Cada día cuando amanece, Víctor se levanta, se lava, charla con su amigo portero.
El portero habla de los venusianos, hoy habitan en los subterráneos del hospital, mañana en el entretecho, pasando por estar en las ramas de los eucaliptos. Al preguntársele por los Extraterrestres habla que son rubios, ojos claros, nadie obeso, menos anoréxicos, son omnipresentes, pero, donde más pululan es en su ser, se introducen en cada pliegue de su cerebro, cada neurona es invadida, a ratos le alegran y otros atormentan.
A ratos recuerda que hace años sus padres lo fueron a dejar al Peral y nunca regresaron a verle, hoy es portero sin mucho trabajo, cada día está en la puerta por la que pasan su siquiatra, la enfermera y alguna visita.
Víctor, también fue dejado en el hospital, nadie ha regresado a verle, son años que está internado, siempre afeitado, su ropa es como si cada día la lavara. Sale por la puerta, camina la ciudad, tiene rumbo fijo, en la micro se cruzan sus pensamientos, la trama que tejió en su cerebro es intrincada, sus recuerdos son escasos, solo ve el pabellón donde duerme con otros, “más locos que yo” (dice),
En la población es conocido, nadie le presta atención, los niños juegan con él, por “loco pacifico” le conoce la vecindad, las madres no se preocupan mucho, el Víctor conversa y juega con los menores, almuerza lo que alguien le regala, lleva años jugando con los mismos niños.
Le duele la cabeza, chocan sus neuronas, pelean las que le hacen estar tranquilo con las que le llevan a motivar sus antiguos instintos.
El dolor es punzante, no le deja estar despierto y tampoco dormir, hace mucho que no se presenta, cuando se hace presente, es un infierno.
La mañana está tibia, se reúne con sus pequeños amigos, conversa con uno y otro, responde preguntas, no recuerda nada de su pasado, si se adentra en su mente nada ve, el dolor es continuo.
Nadie se percata cuando camina con el joselo, se dirigen por el pasaje hasta el gran sitio eriazo y de ahí nadie sabe más.
El niño llega a su casa, hay lágrimas en sus ojos, no quiere hablar, no hay muestras visibles de golpes en su cuerpo de siete años, la madre pregunta, el niño llora, mudo, la madre ve que cojea, llama al niño, comienza a desvestirlo, abre los ojos cuando ve sangre en sus blancos pero entierrados calzoncillos de su pequeño.
El Víctor no regresó a la población, joselo no sonrió por años, Víctor fue a la cárcel y luego aislado en el hospital siquiátrico, una celda para solo él, con las medicinas el dolor no regresó a su cabeza y el no regresó a la calle.
Curiche, otoño 2005
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