Yo soy un perro que no ladra. Soy el perro más tranquilo que hay. Como, duermo y ando como perro. Siento como perro también. Soy un perro que no quiere saber nada más que sobre su vida de perro.
El problema es que no parezco tan perro. Ellos se avergonzaron de mí y me dieron cuerpo de hombre. Y para que no se me olvidara nunca que yo era perro, me dieron vida de perros. "Ahí tienes", me dijeron, "vida de perros, con cuerpo de dos patas".
Menos mal que no soy el único. Me he encontrado con varios más condenados. Sólo que ellos son más perros que yo. Ellos sí que se comportan como perros, y más encima, como saben que fueron discriminados, odian a los perros y los tratan como perros. Estos no tienen vida de perros. Se buscaron hace mucho tiempo una vida de hombre, estudiaron alguna cosa y se acomodaron.
Pero yo me río. Porque igual siguen siendo perros. Perros con estudios no más, y con odio, por supuesto. Aunque son más felices, claro. Hablo de esos perros que se juntan para hablar de otros perros que tampoco se creen perros, bebiéndose cualquier cosa amarga. Ahí sí que se olvidan de lo que son, porque el trago les quita hasta el alma de perro que tienen.
!Y los perros! Ellos miran tranquilos. No hablan... !qué alivio!, no hablan. Si hablaran esos también... !qué chisme de perros que se creen y otros que no se creen perros! Porque al final todos seríamos lo mismo no más. No importa si camina con dos o cuatro patas, igual seguirá siendo el perro que ladró mucho o que, como nunca ladró, se condenó.
Que los perros no sufren, dijo uno. Claro, lo decía porque él no se creía perro.
-"Y qué sabes tú si los perros sufren!", le contestó el otro, que tampoco se creía perro, "ellos no hablan. No pueden decirte si están sufriendo".
-"Claro que pueden decirlo. En su idioma, pues".
-"Y cómo les vamos a entender!".
-"Les entenderíamos. De alguna manera, todos los seres que sufren, se entienden."
-"Buena teoría, pero no me convence." - Respondió el otro perro-" Cuando yo estoy sufriendo, por más de que trato que me entiendan, no lo consigo. Yo creo que todos somos como perros, de alguna manera. Sufrimos y no hallamos cómo decirlo."
-"Eso pasa con los que no saben sufrir- Le contestó el otro que decía que los perros no sufrían.
La conversación continuó, pero no quise oír más. Al final, eran dos perros que sufrían como todos los perros y los dos tenían maneras distintas de no parecer o creerse perros.
Sus vidas siguieron siendo las mismas. Y sus almas también las mismas.
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