Recorremos el bosquejo de suspiros y de almas asechando los sabores, crucificados en el deseo de una cama. Y la piel excede sus limitaciones bajo el murmullo de los cuerpos, como un universo invocando lo supremo que se gesta con mis pechos. Aquí, ascendiendo en un orgasmo, dentro y fuera de la sangre, fusionados en el confín de los abismos, entretejidos bajo el aliento de las carnes como un gemido milagroso que se pierde entre las sábanas. Sólo nosotros en una conjunción de lunas, bajo la brisa de las noches, furiosos, sumidos, entregados a esa batalla que nos arrebata los sentires, renaciendo en cíclicos lamentos indescifrables. Los dos, al unísono, internados el uno con el otro, sedientos, inalcanzables, lamiendo el néctar de las horas en ese infatigable vuelo de los Dioses, amantes, indisolubles. Dentro, el cosmos se intercala con mis venas, me arrasa, sofoca las corrientes, se ensaña, agiganta el rostro de sus formas, arrebata el cause con los cuerpos, majestuoso, inmerso en el mar de los sentidos, me estremece, se agota, libando la tersura de mis grutas, para luego morir y renacer entre las bocas, coraza de mil lenguas que se enhebra con los labios, dulce placebo ilimitado que fecundas el territorio transitable de las pieles.
Ana Cecilia.
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