Mi Abuela no pasó agosto. Ella misma lo profetizo el año nuevo pasado. Su resfrió comenzó en junio y concluyó con un cansado suspiro una tarde de julio en una fecha que he borrado para siempre en mis registros mentales. Tenia ochenta y cuatro años.
Cuando mi Madre me llamó a la oficina corrí al paradero de buses y mientras esperaba recordé lo que le había dicho en la mañana:
- Estando en esas condiciones Ud. esta estorbando.- Me gustaría que creyeran que lo dicho fue para despertar su espíritu, pero sé que no me lo creerán, como también sé que por mas estupideces que le hubiera dicho; la Viejita no abría emitido mas que un lánguido murmullo. Ella tenia asumida su hora, lo sé por que días antes sus pupilas habían perdido su brillo habitual... ¡Quería morir la muy Perra!.
Al llegar a casa encontré a mi Madre llorando desesperadamente. La abrace con fuerza, casi como vomitando mis brazos en su espalda, y todo para “Evitar un shock”, que no es otra cosa que una Puta cobardía... ¡Si!... Cobardía ante ese sollozo gutural que nos hace ver tan pequeños que hasta parecemos Humanos. y dije un par de clichés como “Es la naturaleza”. Esa actitud mía era algo casi tan bizarro como el teatro del absurdo, pues no me acercaba a ella desde que tenia diez años; lo nuestro eran los buenos días y las buenas noches. En ese instante deteste ser “Hijo del Amor”, como decían mis Viejas tratando de ocultar la verdadera palabra... ¡Bastardo!. Necesitaba que alguien tomara esa tonelada de responsabilidades y me dejara hundir en mi cómodo silencio; no obstante, la aguda y repentina mudez de la casa y ese olor a muerte exhausta aplastó mi mollera y apagó cualquier amago por llorar o sentir remordimientos. Creo que la muerte de la Anciana acabo por decapitar mis sentimientos y los reemplazo por una detestable mascara de minuciosidad. Llamé a la funeraria, consulté al banco telefónicamente a cuanto ascendían mis ahorros personales y los que teníamos en conjunto con mi futura Esposa (Paz Alejandra), busqué cementerios y hasta elegí por línea el color del féretro. El carro fúnebre llegó a eso de las seis, subieron al tercer piso dos tipos con el rostro forzadamente compungido, el cajón azul piedra que habíamos acordado y un misterioso maletín. Uno de ellos me preguntó:
-¿UD es el Señor Pavlovic?.
-Sí... si.-respondí con el tartamudeo más raro de mi vida.
-¿Que ropa le pondrá?.
-A ver... iré buscar su tenida de salida.- revise su cajonera y saqué el traje plomo a rayas con los zapatos cafés, los que lustre rápidamente.
Estuvieron encerrados una hora con ella, al cabo de un rato salieron de la habitación y me pidieron algodón para cerrarle la boca el que fui a comprar a un almacén de la esquina sin siquiera decirle al Gordo Alberto el destino que tendría su producto. Creo que ese fue el pináculo de mi gelidad, aquel trayecto lo hice como de costumbre, silbando y pateando los baches del camino sin que la cara de la Viejita se cruzara por mis corneas, solo las piedras y las eventuales colillas de cigarros. Llegué con el algodón como si fuera una bolsa de pan. Los Empleados funerarios me esperaban fumando en la puerta de mi departamento.
Cuando estuvieron listos nos llamaron para que nos despidiéramos de la Amortajada. Mi Madre recriminó a la Viejita por haberla dejado sola mientras su negruscas lagrimas bañaban la alba colcha del sarcófago. Yo me limite a tocarle las mejillas pronunciando un gutural adiós. Sellaron el féretro como yo lo había pedido pues detestaba la idea que mi Abuela se convirtiera en show, y por que no decirlo, evitar que sus párpados congelados me partieran los sesos.
La última imagen de la Abuela en vida fue la de una persona cansada y deseosa de morir, eso me angustiaba demasiado pues ella era la única que sabia lo que yo necesitaba, si su pecho se detenía, se esfumaba mi conexión con el mundo. La silicona que le habían inyectado en los pómulos y en los labios le otorgo una frescura que en un primer instante me horrorizo pero posteriormente y a medida que mis dedos surcaban su frente me agradó por parecerse mucho a la mujer que horneaba queques hacia solo cinco meses atrás.
Al otro día, en el cementerio moví la cabeza levemente y bajaron la urna al hoyo. Ahí se iban mis sentimientos. En adelante no sentí nada, ni pena, ni risa, ni enojo; solo cansancio. Comencé a hacer uso de mis clases de actuación y mime a mi Madre lo mejor que pude, aceptaba todos los planes matrimoniales de mi Novia sin chistar, despertaba a las siete de la mañana en punto sin sueño o los antiguos dolores de cabeza, olvide el hambre, la sed, mi habito de fumar lo continué solo para mantener un vinculo con el hombre de ayer, y si tuve sexo no me di cuenta; sin embargo, llegaba la noche y veía la sepultura de mi Viejita con esa pequeña placa de mármol tan estática y fría como lo estaban mis neuronas. Ahí lloraba... solo en sueños era capaz de hacerlo, solo durmiendo era capaz de sentir el aire traspasando mis pulmones o la luz de la luna delineando mi cuello. Tenia treinta años y nada mas que deudas, frustraciones, mal sexo, mal caminar, ningún amigo de verdad o alguna mujer que aceptara mi realidad tal cual era... la de un Bastardo sin Abuela.
En Diciembre decidí quedarme en ese mundo de Onírica y tibia soledad. Basto cerrar los ojos un miércoles quince a las 22:30 y abandonarme placidamente en el abismo de una tumba de plumas de ganso y los benditos huesos de Celinda del Carmen Mallea como almohada. No sé que paso con mi Madre y mi Novia, y no me interesa saberlo.
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