Siempre se empieza por una punta de juerga. Siempre se parte por razones que no se entienden y se llega a fines que no se entienden. Como Rasputín. Como el chacal de Nahueltoro. Voltaire dijo : "La nariz está hecha para sostener los lentes".

Voltaire luego se paró de la mesa, y con un sarcasmo rechazó la copa que el mozo le ofrecía. Como un acto reflejo cogió la espada cruzada y la ensartó con presteza en el abdomen del rey pescador. La lanza blanca con una gota de sangre carmesí, el grial lleno paseado en bandeja de plata, el candelabro metálico. El rey se calló del sitial con un golpe seco. La sangre verde del inválido se reflejaba con misterio en los ojos de Voltaire. Desafiante encaró al mozo que lo asaltó por la espalda, cortándole la cabeza con una precisa estocada iluminada. Ya nadie se atrevió a enfrentarlo. Los sirvientes, petrificados, miraban inexpresivos como la sangre cubría metros en pos de la vida de su señor. Salvaje, Voltaire cruzó la sala aunado por los estertores finales del rey pescador, que decantaba sus últimas visiones entre murmullos y maldiciones que brotaban como la sangre de su abdomen se encogia.

La brisa nocturna cercaba con su paso a la lumbre de las velas, propiciando con su soplo la oscuridad de lo perdido, lo insondable de lo mítico. Fronsac miró atónito como se desmoronaba la ciudadela, desapareciendo en un halo de luz verde que se fusionaba con la noche. Cerró la mano sobre la empuñadura de su espada, aun sabiendo que esto no servía de nada. Entendiendo, quizás, que lo que veía era el fin encarnado, su propia muerte reflejada en los actos de Voltaire, en su huida, su caida, su deceso anticipado. Cayó de rodillas sobre el pasto humedecido, suplicando piedad para los audaces que habían resuelto todos los misterios. Para los intrépidos que con su búsqueda desaparecieron junto al grial inalcanzable. Lo único patente de toda esta mentira.