Marina abrió sus grandes ojos negros miró a su alrededor y nada le pareció familiar. Buscó en los detalles de la habitación algo que la atase al momento y fue como encontrarse de frente con la nada. Era como si hubiese sido arrojada a esa realidad sin historia previa. Miró sus manos, corrió sus dedos por su rostro y cabello en busca de algo. En ese momento sintió el peso del cuerpo que estaba a su lado. Lo recorrió con la mirada en desesperada búsqueda por un recuerdo. No sólo no recordaba donde estaba no podía recordar absolutamente nada. Sólo tenía una certeza, ella era Marina. El abrió los ojos, la beso suavemente en los labios mientras le sujetaba dulcemente la barbilla. La miró a los ojos con esa complicidad de los amantes y se levantó para desaparecer en la puerta del fondo. Supuso que era el baño porque podía escuchar el agua corriendo y se filtraba débilmente el vapor a través de la rendija de la puerta. Se sintió tentada a levantarse y preguntarle la avalancha de preguntas que se agolpaban en su mente pero no lo hizo.
Salió del baño aquel hombre elegantemente vestido ofreciéndole una sonrisa que ella regreso a medias. Le hizo un ademán en gesto de despedida y se marchó.
Fue entonces que se sintió absolutamente sola. Se reprochaba no haber dicho ni una palabra. Se abrió la puerta de la habitación y por ella entró una mujer pequeña que le trataba con una familiaridad extraña traía en sus manos una bandeja con panecillos, mantequilla, café y algo de fruta. Le dejo la bandeja en el regazo. Le dio un cumplido sobre lo linda que se veía y se marchó.
Saboreó el desayuno en silencio buscando en aquellos sabores familiares la familiaridad que no encontraba en ella misma. Lo único que tenia por cierto es que se llamaba Marina. Enunció el nombre para ver si en verdad era suyo no pudo reconocer la voz pero finalmente la identificó consigo misma. Le dio una sensación de confort el hecho de saber que su única certeza en verdad lo era. Puso aun lado la bandeja todo en la habitación estaba dispuesto como si su siguiente gesto fuese anticipado, la mesita al lado de la cama estaba adecuadamente colocada para que ella lo hiciese con comodidad. Cerró los ojos con la esperanza de que al abrirlos se encontraría con una realidad que le hablara y la condujese fuera del silencio en el cual estaba sumergida.
Despertó un par de horas mas tarde debía ser cerca del medio día. La luz solar se filtraba a través del pesado cortinaje. Se levantó y corrió las cortinas, detrás de la ventana se podía ver un jardín bien cuidado, una barda cubierta de buganvilias y una pequeña casa de invitados al fondo. No encontró nada que le recordase como había llegado al momento presente. Puso a correr el agua de la tina, encontró el lugar como si la estuviese esperando. Las toallas con olor a vainilla y la bata de seda sobre la silla…
Se sumergió en el agua tibia y recorrió su cuerpo intentando lavar la amnesia con el pasar de la esponja. Intento recordar, buscando en cada resquicio de la memoria. Marina era todo lo que la llenaba ese nombre que no la ataba ni conducía a nada que no fuese ella misma. Decidió que ya se ocuparía mas tarde del asunto y se dejo llevar por el placer del baño caliente.
Al salir del agua se sintió renovada, el dulce aroma a vainilla cubrió su cuerpo y le provocó descontrol fue la primera vez a lo largo del día que se sintió desconsolada, sabía que aquel aroma le traía un recuerdo pero no encontró palabras para describirlo solo una punzada en la parte baja del vientre. Apuro a secarse y se cubrió con la bata. Se sentó en la silla frente al tocador y al observar el reflejo se aterrorizo. Ella esperaba ver una joven de veintitantos años no la mujer cuarentona y cansada que le devolvía el espejo. Desenvolvió el cabello de la toalla, le caía a los hombros con algunas canas. Intento reconocer la imagen pero le era totalmente extraña. Tomo especial cuidado en su arreglo recogiéndose el cabello para dejar ver su largo cuello y el contraste de su piel blanca con el cabello negro le agrado. Encontró un vestido de verano sobre la cama tendida y una charola con su almuerzo en la mesita de servicio. Se vistió y comió de nuevo en silencio. Se preguntaba como podía recordar el nombre de las cosas, recordar su nombre sin saber nada más lo único que había logrado moverla era aquel aroma a vainilla que se le presentaba de nuevo en la leche quemada del postre.
Revolvió los cajones y las repisas en busca de su historia. No había fotos, cuadros o libros sólo paredes desnudas azules y cosas de uso cotidiano unas violetas junto a la ventana y nada más. No encontró siquiera las ropas del hombre de la mañana. La puerta se abrió y por ella entro la mujer que llevara antes la charola. Marina la detuvo con un gesto. Le pregunto donde estaba. La mujer la miro con expresión divertida y le dijo –Simpática la seño.- tomó la charola y se marchó tan rápido como había entrado.
Comenzó una búsqueda desesperada por su memoria. Apenas podía creer que no fuese más que un espacio vacío. La nada, estar en un espacio prestado en un cuerpo que no era el suyo o al menos así se sentía. Con la punzada en el vientre cada que encontraba algo familiar. Como armar un rompecabezas en el que se sabe de antemano que le faltan las piezas que le dan forma. La nada, aquella realidad estéril que se le presentaba. Donde era un ser sin memoria sin historia…
Exhausta se tendió sobre la cama, cerró los ojos deseando despertar de la pesadilla. Giró la cabeza y vió la puerta. Hasta ahora no había intentado salir de la habitación. Se levantó sintiéndose más ligera abrió la puerta sólo para encontrarse en otra habitación, mas pequeña a la anterior, era una especie de estudio de amplios ventanales que miraban a un pequeño patio de azulejos de Talavera con una fuente al centro y grandes macetones en las esquinas. La luz bañaba la habitación dándole un tono ocre al lugar. A diferencia del cuarto anterior este no tenía una sola pared desnuda. Se podían ver libros apilados en el piso y lienzos en cada pared. El tema de las pinturas era la misma figura etérea en azul. Se acerco a ver la firma y ahí estaba su nombre trazado con precisión Marina. Sintió una extraña familiaridad con el lugar, la punzada en el vientre no tardo en llegar. Había flores de lavanda sobre el escritorio y en el caballete un lienzo cubierto. Desvelo el lienzo y se encontró con el rostro del hombre de la mañana. Estaba sin terminar por lo que pensó que debía ser su trabajo mas reciente. Tomó el pincel para comprobar que era ella la autora y trazó su nombre con la misma precisión que podía verse en los demás.
Recordó entonces que su color favorito era el azul, que la vainilla le recordaba a su madre cuando le trenzaba el cabello de niña y ella pensaba que aquella mujer de ojos grandes era el centro del universo. Que la lavanda era la flor que solía cortar en el jardín para llenar los floreros de la casa porque a él le gustaba. Recordó que la fuente había sido un capricho suyo y que habían mandado poner los ventanales para que ella pudiese trabajar hasta bien entrada la tarde. Que le gustaba el café con dos cucharaditas de azúcar y que no debía tardar Queta con el café de las cinco con una charola donde debía haber polvorones de canela receta de su hermana que había muerto el año pasado.
Llegó el café de las cinco a la hora indicada con los polvorones de canela y un ramito de flores de vainilla. Queta dejó la charola sobre el escritorio y le dio un cumplido. Dijo verla mas animada y que pensaba llamarle al señor porque antes andaba medio rara. Le sonrió y se marchó con la prisa que parece llevar siempre.
Siempre, le cayó como un gran peso.
Tomó la taza de café para beberlo en silencio, recordó que no hablaba mucho. Que el silencio le era cómodo y que prefería hablar en sus cuadros y a veces en sus cartas. Que prefería quedarse en casa a salir y que no recibía visitas. Que el último recuerdo de su madre era la figura flotante abotagada y azulosa en el río que le habían dicho que no mirara y sin embargo miro y sonrió al verla así.
Fue entonces que él le vino a la mente. Lo conoció cuando se mudaron a la capital huyendo del escándalo de su madre flotando en el rió. Fue un día de invierno en la Academia de San Carlos donde él hizo burla del vestido de verano que ella llevaba en pleno invierno y de su cabello trenzado como chiquilla. El era abogado, se casaron al poco tiempo, no tuvieron hijos y la casa fue su regalo de tercer aniversario…
Para entonces el dolor en el vientre le era insoportable se recargo en la silla para no caer e hizo un gran esfuerzo para poder sentarse. Frente a ella se mostraba una fotografía de mejores tiempos. La misma imagen del espejo hace unos veinte años atrás abrazada de él sonriendo a la cámara. Siempre le había molestado la manera en que su hermana los miraba se lo achacaba a la pobre elección que había hecho al casarse con Manuel que la había dejado con un par de chiquillos y en bancarrota. Desde entonces habían pasado al cuidado de Marina y vivían en la casita del fondo del jardín que podía verse desde la ventana de su recámara. A Marina le gustaba pasar tiempo con los chicos o mirarlos jugar desde la ventana. El también pasaba tiempo con ellos. Pasaba largas tardes de café en la casita del fondo del jardín. Ella no iba porque prefería aprovechar los últimos rayos de luz en el estudio. Y las charlas con su hermana la aburrían.
Abrió el cajón donde sabia encontraría un atado de cartas cuidadosamente clasificadas cronológicamente. Buscaba una fecha en especial, 18 de junio día de su aniversario de bodas, el vigésimo quinto. Había diversas felicitaciones y una carta de su hermana. Aquella carta no era una felicitación. Le decía que Manuel la había dejado porque los chicos no eran de él. Que la casita del fondo del jardín y sus tardes de café eran insuficientes. Que la situación ya no podía seguir así. Que Fernando era suyo y que los chicos eran sus hijos. Que estaba cansada de que Marina los mirase con condescendencia ocupando el lugar que a ella le pertenecía. Le parecía que veinte cinco años eran más que suficiente. Que a menudo reían de ella y sus manías…
El dolor del vientre se había vuelto insoportable. El hombre de la mañana era Fernando su Fernando al que amaba desde aquel día en la Academia de san Carlos donde había hecho burla de su vestido de verano y su cabello trenzado. El mismo que le destrenzaba el cabello al hacerle el amor y la llenaba de aroma a lavanda. El que le sonreía con complicidad por las mañanas antes de salir al mundo y volvía a refugiarse en sus brazos por las noches. Fernando que acariciaba el cuerpo de su hermana en aquellas tardes de café que ella encontraba aburridas.
Recordó entonces que su hermana no había muerto el año pasado, que aquel día era 18 de julio y que Fernando volvería de su tarde de café en cualquier momento para tomarla en sus brazos.
Deseó entonces no recordar nada.
Marina abrió sus grandes ojos negros miró a su alrededor y nada le pareció familiar. Buscó en los detalles de la habitación algo que la atase al momento y fue como encontrarse de frente con la nada. Era como si hubiese sido arrojada a esa realidad sin historia previa. Miró sus manos, corrió sus dedos por su rostro y cabello en busca de algo. En ese momento sintió el peso del cuerpo que estaba a su lado…
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