Emboscada de nombres.
Mil rituales
se disputan sitiales
honorarios.
Las bahías, los fiordos, los estuarios,
remedan un conjunto de timbales.
Musas ardientes
recitando estrofas
de una canción secreta y mutilada
por el paso furtivo de las horas
recuerdan una danza.
Las arcas del olvido están repletas.
En el baúl no caben más descuidos.
Si alguna vez fuimos sólo marionetas
ahora recobramos la memoria.
Cuando la sal del tiempo doró costas,
cuando el mar regalaba sus secretos
trepó desde el abismo una gaviota.
Traía en su pico un cuento.
Creo que hablaba de los nuevos signos.
Creo que se leía de una vez.
Pero para las almas con doblez
resultaba una lengua indescifrable.
Se pelaron los cables de la afrenta.
Ya no hubo lugar para reclamos.
La cresta de una ola dejó salmos
para que canturreáramos las costas.
El banderín del puerto viró a blanco.
La marea, ya en paz, fue retirándose.
Sumergimos las ganas y el coraje,
y nadamos de nuevo, encandilando
el petróleo mugriento, que agredía
nuestro océano, nuestra lozanía.
Hasta ver asomar una bandera
universal, dando su bienvenida.
Volvimos a la playa. Nuestras manos
ya siempre juntas, sabiéndonos hermanos,
abatieron de pie a los caraduras
que ansiaban su tajada en el reparto.
Fuimos muchos, y fuimos lo que somos.
La nube del deseo de venganza
se derritió en lluvia, y la balanza
venció su fiel, antes equilibrado.
Desterramos del puesto a las escorias.
Hicimos detener, al fin, la noria
que giraba y giraba, regalando
una de cal, otra de arena. Cuando
dimos por terminada la derrota,
cuando vimos al fin que amanecía,
limpiamos a la Tierra de injusticias.
La historia, de allí en más,
siempre fue otra. |