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HORMIGAS

Autora: La Emperatriz





Todos se divierten, y piensan que yo también. Qué ridiculez. Alguien en silla de ruedas siempre ve el mundo de manera diferente. Y la verdad es que en vez de permanecer aquí en el jardín, en medio de la fiesta, lo único que desearía es estar tendido en la cama, observando el techo y las paredes de mi habitación. Mi mundo. Y es que desde que tuve aquel absurdo accidente vascular, ya nada me motiva. Ni siquiera el matrimonio de mi hija Antonia, efectuado hace un par de horas, y cuyos festejos organizó Gema, mi mujer, aquí en casa. Ahora mismo, y a pesar de ver a mi niña y a su marido bailando felices, inspirados en sus mutuas promesas de amor, no puedo dejar de lado mi mal humor. Hubiera querido llevarla yo mismo al altar. Por supuesto, mi condición no me lo permite. El cuello es lo único que puedo mover. Es cierto que con la terapia de rehabilitación algo he avanzado, pero son logros mínimos que no modifican en nada mi estado. A veces me desespero con mi inmovilidad. Quizás debí haberme muerto de una vez y punto. Pero claro, como seguramente en más de algún pecado debió descubrirme Dios, no merecía el premio de una muerte rápida. Cada uno con su karma. Y éste es el mío.
Daría lo que fuera por ser como aquella hormiga, que haciendo abuso de su extrema pequeñez, se acerca directo a la torta de novios, una torre blanca de cuatro pisos. Imagino su alegría e incredulidad. Al llegar hasta la torta, se detiene unos segundos. Parece inspeccionarla, olerla, y probarla. La envidio. Quisiera hacer lo mismo. Qué ironía, que un ser tan ínfimo como una hormiga tenga la libertad que yo no poseo. Daría lo que fuera por medir sólo unos milímetros, tener seis patas, dos antenas y volver a ser útil, valorado, tener de nuevo un rol que cumplir. Volver a ser importante. Una brisa tibia desvía de mis pensamientos. Miro hacia arriba. Un miedo inusitado me estremece. Los árboles han crecido. Las personas también. Siento que debo esconderme de ellas. Sobre todo de Gema, que se acerca hasta dónde me encuentro, el mesón de la torta de novios. No debe verme, porque tengo que avisarle a las demás de mi hallazgo. Me alejo lo más rápido que puedo, para que ella no me descubra. El camino a casa, pienso, mientras avanzo por entre el césped del jardín hasta llegar a una piedra grande, instalada justo detrás de los cardenales. Un caracol pasa por mi lado, sin mirarme siquiera, dejando el rastro de su baba viscosa. Me voy con cuidado para no quedar pegado en ella. Por fin arribo a mi colonia. Las soldados miran hacia todos lados antes de dejarme entrar. Unas obreras, igual que yo, me llevan hasta la reina más antigua, que me solicita información. Le cuento no sólo de la torta, sino también de los canapés, las empanaditas, el salmón ahumado y los variados postres de leche y frutas dispuestos en las distintas mesas. Y la advertencia. Hay que ir tarde, cuando esté oscuro y los humanos se hayan marchado. Me divierte hablar de la palabra “humanos”. De alguna forma me parece tan familiar, pero a la vez tan lejana. Anochece. Cientos de hormigas avanzamos hasta el patio de la gran casa, ordenadas en fila, como debe ser. Con los restos del banquete, nos damos un festín histórico para la colonia. Después nos llevamos lo que más podemos a nuestro hogar, quedando absolutamente aprovisionadas para el invierno. Las tres reinas me felicitan. Mis compañeras me ovacionan. Y yo, que desde que nací siempre soñé con ser un hombre, por fin comprendo lo importante que es ser una hormiga.




Texto agregado el 31-03-2005, y leído por 136 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-09-2005 Una narración muy fluída, las imagenes son muy claras, y muy buenos los mensajes. Tefelicito. ***** fabiangs
06-09-2005 Me gustó..pero hay algo que no me convence del todo y no sé qué es. Tal vez el cambio tan drástico en donde ya narra la hormiga o quizá el final que no lo sentí con mucho peso. Posiblemente haya algo de ambigüedad en el cuento... No sé. Es tu estilo, así lo quisiste hacer y te quedó bien. Jacobo-Perez
 
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