Algunas veces te pienso y recuerdo tu nombre, percibo tu aroma como si estuvieras aquí cerca mío, pero de mas nada sirve todavía, no siento tu aliento y me parece que respiro con frío y dificultad esta realidad que el pecho me veja.

No entiendo nada todavía, pero si bien me va, algunas veces miro tu rostro entre las blancas sombras y con el viene la luz del entendimiento que me faltaba.

Estoy solo y me quedo con las reminiscencias de tu perfume hasta que el sueño me domina por completo, sólo que ahora es más un hedor que un aroma, y aun conservo tu sabor.

En ocasiones me pongo a pensar, sentir y llorar pero con todo no me es suficiente en tanto espacio y tiempo, en que no puedo abrazarte como debo; no debí haber hecho muchas de las cosas que ahora se me alejaron tan irreparablemente de ti y de tus cosas.

Al comportarme tan animalmente no comprendí como mi absurdo pero tan entonces delicioso comportamiento, deterioraba y perturbaba nuestras efímeras existencias juntos, de haberlo sabido en este prolongado instante no estaría escribiendo frente a tu efigie.

Algunas veces, ahora con más frecuencia que antes, abro la hielera y cambio tus partes o tus cosas para que se sigan congelando, a ver si así te conservo tan cerca de mi como siento me hace falta, ni me arrepiento ni sufro o acongojo en demasía, pues de modo alguno sigues a mi lado y ahora es que lo entiendo.

Las más de las veces miro tus pequeñas manos, blancas y frías como siempre las tuviste, sólo que ahora ya no me dan tantas ganas de besarlas, mucho menos cuando recuerdo como tocaban el cabello de aquel tipo con el que para mi mala suerte, te encontré postrada y desnuda sobre mi/ nuestra cama.

Casi siempre lo que se me antoja son tus dulces y blandas piernas; recuerdo como las mordía antes de animarme a hacerlo con la boca como tanto me lo pedías, creo que tu misma provocaste que todo esto iniciara y tanto me gustó que veme ahora.

No puedo pasar más de un día sin que se me antoje tocar tu firme pecho, pero también morderlo y de un trago llenarme de ti, recordando como luchabas para que no te dejara, aún después de ser descubierta.

Pero creo que no todo importa tanto como el hecho de que nos sentemos a la mesa y olvidemos nuestras diferencias, aunque tu como siempre, desde aquel día y ahora, inexorablemente sigues tan callada, tan fría.

Algunas veces creo que realmente te arrepentiste de tu engaño, y es por ello que cuando tus amigas o tu madre vienen a buscarte, aún estando en la mesa o la cocina, no contestas y yo simplemente te niego cerrando la puerta tras de mi.

Lo único que realmente lamento es que tu maldito querido se me haya logrado escapar, pero después del susto no ha llamado siquiera para ver como te las viste conmigo, como te encuentras después de lo ocurrido, el muy cobarde.

Creo que ya platicamos mucho por hoy, y mientras esto te escribo tu sigues tan callada, como que veo que te vas de lado, ha de ser por sueño y ya es hora de que regreses a la nevera por tu ración de helado, yo mañana tengo que levantarme temprano para el trabajo.

Tú te quedas echadota, hermosa y deliciosamente tendida en mi empapada cama; lo que no entiendo es por que no comes, tan negada estas y yo te sigo saboreando deliciosamente mientras cada vez me queda menos de tí.