Los musgosos mausoleos pasan uno tras otro, mientras caminan sin prisa, rodeados por sus propias pisadas que parecen estruendos que perturban la paz de los que ya no estan con nosotros.
- Ya falta poco – dijo Fuentes, al ver el rostro de preocupación de la muchacha, dichas palabras cortaron el silencio circundante como una navaja, y el ambiente quedo aun más tenso para ella, quien aún no comprendía del todo, lo que hacía en ese extraño lugar. Está realmente confundida y meditativa. Borra, Fuentes y sobre todo ese silencio desagradable... tiene mucho en que pensar y poco tiempo para pensarlo.
Sinuosas callejuelas los llevaron finalmente a un pequeño y solitario lugarcito, en el que se veía una tumba muy simple, con un epitafio que rezaba:
“Borra, estas donde quieres estar y donde perteneces”
En el momento en que la muchacha leyó la inscripción olvidó por completo estar junto a Fuentes, y sin darse cuenta opinó en voz alta:
Que cruel -. Fuentes se quitó la boina, al tiempo en que dejaba el
maletín en el piso, y le dijo con toda la calma del mundo:
- Él pidió esa inscripción –. Mientras escucha esto la muchacha posa una vez más su mirada en Fuentes, ¿de dónde lo conozco?, vuelve a preguntarse inútilmente. Siempre tan distraída.
- Si, suena algo cruel, pero él lo quiso así -
- Ahhh – es todo lo que la muchacha puede decir, al darse cuenta de que Fuentes la mira con diligencia.
Esta nerviosa, no sabe porque, pero no es por Fuentes, lo nota, es algo en el ambiente.
Vuelve su mirada al epitafio y cree tranquilizare, ahora que entiende las palabras, que vuelve a leer, para asegurarse de que desde cierto punto de vista no son tan crueles, considerando que Borra es el de “La invención del silencio”, y asi como lo ve ella, está realmente donde pertenece.
Fuentes comenzó a hablar de cosas a las cuales la muchacha no presto atención alguna, pero de pronto noto con sorpresa que lo que estaba diciendo Fuentes tenia bastante sentido y que eran palabras que ella conocía y que además rimaban. Cómo un murmullo al principio, pero con una voz más notoria, a medida que se sentía segura, siguió recitando con Fuentes lo que restaba de la poesía, y antes de terminar se inclino frente a la lapida y comenzó a llorar.
- Papá – dijo, mientras abrazaba con vehemencia la lapida.
- No tuvo tiempo de despedirse, y me pidió de favor que te encontrara, también me pidió que no te revelara su nombre, él quería que te dieras cuenta – dijo Fuentes, mientras se colocaba su boina, y recogía el maletín, lo abrió y saco de él un libro, que dejo al lado de la muchacha, y luego se marcho.
La muchacha sigue ahí llorando, el libro a su lado se llama: “La invención del silencio”, y en las paginas interiores decía en letra de puño: “Para mi querida hija, cuyo olvido es la fuente de mi inspiración”.
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