia del otro, pero el se preguntaba en que terminaría todo aquello. No se atrevía a proponer nada y trataba de adivinar los pensamientos de ella a través de su mirada. Entonces el pensó que lo mejor era dejar que la espontaneidad del momento dictara el final de aquella noche. Una vez se montaron en el automóvil, ella le pidió con una voz cariñosa que la llevara directo a su casa y recostó su cabeza en Los muslos de Timoteo, y se quedó dormida con una dulce expresión en su rostro. El la observó complacido. Contrario a lo usual, esta vez la cita no terminó como con las otras; bajo sabanas de satín; pero hicieron el amor… sin desnudarse…con besos, con carisias apasionadas y con palabras que sólo ellos conocieron. El amor casual de pescador era realmente ilusorio. La musa árabe parecía ser la realidad y ambos tuvieron la impresión que en esa noche empezaba la relación que añoraban.
Además de su trabajo, Timoteo ayudaba a su madre en el funcionamiento del colegio. Una mañana se dirigía hacía allá y de repente un taxi de color amarillo, conducido por un conductor que cubría su cabeza con un pasamontañas negro se cruzó en el camino. El frenó abruptamente, miró por el espejo retrovisor y vio otro taxi cerrarle el paso por atrás. Sabía lo que pasaba pero no podía hacer nada. Por un minuto pasaron por sus pensamientos numerosas imágenes de su familia y sintió un vacío en el diafragma. Segundos después el vidrio de la ventana cayó en sus piernas hecho miles de triángulos pequeños casi pulverizados por el golpe que el secuestrador le dio con la cacha de la escuadra. Luego le apuntó con el arma y le ordeno bajar del auto, le dijo que hiciera silencio y no resistiera, sintió el frío de un metal hueco del diámetro de su dedo índice pegado en el estomago, otros miembros de la banda vigilaban con armas automáticas en sus manos, le vendaron los ojos y lo montaron en uno de los taxis.
El miedo por no saber adonde le llevaban o si algún día volvería a tener una vida normal le hizo bajar la presión del cuerpo y empezó a sudar frío. Pensó en su familia.
-probablemente no los vería nunca más- pensó.
Lloró en silencio, tratando de que esos hijos de mala madre no notaran sus lágrimas. Vio en sus pensamientos los rostros bañados con gotas del alma de su madre, hermanos, hermanas y el de Leila, todo rodeado de una niebla espesa. La tensión era tal que su cuerpo y psiquis; optaron como medio de defensa, entregarse a la fatiga y desconectarse de la realidad entrando al terreno de los sueños. Despertó al oír un grito.
- Muévase huevón- escucho aterrado.
Se puso de pie en un santiamén y mientras caminaba tropezándose y aturdido sentía las gotas de la lluvia correr por su adolorido cuerpo. Lo amarraron con una cadena a un árbol, no le quitaron la venda de los ojos.
-no trate de hacer ninguna pendejada o le pongo un plomo entre ceja y ceja- Le dijo una voz masculina tosca y gruesa.
Empezó a tratar de diferenciar las voces y a escuchar atentamente, lo cual le ayudó a concluir que sus captores no eran más de diez y que estaba en un cambuche temporal. El estar encadenado y en el piso le hizo sentir la moral por el suelo y su amor propio pisoteado. La lluvia fría no cesaba y se colaba por entre las palmas de un techo improvisado que le habían construido sus captores, pero el suelo era un lodazal.
-No se tomaron el trabajo de cubrir el piso de tierra ni con unos cartones estos mal nacidos – pensó.
Finalmente la lluvia cesó y entonces las hormigas salieron de sus escondites y querían beber de su sangre, el las espantaba a tientas cuando las sentía caminar por su piel. La comida era peor que la de los cerdos del mercado, pero hacía un esfuerzo por comer. El peor momento de cada día de cautiverio era entre las cinco de la tarde y siete de la noche, cuando nubes de mosquitos salían hambrientos, y detectaban la sangre nueva de Timoteo, seguramente estaban cansados del liquido agrio y podrido que circulaba por las venas de los secuestradores. Los mosquitos le atacaban en masa y eran peor que una tortura china. A veces salía de su alma un grito desesperado y entonces, con la venda aun en sus ojos, de alguna parte le llegaba un golpe en la cara y caía al suelo casi inconsciente.
El miedo al pensar que cada día podría ser el último de su vida le producían nauseas que devolvían de sus entrañas lo poco que había podido comer. Lo peor de aquello era que nadie recogía la bilis. Ciego trataba de tapar el hedor con tierra, pues sabía que esto podía atraer más hormigas y quien sabe cuantos insectos más. En las noches rezaba, a veces mojado por la lluvia y ahora con gripa, pero a sus captores no les importaba ni le ponían atención mientras no fuera una fiebre de 40 grados. Le pedía a dios que le diera valor a su madre, que no lo dejara morir en esas circunstancias, y cuando Leila venía a su mente se llenaba la copa de su alma y las lágrimas afloraban sin cesar hasta que la fatiga lo vencía y se entregaba a los brazos de Morfeo.
Una noche, mientras la mayoría dormía escucho al jefe decirle a otra persona en voz baja y casi susurrando.
-hoy hablé con el jefe y parece que agarrar a este carajito fue un error, su familia es conocida, pero no son tan millonarios como pensábamos, no se que carajos vamos a hacer con el –
Timoteo se asustó y sintió nuevamente un frío en el estomago que era el reflejo del terror que le invadía. Sabía que de pronto su familia no tendría disponible los millones que seguramente pedían por su liberación y para lograrlo, tendrían que vender algunas propiedades para reunir el dinero y eso tomaba tiempo. Sabía que sí se convertía en una carga para los secuestradores, entonces probablemente lo matarían. La situación era desesperante.
En el día décimo de su cautiverio todos estaban relajados y mataban el tiempo jugando domino.
-pilas huevones a correr que la ley esta cerca, recojan todo- gritó de uno de los guardias
Timoteo se incorporó de inmediato, encadenado, los ojos vendados, giraba su cabeza a todos lados con terror y sin poder ver que pasaba, su respiración eran tan agitaba que parecía que su corazón se le saldría por la boca, la angustia era indescriptible, no sabía que hacer; entonces en medio de la confusión una voz le habló y unas manos callosas le agarron la cara. Era la voz del jefe, la cual el pudo identificar.
-Dale gracias a dios que hoy amanecí de buenas carajito y no tengo ganas de matar- le dijo.
Luego percibió que todos corrían sin hacer mucho ruido, los segundos le parecían horas y escucho otra vez una voz cerca a su oído.
-desaparece o te jodemos- escuchó.
Se le heló la sangre. Luego un gran silencio cubrió el cambuche y solo se escuchaban los gritos de los monos y los loros. Súbitamente, después de unos minutos que a el le parecieron una eternidad, una voz firme con acento andino le preguntó
-¿y tú quien eres?
-Soy Timoteo del Vilar- Respondió el.
Le quitaron la venda de los ojos los cuales le dolieron cuando las pupilas hicieron contacto con la luz solar. Instantes después su vista volvió a la normalidad y entonces vio un soldado.
-Tranquilo mijo, somos de la infantería, estas a salvo, pronto estarás en casa- le dijo el soldado.
Timoteo necesitó varios meses para reponerse de tan cruel experiencia. Leila estuvo a su lado apoyándolo emocionalmente, pero el había desarrollado un temor que no le dejaba disfrutar de la vida. Cansado de todo decidió irse al extranjero. No era fácil tomar esa decisión pues tenía que dejar su patria, su familia y a Leila que no quería emigrar como su abuelo. Le tocó hacer de tripas corazón y cegar sus sentimientos. Dejó todo atrás y mientras caminaba por el aeropuerto se acordó de las guacamayas de Bellas Artes; como envidiaba sus vidas y sus destinos.
Voló a Canadá, el cual era un país que ya conocía y siempre le pareció un lugar ideal para vivir. Por supuesto no pensó en el clima sino en las bondades de ese país. Era un lugar donde la vida tranquila y la seguridad social eran tan normales que sus habitantes andaban ansiosos de aventuras por el mundo; buscando lo que no se les había perdido, y tratando de ayudar a los habitantes de países azotados por la violencia y el hambre. Con el transcurrir del tiempo se dio cuenta que ayudar a los necesitados es parte de la idiosincrasia y el ser Canadiense.
En un principio se sintió tan desubicado como Adán en el día de las madres, pero con el transcurrir del tiempo y con mucha paciencia su estado emocional empezó a volver a la normalidad y se incorporó a la vida de su nuevo país. Poco a poco fue perdiendo contacto con Leila, pues ambos pensaban que amor de lejos era amor de tres y de pendejos. Pero no se olvidaba de ella y de vez en cuando, mientras dormía en las frías madrugadas invernales del país del norte, su mente se encontraba con la diosa árabe. Debido a la grave experiencia del secuestro, Timoteo bloqueo toda información del mundo Sur Americano y solo mantenía contacto con su familia.
El invierno Canadiense era una delicia en los primeros dos meses, la nieve era limpia, pura y de una blancura delicada, pero al cuarto mes el frío se hacía insoportable con temperaturas hasta de – 40 grados centígrados. La nieve se acumulaba y se volvía sucia, los días eran cortos y las noches eternas. El silencio era casi total y en las calles no se veían rostros, pues todo el mundo se tapaba el cuerpo con muchas capaz de ropa y solo dejaban ver sus ojos como los musulmanes del desierto; como extrañaba el las pieles bronceadas de su ciudad y los glúteos al aire libre en las playas. Muchos se deprimían y se lanzaban en caída libre por el puente Jacques Cartier a las frías aguas del río Saint Lawrence para terminar con sus vidas.
Timoteo luchaba por no dejarse envolver por el tedio y la tristeza invernal, y salía a caminar por la ciudad subterránea de Montreal, guareciéndose de las grandes nevadas y del frío. Le gustaba tener contacto con gentes de todas las culturas y razas, y Montreal brindaba esa oportunidad. Mientras caminaba se divertía escuchando diferentes idiomas y viendo hindúes que olían a curry, árabes que olían a ajo revuelto con finos perfumes y hablando en voz alta a toda hora en sus teléfonos celulares, orientales siempre en gran numero y con sus crías que parecían de juguete y todos iguales, Africanos siempre con caras amables y una sonrisa en sus rostros, Latinos imitando el caminar, las vestimentas y el comportamiento de sus compatriotas pandilleros de New York; lo cual le disgustaba pues ellos no representaban realmente a su pueblo y colaboraban a desfigurar la imagen del sur americano, mujeres bellas por doquier y ejecutivos Canadienses que caminaban apurados y como autómatas.
En medio de este ambiente multicultural miles de pensamientos pasaban por su mente, pensaba cuanto había cambiado desde que dejó Cartagena, en algunos momentos sentía que se había transformado en un ser que disfrutaba demasiado de la soledad de esa sociedad y eso le preocupaba. Ahora encontraba un placer desconocido e inmenso cuando abría un libro y se entregaba a la lectura por muchas horas. En la medida que pasaba el tiempo y conocía más gente se sentía más ignorante y quería aprender más. Ya el alcohol no le llamaba la atención como en sus épocas de pescador en el caribe y encontraba más placer estando en un café teniendo una buena conversación con una bella mujer de cualquier cultura, credo o raza. Esto no había cambiado, ellas seguían siendo su debilidad y las tuvo de todos los colores y sabores, pero hasta ese momento la elegida no se había presentado en su camino.
Envuelto en estas cavilaciones su retina se movía en todas las direcciones y de repente se detuvieron en un punto fijo. En un aviso publicitario de la Place des Arts; desde el alto cielorraso hasta el suelo, estaba la foto de su amada pero con otro nombre “Mikala” anunciando su concierto con bombos y platillos. Por un momento el dudó que fuese ella, pues se veía más madura y definitivamente mucho más hermosa que la imagen que su memoria guardaba, además esta era una mujer famosa. No se había dado cuenta que había cortado a tal extremo toda información de Cartagena y su país, que poca música latina escuchaba aparte de la que había traído unos años anteriores y algunas nuevas canciones de cantantes nuevos que muy rara ves tocaban en la radio Canadiense. Había escuchado la música de una artista latina que se llamaba Mikala pero nunca vio una foto de ella y no asociaba su voz con Leila. Al verla en la Place des Arts todo le pareció irreal. De todos modos fue a la taquilla y compró un boleto para asistir al concierto de Mikala al día siguiente.
Luego que Timoteo emigró a Canadá, Leila siguió trabajando y dedicada a la panadería. En la noche del primer aniversario de la inauguración del hotel se hizo una gran fiesta. Los invitados llegaron de diferentes partes del país y algunos del exterior. Había personajes destacados de la política nacional y local, artistas de la farándula, algunos ladrones de cuello blanco aceptados socialmente, ejecutivos de multinacionales y por supuesto, muchos colados locales que nunca faltaban en las grandes fiestas del caribe y que siempre les tomaban fotos que salían en las páginas sociales de los periódicos de la ciudad. La orquesta fue sido traída de Cuba y el banquete de la más alta calidad fue preparado por el chef del hotel.
Leila nunca había estado en una fiesta como aquella y estaba fascinada y excitada con los cambios de su vida. Por un instante; mientras se ponía el vestido largo negro, que compró para la fiesta y que combinó con un collar y zarcillos de perlas cultivadas negras que heredó de su abuela marroquí pensó en Timoteo, y en como le gustaría que el estuviera allí, acompañándola en esa gran noche, pero la vida era así; dura y caprichosa, y había que aceptar sus designios. Hacía algún tiempo que no sabía del pequeñín y lo poco que escuchó una vez fue que seguía sin casarse. Seco una lágrima que corrió por su mejilla derecha y se sacudió de ese momento melancólico. Antes de salir llamó a su padre en el pueblo, le contó sobre la fiesta y cuan feliz estaba.
Al llegar la media noche; cuando los fantasmas de las viejas casonas del centro histórico hacían de las suyas, el gerente del hotel hizo un brindis y acto seguido pidió a Leila que cantara una canción. Ella ruborizada aceptó. Como siempre una vez terminó de cantar los aplausos no se hicieron esperar y ella se sintió realizada y feliz. Conversaba con una compañera de trabajo y súbitamente se acercó un hombre distinguido, buen mozo y elegantemente vestido todo de blanco; lo cual llamó su atención pues era una fiesta de noche y todos los hombres estaban de smoking negro menos aquel extraño, se presentó como todo un caballero y como agente artístico, seguidamente le dio una tarjeta de negocios.
-Vivo en Miami, si alguna vez vas allá, por favor llámame – le dijo.
Ella le agradeció el gesto y el hombre se fue sin decir una palabra más. El momento fue extraño pero ella guardó la tarjeta sonriendo. La fiesta terminó en horas de la mañana.
Cierto tiempo después Leila estaba de vacaciones y había reunido dinero durante varios meses después de la fiesta para concederse la satisfacción de conocer Disney World. Era la primera vez que estaba en el extranjero y todo le parecía fantástico.
-Cuanto había cambiado su vida desde que salió de aquel pueblo donde nació- pensó.
Tomó la precaución de llevarse la tarjeta de aquel agente artístico y estaba decidida a llamearle.
-Buenas tardes, soy Leila de Cartagena y estoy en Miami ¿Me recuerda? La que cantó en la fiesta del aniversario del hotel- le dijo a su interlocutor en el teléfono.
El hombre se acordó inmediatamente, tuvieron una corta conversación y la citó para el día siguiente. Su chofer pasaría por ella en el hotel. A las nueve de la mañana llegó a recogerla una limosina negra del largo de un auto bus y con los vidrios negros polarizados que no dejaban ver su interior. La limosina llegó a una gran mansión pintada toda de blanco, pisos de mármol, fastuosos jardines llenos de flores de todos los colores, y un pequeño lago a la entrada con cisnes y una fuente en el centro. Caminaba extasiada por un pasillo de techos altos y helechos colgantes de un verde perfecto que parecían plásticos, veía fotos de personajes famosos colgados en las paredes; podía reconocer a algunos, otros eran totalmente desconocidos para ella. La acompañada una empleada domestica vestida de negro, blanco y su cofia perfectamente colocada en la cabeza y que hablaba español.
Entraron a un gran salón donde había un gran piano de cola y en cual estaba sentado aquel personaje que se le presentó en la fiesta del hotel. En un pequeño bar estaban sentados dos hombres y una mujer de baja estatura que tenían un acento parecido al de ella lo cual le dio confianza. Sin mucha introducción la invitaron a cantar. Una ves terminó el agente artístico se acerco a ella.
-tu vida puede cambiar y te puedes dedicar a lo que mejor haces, pero debes quedarte a vivir aquí en Miami y autorizarme como tu manager artístico- le dijo.
Todo esto era muy rápido, aquel hombre del cual no sabía nada le proponía, en cuestión de minutos, que cambiara su vida totalmente. Todo parecía una locura y pidió un poco más de explicación sobre aquella propuesta. El hombre entonces entró en más detalles, le presentó los nombres de los artistas a quien el representaba y seguidamente le propuso tratar de convertirla en cantante famosa y si todo salía bien ella podría convertirse en millonaria; pero le advirtió que era arriesgado, pues unos lo logran y otros no. Leila siempre tuvo espíritu de aventurera que había heredado de sus ancestros árabes, percibió honestidad en la mirada de aquel hombre, se guió por sus instintos y se acordó de las palabras que su padre le dijo alguna vez.
-Lo importante es llegar al sitio justo y en el momento adecuado y tener confianza en nuestros instintos pero siempre estando alerta-
-¿será este mi momento?- se preguntó.
Entonces se encomendó a dios.
-Si, me quedo – respondió con vos firme.
Como siempre; en sus momentos de felicidad o angustia, Timoteo llegaba a su mente, y pensaba cuanto le gustaría haber podido compartir esos momentos con aquel hombrecillo que tanto le gustaban los roscones con bocadillo de guayaba, y que le había hecho sentir como una mujer en todos los sentidos y del cual no había vuelto a saber prácticamente nada.
Luego hablaron de los planes que tenían, de las composiciones musicales que tenían, y que habían sido concebidas por un compatriota de Leila y que estaban esperando a una interprete como ella para que les diera vida. Le hablaron de las arduas sesiones de grabación que estaban por delante y de algunas clases de entonación y ejercicios de respiración que le servirían para convertirse en una verdadera profesional. Finalmente conversaron sobre el contrato y el dinero que ella ganaría, la suma le pareció un sueño. Salió de la reunión con el corazón en la mano pero con un cheque adelantado para que resolviera algunos gastos que nacieron en el momento en que dio la respuesta positiva. La suma del cheque de adelanto; al convertirla a pesos Colombianos, resultaba casi igual a lo que ella se ganaba en un año de trabajo. La alegría y la angustia la embargaban al mismo tiempo, pues había tomado una decisión basada en su intuición y todo era muy bueno para ser realidad, el miedo a equivocarse era aterrador. Además, estaba en un país y una sociedad que no conocía, no sabía el idioma, pero al poco tiempo se dio cuenta que en la Florida se puede vivir en español y sin saber ingles.
Leila debió cambiar su nombre por otro que fuera más artístico, ella no estaba convencida de que eso fuera necesario, pero su manager insistió tanto que le tocó torcer el rabo y aceptar. Cuando estaba niña en su pequeño pueblo, se subía hábilmente en los árboles de mango y alcanzaba los que nadie podía; su padre con el cariño que siempre le tuvo, solía decir con una sonrisa amorosa de progenitor orgulloso
- es que Leila parece una mica cogiendo dátiles en las palmeras del desierto-
Lo cual enternecía el corazón de su hija.
Entonces decidió que su nombre artístico sería Mikala.
Grabó su primer disco el cual fue un éxito en Sur América. Luego conquistó Tailandia y otros países orientales donde particularmente los ciudadanos de esas latitudes les parecía que su música tenía vibraciones afrodisíacas y sensuales. Leila resultó ser una artista polifacética ya que ella misma dirigía la coreografía de sus espectáculos y el juego de luces; fue una de las pocas condiciones que puso cuando firmó el contrato con el sujeto de vestimentas siempre blancas. Su equipo planeó meterse al bolsillo el mercado latino de Norte América y se organizó una gira con todos los hierros por las principales ciudades de USA y Canadá.
Cuando Mikala supo que iría a Montreal sintió un calor en su vientre y hasta un cosquilleo entre sus piernas que le dio vergüenza católica; pues sabía, que el hombre con quien se encontraba en sus sueños mientras dormía sola en los hoteles del mundo, estaba viviendo en esa ciudad y aun estaba soltero. No quiso tratar de contactarlo, sino que más bien, confió en los designios divinos y en su suerte; que hasta el momento no le había fallado. Tenía la esperanza de que Timoteo viera su foto o escuchara la publicidad, la reconociera y la contactara en el hotel. Era bastante arriesgado pues en ciudades tan agitadas y grandes como Montreal, su concierto podía pasar desapercibido para muchos.
Los pretendientes no le faltaban e incluso hizo varios intentos con hombres de diferentes procedencias, pero siempre llegaba a la conclusión que; siendo famosa, muchos solo querían estar con ella para llevarla a la cama o utilizarla como conejillo de indias para mostrarse ante las cámaras. Ninguno se había acercado al lugar de su corazón donde aquel pequeñín llegó, pero que tuvo que separarse de ella por asares de la vida y por culpa de un país sumido en la violencia.
Timoteo regresó a su apartamento con el tiquete del concierto en su billetera y de primera fila. Ya no observaba a los hindúes, árabes, orientales, negros o latinos; como tampoco percibía sus olores, su mente estaba en el futuro, en el concierto y los nervios se le dispararon a tal punto; que un tic nervioso apareció en su parpado y labio posterior derecho. Pensó en que pasaría si lograba hablar con ella ¿como iba a hacer para entrar al hotel y hablarle?, ¿lo habrá olvidado?, ¿Cómo debía llamarla, Leila o Mikala?, ¿que le diría? ¿Le contaría de sus ultimas experiencias con mujeres árabes, rumanas, francesas, canadienses? o ¿debería callar para siempre?
- lo que no es en tu año que no te haga daño y ojos que no ven, corazón que no siente, por lo tanto no hay necesidad que ella sepa esas cosas- concluyó.
No era que se sintiese culpable, solo que era de las personas que están convencidas que entre menos se sepa de la privacidad de alguien, mas cómodo se está con esa persona.
El concierto empezaba a las 7:00 p.m. pero el llegó con dos horas y media de adelanto, le dio un poco de vergüenza al notar que era el único allí a esa hora. Por supuesto, fue el primero en la fila de entrada, y por tener boletas de primera fila y numerada se encontró solo por mucho rato; sus vecinos de espectáculo no llegaron sino faltando media hora para la iniciación del show.
Place des Arts se llenó hasta los balcones y Timoteo estaba impresionado del éxito que Leila o Mikala había alcanzado. Se apagaron las luces y un mar de aplausos y vivas invadió el recinto. El corazón del pequeñín se aceleró en estampida loca cuando Mikala salió al escenario, el público estaba histérico, había banderas de Colombia flotando por los aires y orgullosas de su embajadora artística. El show empezó con música alegre, todos bailaban con frenesí y los sudores se mezclaban en un contorneo general.
– Es ella, no tengo ninguna duda- pensó Timoteo.
Luego de 5 canciones, el lugar quedó a oscuras y un chorro circular de luz blanca calló sobre la estrella Colombiana, quien se aproximó al público. Diferente a su país, en Canadá no había los cordones de seguridad de la sufrida Colombia. Mikala caminaba al frente de su audiencia saludándoles y hasta dándoles la mano diciendo palabras dulces aprendidas en Francés y algunas frases en Español. Timoteo estaba en la primera fila y ella se acercaba poco a poco, el quería salir corriendo del mismo nerviosismo que le invadía, pues si no lo reconocía su corazón se dolería inmensamente y si a algo el le temía, era al dolor del alma. Súbitamente Mikala se detuvo e hizo silencio y se quedo impávida ante la presencia de su tan añorado pequeñín.
-Hola cariño- dijo ella.
-Hola- contesto el sonriente.
Ella hizo una señal a su manager que se encontraba detrás de bambalinas y pidió una guitarra. Este se agarró la cabeza por las sienes y con mirada de desesperación.
– ¿y que carajo va a hacer esta?! Esto no es parte del show ni de la coreografía!, ¡Esta mujer esta loca!- pensó.
La guitarra llegó al instante y el público no entendía lo que pasaba, y menos aun la orquesta y el manager que estaban a punto de un colapso nervioso. Timoteo era de naturaleza tímida.
-Trágame tierra- pensó.
Por supuesto, 15.000 ojos estaban en el.
– ¿y este quien será?- se preguntaban todos.
Los flashes de las cámaras estaban enloquecidos. Luego una lagrima corrió por el parpado derecho de la estrella.
- Una flor nunca olvida cuando un colibrí toma el polen de sus pétalos con delicadeza y siempre despertará cada mañana, esperando a ese dulce pajarillo para seguir brindándole, lo más valioso de su naturaleza.
Esta canción, fue para ti en la plaza de San Diego de Cartagena y lo es hoy, en la Place des Arts de Montreal…”somos novios” – dijo ella.
Cuando la canción terminó, el público enloqueció ante el beso que se dieron ese par de almas, que nunca más volvieron a separarse después de aquella noche.

Gustavo Berdugo.
Abril-2005

Texto agregado el 02-04-2005, y leído por 129 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]