Lo veo allí sentado, con su sonrisa triste y un extraño brillo en los ojos, estaba rodeado amigos, todos apoyándolo y deseándole suerte.
Cuando casi llegaba la hora todos nos pusimos nerviosos, el se paro de su silla y camino hacia su abuela y la abrazo, también vi como ella temblaba y unas lagrimas silenciosas rodaban por su rostro. En eso una vos de mujer hablo por los parlantes en varios idiomas anunciando el vuelo siguiente. Ya no pude estar mas sentada, mis piernas temblaron y se me hizo un nudo en la garganta. Luego de saludar a su abuela empezó a abrazar a cada uno de sus amigos, hasta que llego mi turno, no pude contener las lagrimas, al verlo ahí, parado como si nada, aunque sus ojos tenían mucha tristeza incluida, me miro y nos unimos en un corto abrazo, ya que la vos de la mujer por los parlantes volvió a resonar en todo el edificio.
Le di unas palabras de consuelo, cosas que aunque sabia, eran mentira, a uno lo ayudan a sentirse mejor, no se me ocurría nada mas que decirle, y al ver que no hablaba otros amigos se acercaron. Al rato descubrí mil frases que me habría gustado decirle, pero ya era tarde, el le entregaba su boleto a un tipo gordito, en aquel momento a todos nos callo la ficha de que se iba, de que lo perdíamos y la mayoría llorábamos. Era inevitable.

Cuando el gordito le devolvió el boleto y le señalo el pasillo de vidrio, el dio un paso y titubeó, se voltio, y nos contemplo, miro a su barra, a su familia, a su abuela, a quien seguramente no volvería a ver, a sus hermanos que ya eran grandes y no viajaban. No lloraba, quizás porque allá lo esperaba su madre a quien hacia seis meces no veía, quizás porque sabia que seria mucho mas difícil para nosotros si lo hiciera o quizás porque se creía esa mentira de que volvería.

Yo tenia miedo, sabia que ni bien llegara me escribiría, pero ya me había pasado con otros amigos que los primeros meces no hacían otra cosa que escribir y llorar, pero luego se acomodaban allá, con nuevos amigos, con algo de familia, y terminaban por perder las costumbres con las que se criaron, terminaban por no querer volver y tirando esas promesa del “nunca me olvides” a la basura o a quien sabe donde. No quería que eso sucediera, de verdad lo quería mucho como para olvidarlo, como para que me olvidara, era mi amigo, un buen amigo que gracias a la economía estaba viviendo una vida de perros, tal vez me alegre al pensar que allá iba a vivir mejor. Todas estas cosas pasaron por mi mente un segundo y se fueron.

Él caminó por el odioso túnel, el túnel que lo dividía de un futuro “mejor” y de sus seres queridos, pero como muchas cosas en la vida hay que afrontarlas, el sabia que no se iba completo, porque una pequeña parte de el se quedaba acá, se quedaba con su familia, con la barra de siempre y moriría con nosotros. Saludo por ultima vez con la mano, con una sonrisa en los labios y eso fue lo ultimo que vimos de el.


Hoy ya hace tres años que se fue y el sigue extrañando, se le pegaron algunas cosas de ese país pero él sigue estando ahí, para quienes aún lo quieren y lo recuerdan.
Tal vez no es como yo creía y no todo se tiene que perder.
Tal vez vuelva a recuperar su lugar entre nosotros, a buscar esa parte de él...algún día.



Este cuento esta dedicado a Nacho Amir, a Sofía Elhordoy y a Lucia Verger que como muchos inmigrantes supieron afrontarlo y no olvidar.