Con el olor a tierra mojada
adherido a nuestra piel
-¿qué es sino tierra mojada?-
y el sol asomando su regazo
tímido, como ausente
-como tú,
tierra mojada entre la gente-
inventaban mis miradas las tuyas
y soñaban
que estábamos los dos despiertos
y vivos
en la tierra de los muertos
con piel de tierra mojada
y amapolas en los dedos.

Como árboles enraizados
sobre el mismo húmedo suelo,
como árboles
de una sola raíz
siempre de pies bajo el cielo.
Como el alba, como poniente
como la muerte
-muertos
por nuestro propio veneno-
en nuestros zapatos.

Como el sueño eterno
con piel de tierra mojada,
como miradas inventadas
y una raíz solitaria.
Como el mendigo
de una realidad pensada,
como agua de la cascada
que ha de llegar al mar,
-y despedirse del árbol
seco y marchito y seco
y despedirse del suelo
y de la húmeda tierra,
y abandonar sus sueños
para soñar por siempre con nada
entre millones de aguas-
que ha de decir adiós
como un último beso,
como cuando cae la noche
apresando al día,

como el alma mía.
Mi alma quiere llorar.