He estado con él y no supe cómo decirle la verdad.
Me miró y me abrazó al saludarme. Caminamos lentamente por la avenida, en tanto el sol irradiaba nuestras caras. De vez en cuando me miraba como preguntándome si estaba bien. Yo sonreía e intentaba decir algo insignificante, para no preocuparlo. Pero tan insignificantes fueron, que preferí callar, temiendo creyera que me había vuelto idiota. Me gustó su modo ingenuo de tratarme. Ese modo de compadecerse de mí, de hacer todo a mi antojo, sólo porque yo... yo estaba triste.
Seguimos caminando, mirando las calles de un domingo al revés. Totalmente al revés. El era un hombre y yo una mujer. Sin embargo, en esos momentos, no supe cómo ser mujer y simplemente lloré. Lloré con mi cuerpo cansado, con mis lágrimas devueltas a la derrota y con mis manos ardiendo de amor en las tuyas. Y él, sin saber, sin siquiera imaginar, me abrazaba y me besaba. De vez en cuando también hablaba. Sí, hablaba como siempre. De la literatura de Wilde y el sonido maravilloso de una viola en concierto, y del próximo evento cultural al que podríamos ir.
Yo sonreí conforme. !Ah, todo debía estar pasando!, según él, de seguro que se me estaba acabando la tristeza. Y qué bueno estaría, porque casi no se puede hablar con los que tienen cara de muertos.
Nos detuvimos en una plaza pequeña. Nos sentamos frente a unos pajarillos que revoloteaban de árbol en árbol. El Otoño se lucía orgulloso con sus suelos tapizados de hojas, la brisa helada en nuestros rostros y el sol a medias de una tarde incierta.
Lo miré un instante. El sonrió alegre, esquivando mis ojos. "Aquí estoy"- me decía su cara, "dime lo que quieras. Todo lo acepto de ti. Soy tu sirviente, tu esclavo, pero si quieres dejo de serlo para ser lo que a ti se te ocurra". Yo sonreí. "Quiero que seas mi amiga", le dije con mi cara. Y me abrazó tan suave, que, por un momento, creí que no era más mi novio, sino una amiga realmente. Pero buscó mis labios (haciéndome despertar bruscamente), y los buscó con ese miedo que tienen los que creeen que van a ser rechazados. "!Pero si soy tu novia, imbécil"!-exclamó mi alma indignada -"!Debes besarme con posesividad, con autoridad! he ahí mi verdadera autonomía". Yo lo besé rápido. Siempre lo beso rápido, con la intencion de que note lo sacrificado que me es el cumplirle esa obligación de pareja.
Mientras esto pasa, yo pienso en ti. Aquella noche de luna, aquel parque oscuro, aquellas tus manos intrusas colándose por mi ropa, aquel tu cuerpo de hombre aplastándome contra un árbol, aquella tu boca suspirando en la mía y aquellos tus ojos quedados en mi mirada.
El comenta lo bueno que sería si empezáramos de nuevo a caminar. "Podemos ir a casa, tomaremos un té y veremos una película junto a mi mamá", me dice y se queda mirándome, qué entusiasmado está con la idea. Sonrío, pero no le puedo contestar. "Cómo te sientes", me pregunta ahora, preocupado. "Un poco mejor", le digo, regresando a la realidad, de pronto. Pero no. No quiero volver a la realidad. Y comento... -"Anoche no salió la luna..."
-!Porqué lo dices!"
-Porque estaba muy oscuro.
-"Salió. Pero salió tarde." - Termina, con ese tono desinteresado que usan los profesores cuando el alumno pregunta algo estúpido.
-Ah!, pero antenoche salió temprano. - Agrego yo, casi contenta entre esos instantes que no le puedo compartir.
-Es verdad. Antenoche la luna salió temprano.- Y recuerdo tu cara sobre el pasto seco, iluminada por aquella luna de entonces, que nos alumbró toda la noche.
Seguimos caminando. Me duele el cuerpo. Tanto, que se lo digo. "Eso es por el stress, no has descansado lo suficiente.", añade desde su mente sabelotodo. Y no está equivocado. Camino pesadamente, con esa noche a mis espaldas, tus caricias en mis hombros y tu mirada de mil kilos sobre mi nariz. Iremos a su casa.´ Sí, iremos hasta su casa. No queda muy lejos, sólo algunas cuadras más. Allí leeremos algo y escucharemos su música preferida. A lo mejor me pongo a sacar puzzles, mientras él termina sus carátulas. Shaicosky o un insólito concierto de violines puede que lo hagan olvidarse de mí una media hora o quizá más.
Lo miro impresionada. "!Cómo puede un tipo hacer rayitas en un papel, mientras su novia al lado no sabe qué hacer!", me pregunto asustada. No puedo evitarlo. Se me qudan los ojos. "Te entretiene eso!" - digo al fin, colocando mi tono normal. "Sí, bastante", agrega sin mirarme. Tan ensimismado en su labor que casi no sabe lo que me responde. Luego se levanta muy rápido.
-"Quiero que veas unas fotografías de Valparaíso. Te fascinarán".
Me las trae. Sí, son fascinantes, no hay duda. Pero no en este momento, por favor. Empiezo a mirarlas, empiezo a soñar contigo y con tus chistes atinados. El sigue con sus carátulas mientras el piano impresionante de Roberto Bravo nos acompaña en el tocadiscos. Sigo mirando aquellas fotos en blanco y negro, es un libro único este... veo tu cuerpo caminando hacia mí, veo tu sonrisa de niño chocando con la mía. Sigo mirando, el puerto triste con pescadores... y tus ojos claros hundidos en los míos me llaman desde algún lugar. Miro más. Casas viejas y desoladas, frente a un mar de invierno... qué lejos estás, qué lejos. |