SI TODOS LOS DIAS FUERAN LUNES

Autora: Emperatriz


“Si todos los días fueran lunes, sería una desgracia”, piensa Mañungo, mientras se levanta a duras penas para iniciar su jornada laboral. Se sienta un rato en la cama. Observa el desorden del dormitorio, y bosteza. Mira el reloj. 7.45. Es tarde. Pero qué importa, si durante veinte años ha llegado puntualmente a la hora. Un día que se atrase, es intrascendente. Más aún, cuando ni siquiera tiene la obligación de marcar tarjeta, como los operarios. Qué suerte. Con esos overoles amarillos, los pobres además, parecen un gran rácimo de plátanos.
Afortunadamente, Mañungo es secretario del gerente y está en una posición privilegiada. No tiene que sudar la gota gorda en la sala de máquinas, ni romperse las manos cosiendo mocasines, sandalias y zapatillas. Sólo debe estar atento a los requerimientos de don Pedro, su jefe, un sesentón neurótico que le pide cosas todo el santo día. Mañungo, un café. Mañungo, el inventario. Mañungo, no estoy para mi señora. Mañungo, Mañungo Mañungo...
7.55. Definitivamente no va a alcanzar a llegar a las ocho y cuarto, como siempre. La modorra lo tiene totalmente atrapado. El sólo pensar en ponerse de pie y caminar los veinte pasos que lo separan del baño, lo agobia. Nunca ha sido un flojo, pero ahora...desconoce lo que le sucede. Cualquiera diría que no desea cumplir con sus obligaciones. Pero no, no es eso.¡ Si su pega es realmente buena!. Los obreros lo respetan. Cuando va a hacer trámites, el chofer lo traslada en el Mercedes de don Pedro. A la hora de almuerzo, no come apretujado en el casino con el resto, sino con su jefe en la oficina. Además, le dan la misma comida de dieta que a él. Es cierto que queda con hambre, pero es más sano que servirse el plato de porotos con rienda o las chuletas con puré picante que comen a veces los trabajadores. Si el único detalle es que como tiene que andar todo el santo día con don Pedro, jamás ha tenido oportunidad de hablar con Marina Rosales, una de las jóvenes encargadas de separar las cajas de zapatos. Es tan linda, tan femenina. Siempre riendo, con esos pícaros ojos azules. Qué ganas de conocerla, de invitarla a salir. Nunca antes se había sentido tan atraído por una mujer. Cualquiera que supiera cuánto se acelera su pulso cada vez que la mira, diría que está enamorado de la muchacha. Pero no, Mañungo, tan introvertido, jamás reconocería en público sus sentimientos. Prefiere amar a Marina en silencio, y sufrir en soledad la imposibilidad de acercársele. Es cierto que a veces ha querido esperarla a la salida. Sin embargo, sus intenciones siempre han terminado frustradas, porque don Pedro, tan buen jefe, a diario lo va a dejar a su casa para aprovechar de afinar con él los últimos detalles de la agenda de la mañana siguiente. Por supuesto, sería impensable desestimar, aunque sea por una vez, la gentileza de su patrón. De hecho, sólo el pasado viernes, éste le hacía ver lo afortunado que era, porque en ninguna empresa los empleados disfrutaban de tan buen trato como él. Y mientras don Pedro hablaba, Marina atravesaba feliz la calle, para abrazar a un desconocido que tras besarla apasionadamente en la boca, se alejó con ella de la mano. Mañungo quedó helado. “Sí, hombre, eres muy afortunado...”, insistía su jefe, al tiempo que le palmoteaba la espalda.
8.15.Mañungo suspira, cierra los ojos, y se tira hacia atrás. Decide que no irá a trabajar. “Si todos los días fueran lunes, tal vez no habría existido ese viernes”, piensa, escondiéndose bajo las sábanas.