Y no habló nunca más.

El día que la lanza atravesó su cuerpo, fue la sentencia última para la huída de un alma antes libre.

De un golpe optó por acallar su corazón, sus palabras y su mirada. Cualquier rastro que diera a pensar que había vida tras esos ojos se esfumó mis que nadie siquiera lo notara.

De ésta manera se fue secando en su interior, el mundo carecía de vida más allá de sus pupilas.

Esta sentecia condenó al cuerpo a un trayecto sin luz, y al alma a la más eterna búsqueda del escape. Pero tranquilos, ésta jamás pudo ser encontrada, continúa prófuga, recorriendo las calles que le prohíben hablar.

Este hecho agradó a un grupo, daba igual si poseía alma o no, lo importantes es que al convertirse en este zombie que recorre un camino señalado con anterioridad, nos evitamos sorpresas o palabras inoportunas. Ahora se elige lo que se quiere escuchar, pues es simple, una palabra errónea es igual al mayor de los silencios impuestos.

Ya da lo mismo.

A nadie le interesa el tema.

Es algo pasado y olvidado.

Este ser se convirtió en solo sombras con corazón de piedra. Una figura igual a tantas otras que recibieron el mismo castigo.

Dejó de sentir para siempre.


Pero lo más importante, ...dejó de hablar.