Sin penas
Ni siquiera me acuerdo de cuando lo tengo. Quizás ha existido siempre y nunca nadie lo creó. Quizás no. Sólo sé que me gusta mirarlo, tocarlo, observarlo, entenderlo e inspirarme en él, sin cansarme nunca de hacerlo, sin cansarme nunca de encontrarle más y más cosas que antes no sabían que estaban ahí y que, sin quererlo, me doy cuenta.
“Pero es una simple pintura, hay cosas más importantes que una pintura, la vida no es sólo una pintura”-dice todo el mundo. Para mi sí lo es. De hecho es mi vida. Si mi cuadro se va yo me muero, y si me muero antes, el cuadro se va conmigo y , aunque sé que nadie entiende lo que aquí les explico, que nadie lo acepta, que todos creen que estoy loco, lo sigo haciendo, y no me importa como vean las cosas los demás; yo las veo diferentes.
Y es por eso que odio a la humanidad, Los aborrezco a todos por no entender nunca mi forma de vida, mi “locura” como le llaman ellos. Los odio y los maldigo.
Siempre me ha gustado mirarlo. Nada nunca me ha tranquilizado más. Desde guagua, mamá decía que era lo único que me hacía dormir. Luego, cuando era mayor, niño aún, me quedaba observándolo, sin lograr entender como los otros niños preferían jugar en vez de apreciar tal maravilla absoluta.
Todavía me acuerdo una vez que se incendió la casa. Tendría unos 7 u 8 años. Mamá me despertó a mitad de la noche.
- ¡Levántate! ¡La casa se está incendiando, levántate!
No hubo forma que me sacaran de ahí sin la pintura. Luché con llamas, humo y la fuerza de mamá que me detenía para que no “cometiera una locura”. La verdad es que no me arrepiento de haberlo hecho. Aún tengo las cicatrices de algunas quemaduras que me hice, y me enorgullezco de ellas. Cuando volví con el cuadro en las manos luego de haberlo salvado de que se convirtiera en cenizas, mamá estaba llorando, pensando que me había muerto, aterrada con tal idea.
Pero, si me hubiera muerto ¿qué? La verdad no me hubiera importado morir. No me hubiera pasado nada. Sería comido por gusanos y mi carne se hubiera desintegrado en la tierra junto con mi alma, que no hubiera ido a parar a ningún Cielo, porque no creo en Dios. Por más que hubieran rezado y orado y suplicado porque así fuera no hubiera pasado nada. Aunque dudo también que me hubiera ido al infierno. Nada de eso existe en realidad, no para mí por lo menos. Después de morir se termina la vida, no existe la eterna. Todo debe tener su fin alguna vez.
En mi adolescencia fue donde comprendí y comencé a creer en todo lo que les explico, o sea, deje de creer y empecé a creer en nada. Y comprendiendo esto fue como acrecentó mi amor por el cuadro, por esa pintura espléndida, de la cuál no me separaba ni de día ni de noche. Mamá se desesperaba. Me obligaba a salir en la noche, a almorzar con gente a la que ella llamaba “tus amigos”, aún sabiendo que con suerte les había dado la hora. Papá, en cambio, hablaba con mamá diciéndole que lo mejor era mandarme a un manicomio, que tenía seguramente alguna obsesión por el cuadro, que no me hacía bien tener el cuadro al lado todo el día y cosas por el estilo. Mamá se resistía a todo esto. No podía soportar la idea de verme en un lugar siendo llamado un loco. Menos mal que la vieja tenía un poco de sentido común.
A los 27 años me casé, amenazado por mamá a que si no lo hacía, quemaría el cuadro, así como también consiguió que estudiara ingeniería civil.
Luego, ella, mi mujer, insistió en tener hijos, pero yo simplemente no quería. Ya la idea de darle un beso me daba asco ¿Cómo quería que tuviéramos hijos? Pero simplemente tuve que hacerlo, ya que la mujer no paraba de llorar y, para colmos, nuevamente, intervino mamá. Nació a los 7 meses, y murió poco después, por lo que mi esposa calló en una grave depresión, muriendo 3 años más tarde.
De alguna manera agradecía su muerte, porque podría dedicarme por completo a mi cuadro, sin que me molestaran ni mi madre, ni mi padre, ni la guagua, ni mi esposa. Nadie. Estaría sólo, por fin sólo.
Y ahora, que han pasado más de 20 años de la muerte de mi esposa y 7 de la muerte de mi madre, y mi padre está en un acilo de ancianos, pienso que elegí bien al preferir a una cosa material que vidas humanas para confiar, porque los humanos son los que hieren, los que hacen daño, los que muchas veces te cambian por otros, o que se van para siempre. Lo material no. Si uno lo cuida bien así como yo he cuidado la pintura, dura para toda la vida, y tú te mueres antes que él, no te traiciona, simplemente está ahí para ayudarte, tranquilizarte, y no hacerte sufrir.
Ahora que lo miró me doy cuenta de lo que lo quiero, de lo que lo admiró y de que, quizás, mi vida, ha sido la vida que todos envidiarían, porque aún no sé lo que es llorar.
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