En las calles de la barriada de Max, las noches siempre son más largas que en el resto de la ciudad. También las mañanas son más pesadas; y el ruido es más profundo. Las voces chirrían a veces, gritan o imprecan. Y la vida discurre en una modulación que va del improperio al sueño idealizado de un venidero y ostentoso porvenir que siempre es ficticio.

“Max es un niño tímido y bueno” –dice su abuela. “Tendría que espabilar a golpes a este chico”-suele decir su padre, con un gesto que oculta el desprecio. Y Max, mira a ambos, callado, y sonríe para sus adentros, mientras hace filigranas sobre el futuro, y en cómo esquivar esos amigotes hombrunos y perversos, que aunque tienen su edad, hablan como condenados a cadena perpetua.

_ ¿Es acaso Max una perla blanca en la naturaleza muerta de esas noches? (sus ojos dicen que sí)

Hunde sus manos en los bolsillos. Silba. “Este chico es tonto” –murmura su abuelo. Y Max calla (pero sigue sonriendo por dentro). Y silba.


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