Arantxa aparentaba una edad de cuarenta y cinco años, que al contemplarla desde lejos cabría afirmar, sin caer en la hipérbole, que era un hermoso ejemplar femenino. En la distancia se apreciaba una mujer de apariencia deportiva, con bellas piernas, un busto proporcionado y el rostro de facciones regulares y correctas.
Desde que nació, sus padres no tuvieron más ojos que para admirar sus encantos y gracias, y como no hubo más hijos en el matrimonio, el cariño que por ella sentían llegó hasta la idolatría.
Desde que abordó la enseñanza secundaría surgió en ella una ansia de escribir indescriptible. Sobre todo versos, inspirándose en los poetas modernos, despreciando olímpicamente a los colosos ancestrales de la poesía, que los consideraba caducos e inadmisibles en la época actual.
A pesar de su belleza física, el dios Amor no se mostraba muy proclive a depararle sus beneficios, pasando la juventud en el calvario de ver como infinidad de jóvenes se acercaron a ella, pero al poco tiempo dejaban de interesarse. El motivo era bien sencillo: el hombre difícilmente congenia con las marisabidillas. Y Arantxa, por culpa del desmedido elogio de sus progenitores, llegó a creerse que era la más inteligente y culta del terráqueo planeta.
Esa inepcia para el amor influyó en el carácter de Arantxa, al punto que se erigió en la más cruel y contumaz crítica del hacer masculino, fuese en el trato personal, como en el literario.
Siguiendo con su afición, entró a formar parte de un núcleo de escritores que colaboraban en un portal de internet, en el que plasmó bellos e inspirados poemas, que merecían el aplauso de casi todos los lectores.
Recientemente se incorporó a ese portal Javier, un joven de treinta años con título universitario, criado en una familia conservadora y educado en colegio caro, que había nutrido sus conocimientos literarios estudiando a los clásicos. Él sentía por los poetas modernos lo mismo que expresa Isabel Allende, que su poesía es hermosa, pero sin rima, métrica ni argumento. Es decir, un conglomerado de palabras inconexas en su acepción semántica, pero no ayunas de musicalidad, que es lo que las hace bellas.
Desde la primer poesía publicada, Javier se vio sorprendido por una crítica acerba y despiadada firmada por Arantxa. No es que le sorprendiera la crítica en sí, pues él sabía sobradamente que las musas no eran precisamente sus aliadas. Lo que le intrigó fue el encarnizamiento con que se mostraba la crítica.
Como el hecho se repitió en varias ocasiones, y Arantxa de la crítica había pasado al insulto personal, Javier se fue interesando cada vez más por aquella escritora que con sus insultos demostraba sentir algo más que odio por su persona. Y así fue, cómo, haciendo averiguaciones, llegó a conocer su paradero, y sin pensárselo dos veces, emprendió la larga ruta que les separaba físicamente para conocerla y patentizarle el gran interés que le había despertado.
Al llegar a la población donde residía Arantxa, espió su salida de casa, y en verdad que quedó prendado de su hermosa figura. La siguió, y dio la coincidencia de que ella entró en una librería, lo que insufló ánimo a Javier para abordarla, entablando una anodina conversación sobre literatura.
Pero a medida que Javier la miraba, iba descubriendo en ella arrugas que marcaban simétricamente la comisura de unos labios flácidos, bolsas bajo los ojos que el torpe maquillaje ponía más de manifiesto y una celulitis incipiente que auguraban una depauperación de la carne ya en acción.
. Entonces fue cuando Javier comprendió la tragedia de aquella mujer y su consiguiente mal humor, que le hacía ser tan terriblemente mordaz y despiadada en sus comentarios a los demás. Y le causó lástima y una pena infinita.
Sin presentarse ni darse a conocer, salió de la librería deprisa y desilusionado. Y regresó a su casa pensando en que todas las acciones en la vida tiene una explicación.
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