Y me asomé de nuevo a la ventana, todo parecía estar en orden. El jardín estaba como siempre, a simple vista. Un buen observador, no es mi caso, habría notado la ausencia. Te preguntarás ¿qué ausencia? Dingo no estaba. No lo noté a la primera vez que saqué la cabeza por la ventana, fue hasta la tercera que mis ojos avisaron a mi cerebro la falta de perro. En un jardín tan grande cualquier perro se podría perder, pero este perro no era cualquier perro, era el perro vecino, particularmente un amigo y que yo supiera, Dingo jamás había dejado el jardín, no por cobardía ni por falta de salidas, mas bien por convicción.
Todo sucedió repentinamente, después de esa sacudida que me dio la imagen del jardín sin Dingo, salté del sillón, corrí y atravesé la puertecita. Para entonces el sol caía como plomo en mi cabellera. Nunca antes había sentido un sol tan ardiente en mi vida. Bajé rápidamente la escalera que daba a la reja, que a su vez daba a la calle. Atravesé la reja y comencé a olfatear. Sí, olía a Dingo pero donde estaba, di un ladrido corto y camine más rápido, sin llegar a trotar, tras de ese olor peculiar de Dingo. Ya sabes, uno como can puede rastrear fácilmente olores conocidos, es cosa de convicción y de experiencia.
Después de caminar así a través de cuatro cuadras perdí el rastro, parecía que el viento me había despistado. Un sentimiento de desesperación me lleno el cuerpo y corrí de regreso, siempre cuidando de atravesar las calles cuando los carros no lo hicieran, tiempo atrás alcancé a ver algunos accidentes en los que los culpables eran criaturas como yo y también los mas afectados. Llegué a casa, una vez más comenzaba el rastreo de olor a Dingo. Di como dos vueltas más a diferentes pistas de olor a Dingo pero no logré encontrarlo. Entonces me sentí un mal amigo, creí que había sufrido una tragedia común de los perros. Talvez un robo, siendo el un macho pastor alemán tan estético para las perras en brama pudo haber sido raptado por algún humano para lucrar con sus espermas. Quizá simplemente fue llevado a un chequeo veterinario, pero siempre el veterinario llega a hacer rutina a su jardín. Pensé entonces ¿habrá muerto? ¿habrá huido? ¿se habrá hartado del jardín?. Creí que alguna de esas cosas habría pasado y era una pena que pasará algo así, el siempre fue un buen perro.
Regresé al sillón donde acostumbro ladrarle a la gente que pasa. Defino gente como cualquier perro o persona, porqué nosotros los perros así consideramos la palabra gente. Me recosté cabizbajo y pensando en Dingo. Repasé de nuevo las posibles tragedias y recordé que es primavera y que podría haber alguna perra en brama cerca de aquí. Pero entonces lo habría notado, ese olor a óvulo canino es muy fuerte y me habría puesto loco de remate. Así que no me hice de más ilusiones y decidí cerrar los ojos y olvidarlo.
Un ladrido, dos ladridos, tres ladridos. Alcé la cabeza y subí las orejas, era Dingo. Me asomé por la ventana y ahí estaba, ¡que chido! pensé, como dicen mis amos cuando expresan algo que les agrada o les gusta. Ladré tres veces preguntando qué había pasado.
El me contestó: - El día de hoy no hubo suficiente presión en la manguera que llena mi tina de agua y con el calor de este sol, me dio una sed infinita y salí a buscar agua a la tina de reserva que mis amos tienen para casos como este.
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