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Después de unas horas
de truenos y rayos,
con agua cayendo
mucho, sin cesar,
se abrió paso el sol
con su luz radiante;
primero con miedo,
y mandando, luego.
Las gotas de agua
que, sobre las flores,
cual frágiles perlas
adornabanlas,
brillaron heridas
por los claros rayos;
el débil insecto,
qiue quedó parado
bajo de una hoja
en el diluviar,
empezó a moverse
con la luz del sol.
Todo cobró vida
con aquel torrente
de luz y energía
que volvió a brillar.
Lomismo me ocurre
con el alma mía,
cuando halla la calma
tras la "tempestad".
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Texto agregado el 27-03-2005, y leído por 101
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