La ninfa azul, del bosque verde y siempre sombrío, recorrió con su dulce mirada todo el encanto de los árboles en el frío. Las flores transparentes rozaban sus manos delicadas, y el frescor de sus aromas se posaba sobre sus hombros, persiguiéndola como una capa destellante, inundando de luz las orillas de su laguna oculta entre los sueños de su vida infinita. Difícil resulta imaginar su alegre y bendita soledad, que como cascada la condena a seguir por siempre igual.
S u destino fue siempre del bosque ser guardiana, tiernamente obligada a colmar con su voz los ecos de la selva ilusionada. Por la eternidad ha sido el alma encarnada de la madre naturaleza, y su inmortalidad no se ligaba con aquellos hermosos ojos humanos, que en sólo un momento robaron de su mirada todo lo bello que ella conocía del bosque, convirtiéndolo en vagos y gélidos recuerdos que golpearían su presente de dolor. Esos ojos, que incansables buscaban un espejo en donde reflejar sus quimeras y fantasías, recogieron de la dríade toda su hermosura maquillada por la Luna, y la arrastraron al límite de lo imposible; un beso de fuego prohibido unió sus cuerpos diferentes en el suelo agrietado por el delito cometido. Así como el Cielo y el Infierno están sabiamente divididos, el hombre y la naturaleza estaban separados para que la lograda armonía permaneciese lejos de los peligros terrenales. Pero aquel beso, que intentó sobrepasar el límite de lo intocable, destruyó en un instante lo que durante siglos había sido mantenido en perfecto equilibrio… Ya nunca más el hombre respetaría a la naturaleza ni ésta respetaría al hombre. El caos reinaría ahora en la Tierra, destrozando a su paso lo que encontrase, como un monstruo ardiendo en hielo, negando a los ojos sensibles la hermosura interminable del Edén que alguna vez existió.
Las Ruinas son ahora el circo que nos alegra, y nuestro alimento se convierte en deseo de polvo, sangre y tristezas.
La Ninfa y los ojos humanos traicioneros se doblegaron mutuamente sin medir consecuencias, y sus espíritus vagan aún sin descanso, enredados en su arrepentimiento, cargando cadenas de muertes y destrucciones causadas sin intención, pero que serán su condena por la sempiterneidad.
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