Bajo del autobús y ahí están, cuatro fantasmas apilados en la esquina de la acera. Los veo a diario en el camino al trabajo y en ocasiones en el camino de vuelta. Siempre cuatro, a veces parecen capullos caídos, otras una masa informe. Solo son cuerpos. Son parte de mí por el encuentro diario con ellos y sin embargo no son más que una entidad más como el mismo poste de luz de la misma esquina donde los encuentro. No me interesa el hecho de su existencia me interesa mas su inexistencia. La espera diaria de que no me encuentre con sus ojos muertos, el deseo de no escuchar sus voces, la ansiedad de pasar a su lado y que me reconozcan como la figura gris de todos los días.
Me he encontrado con sus ojos nublados en diversas ocasiones, me miran con la frialdad de estar mirando el vacío. Entonces apresuro el paso para olvidar el encuentro. Podría cambiar el rumbo pero encuentro un placer morboso de pasar junto a ellos. En ocasiones me pregunto que habrán sido antes de estar muertos o si en verdad están muertos, si están ahí o solo son producto de un juego de mi mente.
Son fantasmas, no existen para nadie ni para ellos mismos siquiera. Y a pesar de su inexistencia reciben la mirada y comentario de todos aquellos que los miran al pasar. Como si su inexistencia fuese su única forma de existir. Como si no hubiese nada previo a su muerte.
Están muertos porque nadie los recuerda todo lo que son es esta entidad informe de cuerpos apilados en la acera. A veces me pregunto si soy yo el fantasma.