Enferma de mí.
Y una oscuridad candente que acompaña ese sentir.
Nada me sabe más dulce que este amargo sonido del silencio para sorprender el pensamiento en una noche tibia.
Soledad preciada. Preciada soledad.
Ni pienso. Ni existo.
Y ya no espero. Sólo muerdo mi lengua con fuerza y sin pudor. Y trabo entre el dolor físico y mental que ese acto me produce, miles de palabras tan mías, que ya no quiero repetir.
Enferma de realidad.
Caigo sobre el frío de la nada. Y de repente, casi sin querer entiendo que lo últmo que espero es un abrigo ajeno.
Mi única salida soy yo.
Texto agregado el 24-03-2005, y leído por 106
visitantes. (0 votos)