SIN VIVIR EN MÍ
De Carlo Tegoma.
Mis ojos mecían la luz al compás de su propia aurora, la claridad aunque un poco tenue, escondía los pocos rayos que la lámpara incandescente podía desprender. Eran más de las diez de la noche; en la TV, los programas se antojaban aburridos, los canales insistían en repetir viejos filmes y presentar concursos con finales conocidos; era sábado y el letargo de los momentos parecía querer asesinarme. Estaba solo en casa, vestido únicamente con un deslavado pantalón de mezclilla, desnudo de todo lo demás, quería salir y quedarme. De mi se apoderaron varios sentimientos a la vez: soledad, vacío, esperanza, miedo, tristeza, melancolía, sensatez, todo un cóctel de pasiones que me hacían desear desesperadamente salir corriendo; me acosté en el estudio frente a la televisión; tomé mi reloj y vi la hora, podía salir aún; me puse el reloj en la muñeca, me calcé los zapatos y calcetines, me cambié de ropa, un pantalón beige y una camisa color ladrillo, me vi al espejo y desistí de ella, me puse el pantalón anterior de mezclilla y una camisa color caqui, tomé mi agenda, y caminé, sin rumbo, tal vez con una meta, pero sin fijar bien el rumbo.
Inconscientemente llegué caminando hacia el viejo cine del puerto, la meta era fija, el rumbo, no, pregunté por la oficina Tabasco, me dijo un velador de alguna casa que estaba lejos de mí con solo avanzar diez cuadras. No sentí que estuviera lejos y caminé. Llegué, toqué la puerta; la puerta la abrió quien yo esperaba; no sé si se sorprendió al verme; dentro de la oficina había una joven sobre una computadora de aproximadamente dieciocho años, en un sofá una mujer atractiva de unos cuarenta años; le dije a él si me regalaba un par de minutos; accedió. Entramos a un privado.
- ¿Qué sucede? – preguntó él.
Vi su ropa, era la misma ropa de la cual yo había desistido en llevar. Le conté lo que sucedía. Sonrió. ¿Era burla? Creo que no, Yo era ya un retrato suyo.
- ¿Tienes veintidós años, no?- me volvió a preguntar
- Así es, tenemos la misma edad, somos del mismo año, tú naciste el veintiuno de marzo, yo el veintidós del mismo mes.-aduje.
- No, yo nací el veinte del mismo mes, y además tenemos el mismo nombre.
- Nos gusta la misma música y hablamos casi siempre cuando no estamos callados. – concluí.
Una sonrisa nos asomaba el rostro. Por parte mía era por saberme vivo y escuchado; por parte de él, aun preservo la duda.
- Permíteme, acaba de llegar mi jefe, las personas que están afuera son amistades mías, pero mi jefe es muy delicado, se está cambiando de lugar y esta viniendo por espacios irregulares.
Tardó media hora en regresar mientras mi vista se perdía en la lámpara de escritorio que yacía apagada, algunos jugos esperando a satisfacer algún antojo y un bote de basura con una bolsa blanca a rayas moradas, empezó a llover, un frío me recorrió el cuerpo, empecé a sentir temor, algo desconocido, él no regresaba, no escuchaba nada; pero, ¿Quién era él? ¿Por qué había ido a buscarlo, era casi como yo, pero a la vez tan diferente a pesar de ser iguales?
La oficina se presentó en penumbras, el miedo en mí era más intenso, la lluvia me hacia recordar que era mejor salir corriendo una vez más, de pronto mi cuerpo empezó a temblar; él no regresaba y ya me quería ir. Empecé a desesperarme, empecé a inquietarme de forma alarmante, empecé a desconocer el lugar, la imagen en mi cerebro empezó a borrarse. Los recuerdos eran sustituidos por terribles pensamientos.
De pronto empecé a gritar, pero parecía que ni él ni los demás podían darse cuenta, era como si de pronto empezara a dejar de existir, por más fuerte que gritara, él no regresaba, los demás realizaban sus actividades sin importarle en lo más mínimo. Mi garganta estaba ahogada en un espantoso grito de dolor y frustración, ¡No podía ser escuchado! De pronto una vez familiar para mí me empezó a llamar por mi nombre, la voz era de mujer, una mujer que lloraba y gritaba mi nombre desesperada. ¡Era mi hermana! Comprendí todo. Escuché sus palabras:
-¿Qué te sucede?, Llevo dos horas tratando que reacciones, estoy gritando que reacciones estas allí acostado con la vista fija en el techo desde las diez de la noche , con los ojos bien abiertos la mirada lánguida y perdida hasta ahora.- su llanto proseguía.
Me di cuenta que había pasado el tiempo y que estaba allí, con mi pantalón de mezclilla, con mi camisa color caqui, con mi reloj en la muñeca, con mi agenda en el bolsillo, pero jamás, aunque haya sido real, aunque pude estrechar las manos y tocar las puertas; jamás en esas dos horas; jamás salí de la casa.
Copyright by Carlo Tegoma
ISBN 800422-05
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