MEMORIAS I
Estoy casi al pie de la muralla, en medio del fragor de la lucha. A mi alrededor todo son gritos de dolor, de muerte. Mis hermanos corren enloquecidos, agitando lucientes armas en sus manos iracundas, mientras las flechas vuelan raudas, como reproches innumerables. Algunas hacen blanco. Pero eso no nos detiene.
Corremos, corremos como el rayo que todavía No Es. Nuestras voces son bramidos que acongojan a la Creación, llenas de ira (el odio vendrá más tarde), y un loco deseo de Matar inunda nuestros… ¿corazones? Yo también corro, y la tierra de las afueras de la Ciudad de Plata tiembla, porque soy poderoso, y mi Nombre es reverenciado, y más adelante será temido, aunque eso aun no lo sé. Y alcanzo la base de la muralla.
Miro sus sillares, contemplo la magnificencia de la obra; maravillosa, como todo lo que nuestro padre hace, si bien tan solo el diseño es suyo. Nosotros la levantamos, con nuestro esfuerzo conjunto, cuando todavía éramos una sola familia. Antes de la Guerra. Es en verdad alta, tan alta que ni la luz hubiera podido escalarla. Pero la luz no tiene nuestras Alas.
Las despliego, las abro completamente, y hasta nuestros enemigos enmudecen, porque son hermosas. Ni la aurora, ni el crepúsculo, ni el danzar de los rayos del Sol sobre las olas que juegan pueden equipararse a mis Alas. Y me llevan donde yo quiero.
Vuelo raudo, más veloz que cualquier grito de aviso, y me acerco a las almenas de la muralla. A mi alrededor caen mis hermanos, heridos por las flechas de nuestros enemigos. Veo caer a mi hermano Azazel, herido por una flecha construida con madera de los Bosques del Abismo; Árboles padres de árboles, salvajes, transplantados a la Ciudad de Plata por el Único para ornato de su Urbe, y ahora instrumentos de nuestro dolor. Azazel cae, planeando, mientras el dolor desfigura su bello rostro… me pregunto cómo será el dolor…
Todos caen, pero yo sigo volando, sigo subiendo. Ninguna flecha osa tocarme, ninguna lanza mancilla mi áureo cuerpo, y, ¿quién osaría herirme? Yo soy el Primogénito. Yo soy el que detenta el Mayorazgo. Yo soy la Luz que a la luz oscurece. Yo soy Samael.
Ya he alcanzado las almenas, y veo un hueco entre las filas de mis enemigos, que atestan el borde. Arrojan venablos enloquecidos, y puedo ver que el miedo afea muchos rostros, y que la rabia asesina se enseñorea de otros; sí, no somos tan distintos después de todo. Pero yo tengo un destino por cumplir, más allá de estos muros hay un Trono que me espera, cuando haya iluminado la derrota del Único…
Embisto al enemigo solitario que cubre éste hueco de las almenas. Lo reconozco vagamente, creo que se llamaba Azrael, uno que todavía no tiene Función, me parece. Es débil. Esgrimo mi espada, forjada con acero del Abismo, endurecida con mi sangre dorada, enfriada por mi sudor cuando abominaba de mi tiránico Amo. Y le traspaso. Mi mano avanza, y ni cien mil planetas por crear se hubieran resistido a mi embate. Porque soy fuerte, y rápido. Fui el Capitán de la Hueste. Y ahora soy General.
Azrael cae, con una mezcla de sorpresa y dolor en sus facciones. Y su sangre, roja como mis labios empapa mis manos, mis maravillosas manos, capaces de tejer quarks. Y un repentino silencio se extiende por el campo de batalla. Porque Él habla.
Él grita, en realidad.
Su Grito se expande por toda la Ciudad de Plata, desde el Trono en el centro. Es como el rugido de un millón de supernovas, como el chillido de la Realidad cuando se agrieta en el centro de las galaxias innumerables, es como… es inútil intentar describirlo, porque, si Su Voz queda nos trajo a nosotros y a Todo a la existencia, ¿qué palabras inconmensurables describirían Su Grito? No las mías, desde luego.
El Grito alcanza la muralla, y la sobrepasa. Mis hermanos de abajo son empujados brutalmente, ellos, que hubieran zascandileado al borde mismo de un agujero de gusano. Su Grito los arroja, lejos y más abajo. Pero yo aguanto, yo resisto, porque soy el más Alto, y mientras el Grito del Único me arranca la ropa del cuerpo, mientras Su hórrida Voz lacera mis carnes, arranca mis cabellos y quema mis plumas hasta la raíz, arruinando mis Alas para toda la Eternidad, mis pies parecen anclados a la roca de la cima de la muralla, y mi Luz es ahora más brillante que nunca, ahora soy la Gloria de la Creación, más hermoso que todas las Estrellas, más arrebatador que nebulosa alguna, bello y terrible como el Amor, y todos mis enemigos cierran los ojos, y gritan a su vez, porque mi Luz ilumina sus miserias y cobardías, y sus humillaciones… todos salvo uno.
Miguel, mi teniente en la Hueste, mi mano derecha. Miguel Batallador, el más fiero de todos, después de mí. Miguel, mi hermano, mi amigo. Miguel me lancea, y llora mientras lo hace, y eso es lo único que observo mientras su lanza me empuja hasta el borde y me hace Caer.
Porque Caigo. No sé cuánto tiempo, no sé qué distancia, pero debe de ser mucho, y a mi alrededor todo zumba, los átomos son viscosos, la luz gime angustiada, la Realidad llora desconsolada, y mi propia Luz se apaga mientras Caigo…
|