TIEMPOS CRUZADOS

Autora: Emperatriz




Algo está por ocurrir. No sabe qué con exactitud, pero lo presiente. Una sensación extraña que se apodera paulatinamente de él, así lo indica. Voces desconocidas y alteradas, unidas a los continuos quejidos de ella, ratifican aún más la incertidumbre. Además, una fuerza imbatible lo obliga a deslizarse hacia adelante, en contra de su voluntad. Difícil oponer resistencia, ya que si no avanza por ese pasadizo oscuro y estrecho, viene la desesperación y la asfixia. Incluso, algo ya ha cambiado en su hábitat. Recuerda que hace un rato, tras escuchar gritos y un fuerte ruido proveniente del exterior, dejó de flotar en las tibias aguas que lo envolvían desde que tuvo conciencia de sí mismo. El fluido empezó a evacuarse por alguna parte, hasta que sencillamente desapareció. Ella aparentemente también lo notó, porque empezó a llorar muy alterada. Pedía ayuda. Pero el hombre, al parecer, ya no estaba, porque desde el estruendo ya no escuchaba su voz. Tal vez la dejó sola , como acostumbraba a hacerlo a diario. Sin embargo, este no es un buen momento para desaparecer, porque ella lo necesita. Es obvio que tiene miedo. Las voces desconocidas, no obstante, logran apaciguarla. Por su bien, le dicen.
Ricardo apenas puede abrir los ojos. Y lo que alcanza a ver está en medio de una nebulosa. Su suegra, una mujer alta y maciza, le sonríe mientras le entrega un paquete. Algo que ha tejido para cuando llegue el momento, le señala. Luego, una mesa larga, donde sus cuñadas y cuñados, junto a sus respectivos cónyuges saborean la especialidad de doña Isolina, el pastel de choclo. Fue una tarde amena, repleta de conversación, risas y entusiasmo. Se marcharon cuando ya oscurecía. Mariana estaba exhausta, sólo quería dormir. Él no. Deseaba hablar. Soñar despierto el futuro una vez más. Lo que significaría ser tres y no dos. El camión apareció de pronto. Sin que ninguno lo advirtiera. Venía con las luces apagadas. No hubo colisión. Pero por evitarla, Ricardo se desvió bruscamente de la ruta. Su conciencia se apagó tras los gritos de Mariana, hasta ahora. Trata de reaccionar, pero no puede. Un dolor intenso, salvaje, que invade todo su cuerpo, se lo impide. Intenta articular algún sonido, pero sin éxito. Desfilan ante sus ojos semicerrados, rostros desconocidos que gesticulan y mueven los labios. Parece que se dirigen a él , pero no los oye. Actúan y hablan en silencio absoluto, como en el cine mudo. El dolor de cabeza es demasiado agudo, casi intolerable. Un líquido con un ligero sabor oxidado llega hasta su nariz y su boca. Le cuesta respirar. Se pregunta dónde está Mariana. Pero el dolor y la falta de aire acaparan sus sentidos y sus pensamientos.
Siente que es inevitable. Las fuerzas lo abandonan. Debe entregarse a lo que viene, sea lo que sea. Cierra los ojos y se deja empujar por una mano invisible hacia el fondo del corredor. Cae. Todo es tan oscuro, tan temible. Angustia, vértigo. Al fondo un resplandor.
Los paramédicos cubren con una sábana blanca el cuerpo sin vida del hombre. Con otra, abrigan a la criatura que acaba de nacer.

FIN