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EL COLEGIO.
Tengo un tedio enorme. Santiago es una ciudad fantasmagórica repleta de edificios y mansiones pero por sus avenidas no transita nadie. Mis padres se han ido a sus viajes virtuales como de costumbre. Estoy hastiado de ver televisión y de navegar por el inconmensurable y tridimensional Internet. Me da lata asomarme al patio y meterme a la piscina. Es agobiador el tener que enfundarme en esta segunda piel de filtro hasta para salir a dar una vuelta a la redonda ya que la radiación solar es sumamente agresiva. He intentado comunicarme con alguien, pero eso es algo imposible. Tengo tanto tiempo libre, tantas horas que no sé con que llenarlas, he asistido al colegio virtual, lo he hecho tres veces cada día, las materias me las sé de memoria y estoy pensando en abrir de nuevo la sala de clases e interactuar con mis compañeros de mentira. Después de todo son una buena compañía. Me fascina, por ejemplo, el Mauricio Torres, un personaje bonachón, muy bien dibujado y que me levanta el ánimo con sus bromas. Lástima que sea tan porro. Me gustaría comprar la versión 3001 en donde dicen que el gordo es un poco más versátil. Lástima que no me alcance con la mesada. Y si le pido cobre a mi padre, me dirá que está endeudado y que tal vez el próximo año reciba el aumento que espera. Pero yo sé que eso no va a suceder. Hace cinco años que asiste puntualmente a la Oficina de Evaluación y revisada su trayectoria anual, se rechazan sus antecedentes. Poco empeñoso el viejo. Si sabe que se van a medir sus capacidades, su rendimiento e incluso su estado físico ¿por qué no se prepara con tiempo? Pero no. Prefiere marcar el paso, hacer lo justo y necesario, volarse con sus viajes virtuales y a la hora de los quiubos, lógico que se le va a pasar la cuenta. Mejor vuelvo al tema del colegio. Decía que el gordo Torres se parece un poco a un personaje real ya que es errático, divertido. Es la antítesis de Joel Mackenna. Este es el personaje más estereotipado que existe. Cada vez que nos topamos, hace un gesto de desagrado. Claro, como él es alto, delgado y rubio y parece más un artista de cine que un alumno de la secundaria, se cree superior a todos. Es un genio para las matemáticas, una bala para la Gramática, en resumen, una lumbrera virtual creada para inculcarnos el deseo de superarnos. Lo cierto es que el tipo me da pena porque es pura ficción, basta que me desconecte del colegio repitiendo la clave como si fuese un mantra y desaparece todo y yo de vuelta en mi casa inexpugnable, repleta de comodidades, dotada de la última tecnología pero espantosamente vacía. Prefiero volver a clases en donde me encontraré con mis compañeros, todos elegidos por mi psicólogo, ya que el viejo supone que cada uno de ellos cumple una función que beneficiará mi personalidad. Eso lo encuentro discutible. Empezando por Doralisa, la anodina muchacha que se sienta a mi lado y que lo único que sabe es escribir y escribir. Es una máquina llenacuadernos. Si le hago alguna observación, me mira displicentemente con sus ojos de lechuza, murmura algo ininteligible y continúa escribiendo. He revisado sus cuadernos de papel simple que deben ser el resabio de alguna nostalgia del autor del programa y en ellos se puede distinguir una letra pequeñísima. Detrás de mi se sienta Maureen, una morena escultural que parece modelo de pasarela. A menudo me vuelvo y le hago guiños pero ella no me atiende en lo más mínimo, pareciera no darse cuenta de mi presencia. Tiene unos hermosos ojos pardos que nunca se posan en mi persona y ello, para que voy a negarlo, me provoca un cierto desconsuelo. Hace días le entregué una nota declarándole mi admiración; el gordo Torres se percató de este detalle y lanzó una risotada que alertó a todo el curso. La profesora Campusano, tan compuesta ella, se dio vuelta y me hizo una seña con su mano huesuda. Es lógico, ya sabía que era yo el culpable de este alboroto. He debido salir de clases a dar una vuelta por el patio y he olido esos claveles de mentira y ese pasto tan parejo que no sirve para jugar un partido de fútbol. He sentido sobre mi rostro algo parecido a una brisa ligera pero sé que nada de esto está sucediendo, que son estímulos creados para hacer más reales mis sensaciones. Me he preguntado que pasaría si todo esto fuese verdadero, si mis compañeros y mis profesores fuesen de carne y hueso. Me parece que es quimérico pensar en ello. El hombre abomina de sus semejantes, no soporta a alguien tan terco como el mismo, odia la competencia. El mundo, me digo, es la suma de una multitud de individualidades viviendo su propia existencia. Mi madre sólo sabe quejarse porque sus programas son demasiado anticuados. En ellos convive con una multitud de mujeres como ella, con las cuales copuchea, ríe, discute, la alaban y la critican. Y mi padre se pierde en sus sueños laborales en donde trabaja y tiene su propia oficina. A veces juega a ser jefe y en otras ocasiones elige ser el último de los empleados. Creo que de este modo amplía su criterio frente a la vida y yo me pregunto para que buscar tanta perfección si sólo la va a poner en práctica frente a sus falsos compañeros o para darnos el buenos días a mi madre y a mí.
Cuando cumplí mis diez minutos de reflexión, ingresé a la sala y sentí la mirada de todos mis compañeros. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Parecían rechazarme y eso es algo inusual. Se supone que, inserto en el programa, soy uno más de ellos. Busqué una explicación. Es probable que el sofware esté presentando una falla y de ser así corro el riesgo de permanecer más tiempo del debido en el colegio. Por muy agradable que sea el compartir con estos sofisticados personajes, ha de ser agotador el estar más de cinco horas en ese ambiente. Esto no es como un sueño. Aquí uno sabe que todo es irreal. Pero visto desde mi perspectiva, hasta la peor pesadilla sería un juego de niños enfrentado a una permanencia indefinida en este mundo de sensaciones. Salí pues de mi colegio y me recosté en el sofá para ver algo de televisión. Las noticias no son nada de halagüeñas: guerra en Europa, las transnacionales han lanzado sus ejércitos con la excusa de imponer la cordura. Cadáveres destrozados, ciudades en ruina, fuego y humo, todo ello dosificado, aromatizado. Acciono mute y olor out, me provoca repulsión la acritud de la sangre. Cambio el canal. Escucho que se ha sorprendido a grupos hackers tratando de contaminar los programas domésticos. Recuerdo la reacción inusitada en el colegio y la asocio a esta noticia. Pero no, mi programa autogenera antivirus, es casi imposible que se violen los códigos. Casi... Me quedo dormido escuchando noticias apocalípticas. Cuando despierto son las doce de la noche. Dicen que soy algo extraño, que tengo gustos muy raros y pienso que algo de cierto debe de haber en ello. Por ejemplo, me gustaría invitar a mi casa al guatón Torres, salir de paseo tomado de la mano de Maureen, la sensual morena. Y hacerle una trastada al Mackenna. Lo grave, dicen, es que yo trato de traerlos a mi mundo real. Mi madre se rió cuando le conté de esto y mi padre puso cara de preocupación. ¡Las ideas tuyas! –musitó el viejo al que yo considero como el estandarte de los conservadores ya que no se sale de lo suyo ni por equivocación. –Lo que a ti te hace falta es llenar tus horas libres- me comentó con su voz culta. Me prometió comprarme un programa de aventuras pero eso a mi no me fascina para nada. Lo que yo quiero es otra cosa- le contesté. Pero es algo demasiado evolucionado para que lo comprendas. Ese atisbo de discusión le dio la razón a él. Los seres humanos no pueden relacionarse ni en sus propios hogares. ¿Cómo voy a desear yo establecer relaciones con personajes creados por computación, seres que no piensan ni sienten como yo.
Por enésima vez me he introducido al colegio. Las imágenes aparecen instantáneamente. Camino por la perfecta vereda. Un vehículo pasa raudo por la calle alborotando el aire que despeina mis cabellos. El portero me franquea el paso. Está absorto mirando la televisión y me hace un desganado saludo con su mano. Todos están en clases. Me asomo a la sala A que está en el mismo pabellón que la mía. Allí contemplo un rato a ese grupo de personajes virtuales que gesticulan, escriben, se ríen ¿así se comportaría el hombre si conviviese con sus semejantes? Sigo mi camino por esas baldosas perfectamente lustradas y llego a mi sala. Al ingresar, me toman vigorosamente de los brazos y el programa indica dolor por lo que mi subconsciente le ordena a mis neuronas establecer un simulacro de sufrimiento físico. Es Mackenna quien me ha apresado y siento su respiración dificultosa detrás de mis orejas. El curso contempla la escena sin atrever a moverse de sus asientos. Veo los ojos llenos de curiosidad del gordo Torres, la mirada bobalicona de Doralisa, Los ojos insinuantes de Maureen que por primera vez están fijos en mi persona. La profesora Campusano a su vez escribe en un libro, indiferente a lo que está aconteciendo. ¿Es que se han vuelto todos locos?- me pregunto, mientras el dolor alcanza el umbral de la realidad. Mackenna lanza una carcajada que me aterroriza. –Este es tu último viaje- me grita con su voz ronca –de esta no volverás a salir. Desde ahora te transformarás en vulgar chatarra. Trato de zafarme de aquellas férreas manos pero es imposible. Aúllo de dolor, imploro perdón sin saber siquiera de que se me acusa. La profesora no se inmuta. Busco en medio del desenfreno al gordo pero este desvía su mirada. Como último recurso trato de cerrar el programa pero este no obedece y el sonido de la palabra clave rebota en las paredes pulcras de la sala para deshacerse en mil pedazos...
-Mis buenos niños- dice la profesora Campusano. Mañana espero que todos traigan su tarea de investigación sobre las regiones de Chile. Maureen y Joel, quédense un momento. Tengo que decirles algo. Los niños salen de la sala al reeencuentro con ese sol primaveral que dora el follaje de los árboles. La profesora le pide a Maureen que se vista más formal y ésta sale asintiendo con su cabeza. –Joel- dice luego al muchacho –esta es la última vez que te pido que juegues en clases con tu muñeco virtual. A la próxima les enviaré una comunicación a tus padres, pidiéndoles que no te consientan tanto. El joven hace un mohín de disgusto, masculla algo, toma su libro electrónico y una especie de calculadora desde la cual se escapa un grito desafinado que pide socorro. –Ya me aburrió este muñeco de porquería- murmura Joel mientras sale del Colegio. -Es fastidioso, se queja de todo y no aporta nada. Hoy mismo lo cambio por el modelo 3001. El joven se aleja silbando una melodía de moda mientras el chiquillerío se desbanda por los prados de la hermosa avenida. El cielo azul resalta las tonalidades verde esmeralda de los jardines que se descuelgan de los balcones de las casonas. El aire se respira dulce en este Santiago de cielos limpios, de modernas edificaciones y de mucha tecnología puesta al servicio del hombre, una ciudad muy distinta a la descrita por el muñeco paranoico de Joel Mackenna.

Texto agregado el 09-08-2003, y leído por 1109 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
10-02-2006 Lo reitero una vez más: Me encantas. turcoplier
10-01-2006 Hace tiempo me preguntaba sobre los pros y contras de la educación virtual. Este es un excelente cuento para reflexionar y preguntarse más de un par de cosas. Me ha gustado mucho, felicidades. bayi
12-02-2005 ¡Qué imaginación! excelente relato de la soledad familiar, la incomunicación. Felicidades y van mis 5* jorval
15-01-2005 Me gusta tu dificil sencilles, te felicito...es dificl escribir sobre temas de actualidad con esencia del pasado..muy bien lobomexiquense
27-10-2004 Qué contraste con tu relato anterior. En el niño que describes hay tanta soledad... el otro, el de Marilyn, está repleto de vivencias que quedarán plasmadas, que le ayudarán a crecer, a investigar, a crear... Me gusta esta imagen futurista colmada de detalles, amena y atrapante. Un abrazo. neusdejuan
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