Tonalá, Jalisco.

Escribo desde la villa alfarera. Un lugar en cas de la chingada, dirán muchos. No. Ni tan lejos. Tampoco tan cerca. Es un pueblito que se levanta al oriente próximo de Guadalajara, la urbe mocha y doble cara del occidente de México, para los que no lo sepan y deseen saberlo. ¿Mocha? Sí, terriblemente fanática católica de hueso colorado. Lo que no tendría nada de malo si se observara una gracia genuina en su sociedad. Si no hubiera prostitución, drogas o desenfreno femenino. Pero los sueños guajiros son eso precisamente, y por vivir en México. México es el país del sueño guajiro. Una república anclada entre el sueño americano, la desesperanza centroamericana y alimentándose del sueño guajiro. En fin, volvamos a Tonalá. Fuera de su producción artesanal, de la que prácticamente come la población, hay algo que flota con suavidad en el aire tonalteca: la droga.
Sí, la droga que mucho tiempo pareció indispuesta a aparecerse por estos rumbos ha regresado. Y con sangre. En Tonalá, sí, no se asusten, señores del cabildo o de la policía. Y ahora que estamos con la policía, creo pertinente hablar de esta corporación como la llave de entrada de la droga, la promotora de su regreso.