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...Porque en este país todo el mundo sabe que los periodistas deportivos son lo más hijo de puta que puede haber. Porque a los políticos, que todo el mundo sabe que son unos hijos de puta, nadie les da pelota; nadie les cree... Y ahí está la cosa: en eso de creer o no creer, porque el fútbol es lo más lindo que hay y yo creo en el fútbol, no se ría. Hay gente que cree en los platos voladores, en la iglesia, en los fantasmas o en Antonio Banderas... y yo creo en el fútbol que es el deporte más lindo que hay ¡Es sagrado...!
El Pollo Giraudi era en aquel entonces el relator del momento. En la radio todos lo ponían a él. Cuando el cuadro de uno se trasmitía por radio, uno lo ponía al Pollo; era una fija. Y ahora que me acuerdo me encabrono, mire, porque ése y todos los otros mentirosos tenían la puta costumbre de decirles a los oyentes que ellos eran hinchas de cuadros que jugaban en la jota, no sé, ellos eran hinchas de cuadritos de mierda que no salían ni en el suplemento de los funerarios; ni ahí aparecían esos equipitos de cuarta de los que estos asquerosos se decían hinchas, ¡se lavaban las manos como Pilatos!
Porque hay que estar en la cancha, carajo, hay que entrar, hay que hacer fila y que los gendarmes le tiren a uno los caballos encima por joder nomás, que los mocosos le pidan plata con cara de asesinos, que le hagan controles antibombas a uno y le hagan tirar, a veces, las pilas de la radio portátil. Y los únicos que entran a la cancha con la radio son los viejos, porque si usted que va de saco y corbata con alhajas de oro y su hijo de dos meses y lleva la radio, aparecen los de los controles y le hacen tirar las pilas a la mierda.
Y nosotros íbamos a todo trapo, mire, cagados de hambre porque no teníamos un mango y cuando pasábamos por los puestos de choripán se nos hacía un nudo en el estómago y además lagrimeábamos como las lloronas por el humo ¡porque eso es el folklore de la cancha!
Y ese día fue único en la historia, carajo, y se lo escribo documentado por un escribano a quien sea, al Papa se lo escribo, con membrete y lacre, y a usted también.
Jugábamos de visitantes y éramos más de seiscientos. Setecientos a todo culo, mire, y ellos en su cancha parecían, como siempre, una enorme banda de piratas que en lugar de espadas tenían pijas prestas a descorcharnos el orto. Hijos de puta... Porque acá, en el fútbol, somos nosotros y son ellos. Acá nadie tiene nombre ni apellido. Nomás los jugadores, mire, o el referí, que siempre es un desgraciado hijo de puta, el pobre Cristo que nadie lo quiere.
Porque nosotros somos un club de medio pelo, no como estos culo roto que siempre están en los primeros lugares, que tienen una hinchada de la gran puta y un estadio gigante. No, porque lo lindo que tiene el fútbol es que a veces da gusto perder, mire; porque en definitiva al fútbol lo inventaron los perdedores natos; porque no es como el tenis que si perdés sos un pobre piojoso todo manchado de polvo de ladrillo que llegás a tu casa y tu vieja ni te saluda por pelotudo. No. Esto es otra cosa. Acá todo es sentimiento y hasta hay que dejarse ganar para que la contra no salga campeón, carajo, que hasta eso es parte del juego.
Y ese domingo estábamos desaforados. No sé, era un presentimiento de que pase lo que pasara les íbamos a defenestrar el culo. Porque en el fútbol hay mucho de premonición también, como eso que dicen de los deschabúes, o dejabúes o dejabuches, carajo, eso que hablan las brujas del horóscopo, ¿vio? De eso también hay mucho... Esos casos como que uno ya estuvo ahí, como si lo hubieran agarrado los marcianos a uno y lo hubieran llevado a la cancha del futuro y entonces uno vuelve y siente el olor del deschabú ese y ya sabe que le va a entrar al otro hasta el hígado...
Estábamos en la platea alta y dio la casualidad de que justo arriba de nosotros estaba la cabina de transmisión de la radio con el Pollo Giraudi y se dio algo así como una aparición, mire, como si Mohamed Alí nos hubiera prestado los guantes… y en el primer tiempo los hicimos mierda, tres a cero.
Usted no se puede imaginar lo que éramos los privilegiados que estábamos ahí. No, no puede porque si usted no estuvo no se lo puedo contar en cristiano, no.
Pero pasó que a los cinco minutos del segundo tiempo el patadura de González, ese salvaje de mierda picapedrero, tuvo suerte y nos mandó el descuento. Ahí fue donde se empezó a armar la bronca con uno de los viejos. Si usted va a la cancha no olvide que los viejos saben más por diablos que por viejos. Porque los viejos de la tribuna son como los chamanes de esos indios raros que mascaban testículos de víbora y veían el futuro ¿vio? Son así, los hijueputas. Parece que el viejo les empezó a decir a los de alrededor que el desgraciado del Pollo Giraudi había gritado el gol de ellos con cierta saña; que había durado tres segundos más el grito de ese gol que los gritos de nuestros goles; que lo gritó algo más afinado, de tenor, decía el viejo. Porque vio que le dije que los viejos siempre andan con la radio. Cuestión que cuando fue el gol de González los que estábamos en ese sector vimos cómo el viejo se dio vuelta y miró para arriba y gritó "¡la concha de tu madre, Pollo!" Eso dijo y ahí fue como que nos preocupamos, y no era para menos.
Yo le voy a decir algo: en la cancha pasa como en un hormiguero. Porque los científicos dicen que cuando uno ve un agujero del que salen setecientas cincuenta y cinco mil hormigas que van para todos lados, uno se cree que esos horribles bichos están en medio de un quilombo de órdago, pero no; están todas las hormigas perfectamente organizadas, porque cada una sabe dónde mierda está su amiga, sabe dónde ir a comer y a cagar, sabe qué día es con el santoral y todo. La hormiga sabe ¡y en la cancha es igual...! Nos hicieron el segundo a los quince minutos estos mal paridos, creo que fue el cabezón Juárez de puro pedo, mire, cuatro o cinco rebotes y adentro; un gol de mierda... Y ahí ya eran varios los viejos que putearon al Pollo, eran varios que tenían cada uno un grupo de gente alrededor que los escuchaba; y nuestro viejo decía, empecinado, que el Giraudi era un vendido hijo de treinta mil putas que seguro era un hincha de ellos encubierto... No sé qué mierda dijo de la KGB y de los nazis y de la guerra del carajo; no sé bien...
Y acá, usted, usted que no tiene la más puta de las ideas de lo que es esto; usted que no tiene ni una millonésima parte de idea de esto; esto que no va a encontrar en la internet ni en la NASA, ni en la iglesia ni en la mismísima concha de la vaca...
Cada vez que el referí tocaba el pito a los viejos parecía que les iban a tener que hacer un aborto para sacarles la radio de la oreja. Echaban humo por el orto, los viejos, y nosotros estábamos bien atentos, mire, porque ellos se las saben todas y sabían lo que decía el Pollo, y que era una cuestión seria. Decían, los viejos, que el hijo de puta del Pollo estaba contento porque esos mierdas nos estaban haciendo oler la pija sucia, nos tenían en un arco y sangrando pus.
Porque la comunicación, en la tribuna, es fundamental. Los viejos hablaban por señas y si hubiese sido de noche seguro que nos habríamos aprendido el código Morse, mire, porque la angustia es la que lo hace a uno asimilar las cosas más importantes. Cuestión que todo el mundo estaba al tanto del culo roto del Pollo y, además, de que los nuestros estaban con la lengua afuera de tanto pijazo y ya no teníamos más cambios.
Treinta y nueve minutos y el empate y el silencio sepulcral y ya se escucharon las puteadas todas para Giraudi porque todo el mundo lo tenía como de mufa; de búho de mal agüero y de alcahuete masca verga, todos nosotros, al cagador hijo de puta del Pollo. Y no era para menos. Y cuando a los cuarenta y tres minutos parecía que nos íbamos al fondo del mar con el culo desfigurado, un yerro del boludo del Pechuga Ordóñez se la dejó servida al Flecha Antonelli, nuestro nueve, que se iba al arco con pelota y todo y el cuatro de ellos le dio de atrás dentro del área. Así de milagroso. Penal ¡para nosotros...!
Y acá es donde le digo a usted que no tiene ni la infinitésima parte de una idea de lo que fue eso. Sí, a usted le digo que no la tiene ni cuadrada, a la idea. Porque cuando el árbitro pitó el penal y el Panadero Mazafra, un cuatro de padre y señor nuestro que le da con un fierro, se paró en el punto penal con la pelota en las manos; cuando los tres mil setecientos putos de enfrente se quedaron duros como la pija del caballo de Troya; en ese segundo en el que a nadie le hubiese pasado un alfiler por el agujero del orto todos nosotros miramos para la cabina del pelotudo del Pollo Giraudi. Y era cosa juzgada: el panadero lo hacía seguro, y a la reputísima madre que la parió a toda esa escoria. A cobrar, carajo.
Y le aseguro que cuando pateó Mazafra en la cancha se escuchó el pelotazo contra la red, se escuchó luego el silbato y el gol que gritó el Pollo desde las pequeñas radios de los viejos. Tal fue el silencio que el jugador Mazafra no festejó porque pensó que le habían anulado el disparo. Y por unos segundos eternos no se escuchó ni el pedo de una paloma. Porque le juro que si alguna de las palomas que estaban en las altísimas torres de alumbrado se hubiese tirado un pedo se habría escuchado. Y luego, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, como si hubiésemos tenido los relojes sincronizados como los gringos de las películas, como si hubiese caído la bomba atómica todos, absolutamente todos rompimos al grito de "¡es para vos, es para vos, Giraudi puto la puta que te parió!" Algunos nos agarrábamos los huevos y otros le hacían el fichu, fuchi, o fachiu, no sé, esa cosa gringa de mostrar el dedo mayor... ¡salimos por la tele...!
Esto es, señor, esto es todo lo que puede esperarse de la humanidad y que no me vengan los jipis de mierda pacifistas ni los norteamericanos ni los rusos con eso de la globalización ni un carajo. Porque esto es fútbol y acá los de afuera son de palo, y nosotros ese día fuimos felices y eso es lo que vale. Porque mi cuñado, que estuvo ese día escuchando el partido en la casa, me contó que cuando fue el penal del Panadero creyó que se había cortado la luz en la radio del Pollo Giraudi. Y lo que sentimos ese día en la cancha no se lo puedo contar en cristiano a usted, ni a usted ni a nadie que no haya estado ahí con nosotros. Sabrá disculparme, entonces.

Texto agregado el 29-03-2005, y leído por 1394 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
01-07-2014 Genial. Es muy bueno porque si el lector es futbolero se siente identificado, pero al estar narrado hacia alguien ajeno a la situación, es igual de emocionante para los que no vemos ese deporte. Otro_Flautista
01-06-2010 esto es muy bueno, en el estilo del negro Fontanarrosa, no dudo que lo conoce ud. pianitso
13-02-2009 Futbol. Es el de las canastas o el de los estraics? Siempre me he puesto a pensar cuanto si chortudo pasa por la calle con sus banderitas de su equipo se le invitara a un partido? y en el lejano caso de que dejaran la tevecervezapartido por el deporte, cuantos regresarian y cuantos quedarian en la cama de hospital. Hasta cuentos de futbol. Lo que hace lka pobreza. meaney
27-03-2007 aunque no me gusta eso de ser tan aficionado a algo, me pongo de pie. chavo
24-11-2006 Es mentira eso de que no lo puedes contar en cristiano, que he disfrutado ese partido como si fuera de la porra del equipo, es una belleza, justo como es el futbol deimos
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