Yo, mi amigo y su prima
-¿Qué hace, señor?
-Pues nada, mirando los botes y yates.
-¿Ya pagó?
-¿Cómo? ¿Pagar? No entiendo.
-Si ya ha pagado a los de Hacienda por mirar los botes.
-No sabía que se pagaba por mirarlos.
-Claro que se paga. Desde el año 2000 se paga un peso por cada barco que se mira. Siempre y cuando no los haya mirado por más de una hora. En ese caso el precio se duplica.
-¡Qué alivio! Sólo los miré unos diez minutos.
-¿Cuántos ha mirado usted?
-Sólo cinco, la verdad.
-Bueno, me debe cinco pesos, señor, señor...
-Arriaga, José Luis, puede extender el recibo a mi nombre. ¿Me servirá para descontar de los impuestos generales?
-Claro que sí. Sírvase, señor.
No me sentí molesto por el inspector, sí porque mi amigo Mateo estaba tardando mucho. Me dijo que lo esperara aquí en el puerto a las cuatro y ya eran más de las cinco. No es que tuviera muchas cosas que hacer, pero me molestaba mucho la gente impuntual.
Mateo se bajó del auto precedido por el sonido del caño de escape que sonó como un saxofón afónico. Vino sonriendo hacia mí. Le conté lo del inspector de Hacienda y se rió mucho, me molestó su risa, me dijo que me habían engañado, pensé que me habían cobrado demás entonces le conté que el engañado había sido el inspector porque la verdad que había contado más de cuarenta embarcaciones y sólo había pagado cinco y las había mirado por más de una hora.
Me dijo que era un inocente total, pero que lo de contar barcos y el negocio que eso significaba le parecía genial y que copiaría la idea. No entendí muy bien qué quería decir, pero le aseguré que no lo esperaría más en la costanera porque no quería más pagar ese tipo de impuestos.
Cuando murió tía Cecilia, que me crió desde pequeño al morir mi madre, nos hicimos muy íntimos, me consoló de esa terrible pérdida, me presentó a Matilde, que creí era una novia suya y resultó ser su prima, y nos hicimos inseparables.
El me ayudó a invertir dinero de la herencia de la tía y me enamoré de Matilde, con quién me casé. A los siete meses fui más feliz todavía con el nacimiento de Javier, y los cuatro formamos una familia muy unida. A veces cuando salíamos la gente pensaba que Mateo era el padre del niño por el gran parecido y teníamos que explicar que eran tío y sobrino.
Nuestra amistad sólo se vio empañada por una broma estúpida, cuando Matilde casi tuvo un ataque al corazón. Yo había ido a Mendoza por tres días, pero decidí regresar sin avisar para darles a todos una gran alegría.
Eran las ocho de la noche, abrí la puerta de entrada con la llave doble que tengo y de ahí fui al dormitorio donde encontré a Matilde sin corpiño y con una diminuta bikini teniendo un ataque al corazón, al menos eso fue lo que pensé, porque al verme comenzó a balbucear y no podía articular palabra, Javier entró tras mío y me dijo que había un cuco en el ropero y me encontré con Mateo, acurrucado en el placard.
Soy un tipo tranquilo y juro que casi nunca me enojo, pero esto era el colmo, siendo mi mejor amigo, mi mujer estaba teniendo un ataque al corazón y él asustando al niño con historias de cuco.
Los negocios que me proponía siempre terminaban mal, o perdía todo el dinero o apenas empataba. Pero según Mateo, este era único, ganaríamos mucho dinero.
Fuimos a un bar y me dispuse a escucharlo.
Una empresa aseguradora iniciaba sus actividades pagando mucho dinero a los primeros clientes que asegurasen sus vidas en el mes actual. Consistía en que tomara un seguro de vida y que después arreglarían el auto para hacerlo explotar y así hacer creer que me había muerto y con el dinero del seguro todos seríamos felices en el extranjero.
No me pareció muy buena idea, soy un hombre sencillo y no me gusta engañar a nadie, pero teníamos muchas deudas y no quería perder el departamento cuya hipoteca no podíamos pagar y se vencería muy pronto.
Quise consultarlo con mi esposa y ella me dijo que le parecía una idea genial con lo que nos reunimos los tres para hacer los planes. Simularíamos un accidente e incendiaríamos el auto y no quedarían evidencias de nada.
El tema del que se hablaba en la casa era siempre el mismo, Mateo y Matilde estaban muy entusiasmados, deduje que querían darme una sorpresa, porque cuando llegué a la sala sin hacer ruido se callaron ambos y vi unos papeles que no alcanzaron a ocultar, eran esas imágenes tropicales que dan las agencias de viaje y que son tan tentadoras. Ellos sabían que a mí me encantaba la playa y me reservarían una sorpresa. Yo también quise ayudar algo. Ellos no lo sabían, pero a mí me encantaban las películas de detectives, las de los forenses y policiales. Así que me hice hacer un doble paladar y el que me había hecho mi dentista lo dejaría en el auto, lo había visto en una película, donde habían descubierto la identidad del muerto por la dentadura o la prótesis por el dentista
El “accidente” sería la próxima semana, así que debía preparar mis cosas para dejar el país con identidad falsa. Esa noche después de cenar Matilde y Mateo me propusieron un brindis para el éxito del negocio y después jugar a las cartas, me pareció raro que me pidieran eso, porque siempre jugaban ellos solos aduciendo que no sabía jugar. Trajeron champagne y brindamos, pero tenía un sabor muy amargo así que tomé todo de un golpe para que no me asomaran las lágrimas a los ojos, pero de igual forma ocurrió y se rieron de eso. Después sentía que el viento era fresco, que una música suave me enfriaba el cuerpo y desperté. Las náuseas me obligaron a bajar del auto y a unos diez metros vomitar bajo un árbol. No sabía qué hacía ahí, ni cómo había llegado hasta ese lugar tan solitario. Pero no pude seguir pensando, porque una gran explosión casi me hizo volar del lugar donde estaba. Sentí que gran cantidad de tierra me llenaba la cara y me quedé atontado un tiempo. El auto se incendió y un tiempo después no quedó nada de él. Cuando recuperé las fuerzas, pensé en lo preocupados que estarían mi mujer y su primo sobre mi desaparición. A duras penas me puse en pie y con el cuerpo lleno de barro y la ropa hecha jirones caminé por horas porque nadie me quiso alzar en la ruta. Llegué a casa antes del amanecer. Mateo estaba acostado al lado de Matilde, me pareció raro pero pensé que habría sido para calmar su angustia ante mi ausencia así que los desperté para que se alegraran que no me había pasado nada malo. Abrieron los ojos desmesuradamente y pegaron sendos gritos que fueron escuchados a cinco kilómetros la redonda. Después se callaron y no dijeron ninguna palabra. Y así se quedaron hasta el otro día.
Poca gente asistió al funeral, algunos conocidos míos del barrio y nadie más.
Un mes después recibí una carta de la aseguradora. Ahí recordé nuestro plan de ser ricos y pensé que lo que había pasado fue un castigo divino por querer ganar dinero ilegítimamente. Pero no. Me llamaban para darme las condolencias y extenderme el seguro de vida de Matilde. Recordé que para evitar sospechas había asegurado la vida de los dos.
Así fue como pagué la hipoteca del departamento y puse un pequeño comercio en la esquina del barrio.
Ahora olvidé todo. Voy a casarme dentro de un mes, ella se llama Gertrudis, es bonita, pero lo mejor de todo es que no tiene ningún primo.
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