Sin querer, pasaron los años. Yo quería tanto que el tiempo no acabara, y tirada entre nuestros cimientos, me levanto en cuenta de que las horas pasaron.
Hace muchas calles caminadas que quedaron atrás nuestras noches mayenses. Sin querer me fui convirtiendo en la antítesis de mis autopromesas, y me alejé de ti. No fue adrede ni por cuestión de circunstancias. Las tardes que antes se ponían sobre la carretera a tu casa con la naturalidad y ligereza con que pongo el plato sobre la mesa, se fueron poniendo sobre mis paredes, sobre un parque, sobre un roble, unos bancos y unas cien reuniones con amigos... en ninguno estabas tú.
No fue queriéndolo; mi intención siempre fue cualquiera menos ir enterrando con arenazos y a zapatazos los huesos de mi cuerpo tuyo.
Lo que siempre tuve fueron horas libres para quererte. Al principio las inventaba y las buscaba en la nada, pero con el tiempo las fui olvidando, hasta el punto de pasar leyendo horas que hubiera podido pasar contigo. Pero fue sin percibirlo, que lo hice. Le pasaba la escoba a mi habitación y a mi memoria, convirtiéndote en ese anillo que cae bajo el vestidor y uno se olvida... porque nunca lo vio caer.
Y hoy me levanté y moví el vestidor para barrer memorias más recientes, y te encontré esperando...me. Estabas callado. Y me dolió tanto tu silencio.
Me sentaron en el piso tus manos queriéndome hacer recordar los besos, los abrazos, me acariciaban la espalda, la cintura, por si acaso recordar por tacto fuera lo mío. Y desenterré un millón de cartas que nunca te di, y mientras escuchaba unas cien canciones leí.. todas las palabras, abrazándolas con el alma.
Quise hablarte pero no podía, quise escribirte... pero cada letra que se me ocurría era más difícil hacerla nacer. Me fluía la misma sangre de nuestro último beso, quise cerrar los ojos, quise navegar el río...pero el tiempo es tan cruel enemigo, que no tuvo compasión por mis párpados caídos.
Y sin más remedio que el insomnio, me senté a sangrar palabras que adoraran tu recuerdo.
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