Primavera de 1673
Tras los acontecimientos acaecidos en Sevilla, un asunto de trascendencia va a llevar a Don Luis y Don Rodrigo a tener que servir de nuevo a la corona de España. En la vecina Francia, Luis XIV ha iniciado una ofensiva hacia los Países Bajos, la relativa paz conseguida tras su matrimonio con María Teresa de Austria(hija de Felipe IV) ya no tiene sentido. España se encuentra débil, como su rey, Francia, Inglaterra y El Sacro Imperio Germánico desean aprovechar la oportunidad.
El Valido del Rey, Fernando de Valenzuela, les encarga la difícil misión de dirigirse a París y convencer a María Teresa de Austria para que acabe con la vida del Rey Sol con la promesa del apoyo español para su posterior asentamiento en el trono, solo tienen un problema, Don Luis y Don Rodrigo lo único que dominan del francés es su delicioso vino por lo que se les ordena que vayan acompañados de un buen conocedor de ese idioma y de París, y no será otro que el Obispo Graju que años atrás había servido al todopoderoso Cardenal Mazarino, sucesor de Richelieu.
Abril de 1673,la fragata San Jerónimo, con 20 cañones, arriba de forma discreta al puerto de El Havre, cerca de la desembocadura del Sena...
En uno de los camarotes el capitán Barrasús, Don Rodrigo y el obispo Graju charlan en torno a una mesa.
- Dejemos los rencores a parte, nuestro rey nos necesita, por supuesto vuesa merced Graju irá con ropaje de paisano, al igual que nosotros, la misión es fácil, llegar a París, entrar en palacio y convencer a la reina para que envenene a ese engreído rey francés -Don Luis ponía gesto serio mientras exponía el plan-
- Me parece bien, ya llevo preparada la cicuta para ese puto, aunque tengo entendido que en París hay bellas mujeres y buen vino ehh...- Don Rodrigo guiñaba a un ojo al capitán mientras esbozaba una malévola sonrisa-
- ¡Dios nos ampare y que el manto de la virgen nos proteja! como nos descubran...- el obispo sudaba hasta por orejas al decir tales palabras-
Pocos días después llegaban en cabalgaduras a las puertas de París, su aspecto no llamaba demasiado la atención, sombreros de fieltro, chaquetas ajustadas, calzas anchas y botas de cuero. Don Luis portaba espada ropera, poco fina pero buena para estoquear, daga a la cintura y un miquelete de chispa para saltar los sesos a quien se pusiera por delante, Don Rodrigo llevaba consigo un cuchillo canario bien afilado y el obispo no llevaba hierro pero en la bota una porra se dejaba asomar.
El obispo los guió hasta el Palacio de Saint-Germain, cerca de I’lle de France, donde residía el Rey Sol mientras se terminaba el Palacio de Versalles, un contacto les daría paso a través de una entrada discreta, pero antes de llegar una taberna se les cruzó en el camino...
- Tengo el gaznate seco como una mojama de atún, Rodrigo, ¿qué te parece si regamos las gargantas con un poco de vino? - afirmó Don Luis más que preguntar-
- ¡Vive Dios que no hay nada mejor que eso para calmar la sangre!, entremos...
Entraron los tres, maldiciendo el obispo tal ocurrencia sabiendo la misión que se traían entre manos. El obispo Graju alzó la mano y gritó:
-Eh, mon gars! Sers-nous trois pichets de vin bien remplis!... et ne m'coupe pas ça avec de l'eau, hein?
El tabernero se acercó con el vino y lo depositó en la mesa, comenzaron a beber y las bocas se calentaron como si vivieran en el mismísimo infierno, hablaban entre ellos en voz baja pero las jarras no dejaban de llegar una tras otra, cada vez elevaban más sus palabras y en un momento dado Don Luis se levantó, alzó la jarra y propuso un brindis:
- ¡Viva España y mis cojones! -a lo que Don Rodrigo replicó-
- ¡Viva Guatemala y la madre que me parió!
Ambos comenzaron a reírse mientras el obispo Graju se metía poco a poco debajo de la mesa. Unos mosqueteros que estaban bebiendo en la taberna se acercaron con malas pulgas diciendo:
- Que fichez-vous ici, diantre, Espagnols de merde?! Arrêtez-les au nom du Roi!
-¡La puta que os parió, a por ellos Rodrigo!- dijo Don Luis sacando todo el hierro-
La espada ropera, la daga y el cuchillo canario de Rodrigo zigzagueaban en el aire chocando y haciendo saltar chispas contra los espadines de los mosqueteros, mientras Graju aguardaba a buen recaudo bajo la mesa; la cosa se ponía fea y las sillas saltaban como resortes, el obispo viendo tal situación salió y porra en mano atizó a dos franchutes dejándolos sin sentido, mientras el que quedaba salía corriendo sangrando por un brazo y por donde la espalda pierde su digno nombre.
Sin darse cuenta la noche había pasado y al salir de la taberna las primeras luces del día ya asomaban, los tres reían y Rodrigo se hacía una pregunta:
- ¿Qué hacemos ahora? esa fulana que tienen por reina nos espera... ¿vamos a palacio o buscamos “otro entretenimiento? -dijo Don Rodrigo frotándose las manos-
Graju, con los ojos enrojecidos por la madrugada y el vino, amén de la reyerta, simplemente dijo:
-¡Pardiez! A esta hora suelo decir misa. ¡Que ganas tengo de cambiar el agua, el vino y el pan por un buen copón de chocolate espeso y un churro! ¡Ala, A lo que venimos. Dejad el jolgorio y la bebida para más tarde, que tiempo habrá para refocilarnos... digo... refocilaros bajo los puentes de París!.
Don Luis y Don Rodrigo entendieron las palabras del Obispo. Buscaron todos una pensión donde arreglarse, comer unos buenos huevos escalfados y un baguette horneado al momento, mientras discutían el mejor momento para presentarse a palacio con la encomienda del Valido Valenzuela. Don Rodrigo se tocó la alforja para comprobar la presencia de la cicuta.
Hacía pocos meses que había muerto Jean Baptiste Poquelin, conocido por Moliére, en plena representación del Enfermo Imaginario, situación que había entristecido al Rey, dada la protección que este último había dado al escritor. Era tal la influencia de las obras de Moliere en el Rey, que este se hacía examinar la orina cada mañana, en un espectacular aspecto teatral, donde intervenían gran cantidad de sirvientes y familiares, tanto en la puesta de la camisa y ropa del soberano, como en la procesión que se formaba para llevar los meados en un recipiente de oro, para ser olidos y examinados por el médico de la corte. Este rito se celebraba todas las mañanas y era una rutina seguida con curiosidad y reverencia por todo el personal del palacio.
Nuestros personajes, el Ilustrísimo Iluminado Graju, Don Luis y Don Rodrigo, se habían dirigido hacia el Palacio de Saint-Germain donde les esperaba, a media mañana, el jefe de siervos del ala lateral, español de Vick, Barcelona, y quien era el contacto para una entrevista con la mismísima maría Teresa de Austria, esposa del Luis XIV.
El movimiento de la gente de la Corte, de empleados de alta y baja jerarquía, y de caballeros y carruajes, nadie tomó en cuenta al anónimo trío que, sin problemas, se encontró con Joseph Torrens Portabella, vestido a la usanza y quien, con un simple movimiento de sus dedos, les hizo seguirlo por diferentes pasillos hasta desembocar en una salita pequeña, pero suntuosamente adornada con sillas de cedro negro y mesas de caoba de riquísimos diseños, muy característicos de los muebles del gusto de Rey.
-Sentaros. Esperad un rato, que la reina está en la ceremonia del traslado de los orines del rey. Viene en breve.
Los tres se miraron con cierta sorna y, mientras esperaban, contemplaban un gigantesco lienzo del mismísimo Rey, con zapatos de tacones altos y rojos; peluca de pelo natural, su mano izquierda apoyada en la cadera, y la derecha en un bastón de empuñadura de plata, mostrando un traje impresionante y, a la vez, lujosamente adornado con armiños y bordados de oro.
De pronto hizo su entrada un rechoncho individuo, con gafas a lo Quevedo y una batola extraña. En sus manos llevaba una bandeja de plata y, sobre ella, un recipiente de oro, parecido a un orinal.
Empezó a hablar en francés y Grajo, atento, dijo:
- Monsieur, je parle français. Parlez avec moi, svp.
Pero el médico, bajando la voz, dijo en buen castellano
- Me ha dicho mi Señora la reina que entre vosotros hay un médico americano, de la Corte española, experto en husmear orines... Estos son los primeros de esta mañana de el monarca, y quise, como médico, compartir mi nariz con el galeno. A ver si tenéis la misma opinión mía...
Don Rodrigo se adelantó un paso y tomó del lado de la bacinilla una pequeña cuchara de oro, la que introdujo en la orina, tomando un poco de ella.
-Yo uso cucharillas de hierro, pero este comemierda usa de oro... Gran responsabilidad...-- dijo entre dientes, cuidando que el galeno francés no lo escuchara. Don Luis esbozó una sonrisa.
Con ademán cuidadosamente estudiado se llevó la cucharilla a la nariz...
-¿No la probáis colega? Interrogó el franchute. Acá es norma...
-Sí... claro respondió Don Rodrigo. Y procedió a meter el dedo índice en la cucharilla, chupándolo seguidamente. Casi vomita, pero su estómago de buen médico había aguantado esto y más. Iluminado Graju y Don Luis no aguantaban la risa. Pero se mordieron los labios. Seguidamente la olió con cuidado y empezó a exponer su opinión...
-El Rey anoche tomó té de manzanilla con unas gotas de concentrado hecho del “polvo de los jesuitas”... traído de Perú o Guatemala... quinina... Mm. Veamos... Por la mañana se hizo una paja.--Su seriedad contrastaba con la boca abierta del galeno del Rey y las caras de asombro de sus compañeros. –Sigo- dijo ante la expectación de los presentes. -. Su Majestad tiene malos humores hepáticos y no le asienta bien que coma champiñones a la Provenzal por las noches. Interesante fuese que todos vosotros probéis esta orina... para corroborar.
-Esperad, dijo el francés. Haló con fuerza un cordel colgado del techo y, en seguida, aparecieron dos siervos.
-Averiguadme con el cocinero real qué comió anoche el Rey. Y salió detrás de ellos, mascullando palabras en francés casi ininteligibles.
-¿Champiñones a la Provenzal?...Todos se preguntaron a la vez...- ¿Y probaste los orines?.
-¿Cómo lo sabéis, docto amigo? - inquirió presuroso el Obispo Graju, gran conocedor de cazuelas y potingues? -.¿Por la orina?...recalcó .
-El pedante Rey, me he enterado en la taberna en que tuvimos la reyerta anoche, gusta de comer champiñones todas las noches, porque le han dicho que es un afrodisíaco. La orina apesta a ajo y a culo, típico de una persona que se ha hartado la noche anterior de ajos fritos con perejil... pura química, mis amigos... química anal... Por lo que intuyo que comió champiñones a la Provenzal. Si fallo, pierdo, pero si adivino... seré halagado por el mismísimo Luis XIV. La orina no la probé... sois malos observadores. Metí el dedo índice pero me chupé el del medio... - Todos rieron la ocurrencia.
En ese momento llegó el médico francés acompañado del mismísimo Cocinero Mayor del reino... monsieur Le Gardé.
- Sí señores. Efectivamente, preparé anoche Champiñones a la Provenzal.. Increíble. ¿Podéis averiguar mis males... por la orina? -Preguntó el cocinero ansioso.- No me he sentido bien y he de aprovechar vuestra presencia...
Empezaron los aprietos.- A Don Rodrigo solamente se le ocurrió preguntar: -¿Orinasteis al levantaros?.
-Oui monsier doctor.
-¿Os lo sacudisteis?
-Este... sí.
-Pues habéis de esperar hasta mañana. Los orines acumulados en la vejiga no son buenos. Pero... mañana, si nos cocináis hoy una opípara cena, os examino con muchísimo gusto.
En ese momento hizo su entrada la mismísima Reina. Todos se inclinaron reverentemente ante Doña María Teresa, casi hasta el suelo, besando cada uno la mano de Su Alteza.
-Podéis iros- La Reina despachó al médico francés y al cocinero. –Llevaros los meados de mi marido.
Don Luis se adelantó y luego de la reverencia, sin más, fue al grano:
-Sabéis ampliamente de nuestra misión y no queremos hablar demasiado. Hemos consultado con la mismísima marquesa de Brinvilliers, discípula de la italiana Teofanía d’Adamo, conocida como La Toffana, quienes han envenenado, entre ambas a más de 600 personas y nos ha indicado que el mejor camino es el arsénico, pero hemos venado cargados de cicuta… más lento, menos obvio…Vos diréis Alteza.
-Estoy enterada de todo. Siento esta vez no complaceros. El Rey me ha insistido tanto en que ni bien se entere de alguna situación anómala, pondrá al cabecilla en la cárcel, y le pondrá una Máscara de Hierro hasta el final de sus vidas...
Iluminado Graju, Luis Barrasus y Rodrigo temblaron imperceptiblemente. Se miraron de reojo y...
-Como os decía. Dejad esto tranquilo. Marchad de vuelta a Madrid y decidle al Valido mi mensaje. Yo me dedicaré, de forma muy callada, a martirizarle la vida al cabroncete engreído y os dejaré saber. Ponedme la cicuta en este relicario de oro que llevo colgado, y, noche a noche le pondré algo en el té de manzanilla.
CONTINUARÁ.... mañana mismo...
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