De dentro de esa casa vieja, consumida por el tiempo y la falta de cuidados ubicada en una esquina cualquiera de esta sobre poblada cuidad, comenzaron en la mañana a surgir gritos, gritos de gran agudeza, gritos de dolor, eran gritos penetrantes de algo o alguien que claramente estaba sufriendo

La casa para cualquiera que pasara por allí parecía abandonada, tenía las ventanas entabladas y la puerta estaba fuertemente cerrada, era una casa de fachada exuberante, un modelo antiguo que ahora escaseaba y que resaltaba cuando se trataba de una casa bien cuidada...pero éste no era el caso, por el contrario, tenía pegados varios afiches de recitales y obras de teatro pegados sobre otros recitales y otras agremiaciones y otros candidatos políticos y otras reuniones de jóvenes y.

Los gritos comenzaron a las ocho de la mañana, al principio a nadie le importó, los gritos no eran constantes sino que ocurrían erráticamente cada diez minutos aproximadamente, pero en determinado momento se volvieron más frecuentes y más agudos, parecía que hubiera un lobo aullando, pero era una persona, sin lugar a dudas, la gente que pasaba empezó a pararse delante de la casa, algunos intentaban mirar hacia adentro, otros miraban a los que intentaban mirar hacia adentro, y otros estaban allí en busca de respuestas sobre esos sonidos que alteraban el curso normal de su rutina.

Debe ser una persona enferma, decían unos, o una madre dando a luz, decían los más optimistas, no parece que haya alguien más ahí dijo alguien, a lo que todos se dispusieron a buscar entre los sonidos alguno que les indicara que esa persona no estaba sola

Los gritos seguían aumentando en intensidad, las caras de quienes escuchaban expresaban dolor, dolor ajeno, y los niños más chicos comenzaron a llorar, sus madres absortas en los gritos no los sentían, y esa esquina se había convertido en generador de tristeza.

Por último, los gritos aumentaron en intensidad, hasta finalmente terminar, no se sentía nada, cada persona sentía tan solo su propia respiración, ni los autos que pasaban ni la radio del bar de enfrente, solo miraban hacia la casa, estas personas empezaron a murmurar en voz baja, preguntándose que había pasado.

Uno miró la hora y se dijo a si mismo que ya era tarde y partió, y así comenzaron a irse de a poco, hasta que no quedó nadie, la esquina volvió a ser una esquina más y la casa otra casa vieja y silenciosa como tantas hay en esta ciudad.

JuanT