Capítulo 3: La Torre de los Conjuros (En Dalaran)
Silencio. Ninguna palabra salida de boca de hombre o mujer, ningún crujir de ancianas articulaciones ni un respirar forzoso y enfermo de pobreza. Silencio total por sobre el repiqueteo de las gotas de lluvia. Loner salió a la intemperie sintiéndose un desconocido, salió a la intemperie no sabiendo ya quién era aquel pequeño enflaquecido por los malos meses de miseria. La lluvia lo recibió, fría y familiar, como él la recordara. Lo empapó con su abrazo inclemente, las gotas no rebotaban sobre su cabeza como lo hacían con el hechicero. Respiró un poco más tranquilo, disfrutando de la incomodidad y el frío que le eran tan familiares. La ronda de mendigos, sin embargo, no dijo una palabra. El hechicero se quitó la capucha dejando relucir una soberbia cabellera pelirroja y una sonrisa altiva. A Loner le disgustó aquella pedantería… muchos años más tarde vería a Gonador con el orgullo quebrado suplicando por una muerte rápida. Pero en aquel momento la arrogancia del hechicero fue como un insulto frente a la miseria de los mendigos. En su cara pecosa y de piel suave, piel de aquel que no conoce de dolores ni sufrimientos, hubo un extraño brillo.
-Sígueme- apenas una palabra salida de su boca fina y pequeña, apenas una palabra pronunciada con aquella voz sedosa y de acento extranjero.
Los pies de Loner comenzaron a caminar hacia el mago, por arte y obra de la magia. El hechicero apuntó su mano derecha hacia el cielo y pronunció un encantamiento. La lluvia dejó de golpear al niño. Luego, con un dedo extendido hacia Loner recitó un conjuro, en apenas un instante el agua que empapaba al pequeño se convirtió en una nube de fino y gentil vapor que fue arrastrado por el viento. Los mendigos ni siquiera murmuraron nada, se alejaron silenciosos y sombríos, a refugiarse de la tempestad. Aquello ya no les competía, lo sabían muy bien, esas cosas pertenecían a otro mundo, muy distinto al del hambre y la supervivencia inescrupulosa. Pronto así lo comprendería también Loner. Acaso el Encorvado echó una última ojeada al cachorro y asintió solemnemente. Luego todos desaparecieron, dejándolo solo, solo en una dimensión que no comprendía pero que lo asustaba. Una dimensión donde la lluvia no mojaba y las piernas de uno eran gobernadas por otro. Solo. No, no solo. El hechicero colorado sin dejar de sonreír se dio media vuelta y comenzó a caminar. Loner lo siguió.
Recorrieron toda la ciudad, donde reinaba la más absoluta soledad. Hacía mucho ya que las estrellas eran las dueñas del firmamento. Allá arriba, sobre las nubes de tormenta, las estrellas tintineaban rebeldes y traviesas, cantando con voces celestiales las viejas hazañas de los héroes de antaño. Bailoteando en el oscuro manto del Universo, “pues ellas son el ayer el hoy y el mañana, las estrellas estarán allí cuando de nosotros no quede ni el polvo de nuestros huesos, hijo mío”. Loner se había perdido en viejos recuerdos, cuando por fin volvió en sí, notó sin sorpresa que sus piernas se habían detenido frente al camino que llevaba a Palacio.
Se detuvo maravillado frente al espectáculo único del poder y la gloria de todos los tiempos. Nunca dejaba de sorprenderse cada vez que veía aquello. Las columnas de marfil se erguían como colosos, sosteniendo la magnífica arquitectura del gigantesco palacio. Las tres torres superiores llegaban hasta las nubes y parecían sostener el cielo, desafiando a los mismísimos dioses. Ni siquiera Agalord o Budax, allá por los tiempos de la creación del mundo, podrían haber soñado tal maravilla de la ingeniería. O quizá sí, quizá aquello era el sueño de algún dios y no la obra de ninguna criatura mortal. Pues el castillo de Redias, hogar de Therenas, soberano de Azeroth, solo podía ser eso, un sueño, una ilusión.
Avanzaron por el camino con rapidez, con la tormenta convertida apenas en una gentil garúa. A Loner se le ocurrió que nunca había recorrido aquel camino, pero no le importo. Sus piernas no se hubiesen detenido ni aunque él así lo hubiera querido. Llegaron a la milenaria puerta dorada, por donde tantos señores legendarios habían pasado, él conocía unos cuantos nombres, Arwald, Aresius, Erreth-Akbé, Lothar, Garrett, héroes gloriosos y muertos de un pasado que él desconocía. Dos guardias de relucientes armaduras plateadas les abrieron el paso, descorriendo atroces y afiladas lanzas de dos metros. Fue la primera vez que Loner atravesó la puerta mística, la atravesó sintiéndose un diminuto ratón perdido en un tiempo que no era el suyo. Aquel día la puerta era atravesada por un hechicero y un niño mendigo.
Recorrieron las soberbias galerías de palacio, con sirvientes que descorrían cortinas bordadas con hilos de oro a su paso, y les abrían gigantescas puertas de roble. La riqueza y la opulencia eran escupitajos de humillación en la humilde cara de Loner. Por fin llegaron a una gigantesca sala circular. Un cuchicheo de voces exitadas los recibió. Desde palcos ubicados en las paredes, los mensajeros del rey contemplaron inquisitivamente al mago de la cabellera rojiza. En el centro del salón, el trono de Therenas era un gladiador de oro sosteniendo al viejo rey. Fue éste quien habló:
- ¿Y bien, lord Gonador?
- Mi misión ha llegado a su fin, señor.- Gonador habló con voz firme y humilde.- Parto esta misma noche para Dalaran a presentar mi informe. No me cabe duda de que él ha estado aquí. Uno de sus engendros me atacó esta noche. Pero es evidente que su magia es poderosa, ha escapado y no he podido seguirle el rastro.
Un coro de murmullos siguió frente a esta declaración, Loner estaba apabullado. ¿Qué estaba haciendo en aquel lugar? No lo sabía, había estado tan ajeno a todo que apenas y acababa de darse cuenta que estaba frente al mismísimo Therenas, y de pie. Pensó en incarse, pero se dio cuenta que el rey no estaba reparando en él, de hecho nadie lo hacía. Quizá Gonador los hubiese embrujado para que no lo vieran, o lo hubiese vuelto invisible. Quizá… ¿de qué hablaban? ¿Quién se había escapado?.
Un viejo de barba oscura tomó la palabra e hizo silenciar al resto. Estaba en un palco a la izquierda del niño y del hechicero. Por la larga capa y el poderoso bastón que llevaba en su mano derecha, Loner pensó que quizá se trataba de otro hechicero.
- Entendemos lo que dices Gonador, el Nigromante es poderoso, he perdido suficientes discípulos como para dar fe de ello. Son ochenta ya las personas desaparecidas…
- Ochenta y tres, mi señor- interrumpió un elegante y delgado cortesano que estaba en un palco a la derecha del rey.
- Ochenta y tres personas desaparecidas- continúo el ¿mago? sin inmutarse-. Mi sola magia era insuficiente para encontrar a Lim´Dul, pero ahora que Gonador se unió a mi búsqueda, hemos podido hacerlo huir. Esta noche he estado contemplando la bola de cristal, tratando de seguir su presencia. Hoy mismo ha huído, hacia el sud-este, probablemente hacia las montañas de Khaz Modan. He sentido tu pelea de hoy Gonador. ¿Qué era ese engendro?
- Un muerto-viviente, mi señor Harduc.- Gonador hizo una breve reverencia hacia el hechicero del rey, mientras algunos de los consejeros ahogaban un grito. Loner no comprendía nada de aquello.-
Uno muy poderoso. Sin duda un ciudadano convertido por Lim´Dul. No me caben dudas de que el Nigromante aprovechó la confusión para huír.
- Un muerto-viviente…- Therenas murmuró algo para sus adentros.- Bien. Darkos!
- ¡Sí!- Gritó una fría y metálica voz en la espalda de Loner. El niño no quiso darse vuelta para no darle la espalda al rey
- Toma doscientos de tus caballeros y diríjanse a Khaz Modan. Quiero la cabeza del Nigromante. Que el Gremio de los clérigos los acompañe, debemos evitar que los caídos se conviertan en esclavos de Lim´Dul, la magia blanca debe encargarse de eso. Así lo he dicho, así se haga.- El rey terminó de hablar y enseguida todos desaparecieron tras las cortinas de sus respectivos palcos. Solamente Harduc, el hechicero del rey, y Therenas permanecieron junto a Loner y Gonador. Todos estaban mirando al niño.
El rey examinó cuidadosamente a Loner, pasando los viejos ojos por cada centímetro de su cuerpo. Siempre había pensado en el rey como un ser de luz y poder, lo había imaginado muchas veces como un guerrero similar a los reyes de las viejas canciones. Sin embargo, aquel viejo que resbalaba de su trono y cuyo cuello apenas soportaba la pesada corona parecía mucho más uno de sus conocidos mendigos que un peleador imbatible. Por fin volvió a hablar.
- Supongo que este niño no tiene nada que ver con el Nigromante ¿verdad?
- No, mi señor soberano de Azeroth. Es apenas un mendigo, pero con un inmenso potencial para la magia. Si hubiera nacido en una familia rica, hubiese sido detectado de inmediato y se le hubiera reservado un lugar en La Torre. No creo haber visto jamás a un niño así. Bloqueó todos mis sortilegios para averiguar su nombre y su edad. Conozco incluso magos adultos a los que esto les resultaría imposible.
- Mmmmm…- Harduc fijó la mirada en Loner, tal y como lo había hecho Gonador horas atrás, en el basural. De inmediato una oleada de nauseas y mareos golpeó al niño. Tuvo arcadas, y pudo sentir como el viejo hurgaba en su interior, como un pez que buceara en su entrañas. “N-NO… BASTAA!!!”. La presencia se fue, la expulsó tal y como lo había logrado antes. El viejo mago respiro fatigado.- Es verdad. Jamás había visto algo así, no creo que ni el Archimago haya sido tan poderoso en su juventud. No hay duda, este niño fue una de las razones por las cuales no podíamos encontrar a Lim´Dul. Su poder estaba interfiriendo con nuestro rastreo.
- Quizá…- el hechicero pelirrojo bajó la cabeza pensativo. Loner aún continuaba mareado, impotente frente a esos dos hombres arrogantes que lo miraban como un fenómeno de circo. El rey rompió entonces en una gran risotada.
- ¡Vaya! Pues si no pueden averiguar su nombre, ¿no es más educado preguntárselo Grandes Señores?.- La burla del rey hirió el orgullo de Gonador. Loner vio un pequeño latigueo en los músculos de su mejilla, que hicieron saltar las pequeñas pecas.- A ver niño: ¿Cuál es tu nombre?
- Loner.- respondió enseguida, en parte porque era el rey, en parte porque se sentía humillado y quería terminar con todo aquello. Volver a la miseria, a la conocida miseria, volver, volver…
- Tu edad.
- Ocho
- Tu madre.
- Murió al dar a luz a mi hermanito.
- Tu padre.
- No hubo.
Los hechiceros alzaron las cejas con curiosidad. El rey preguntó intrigado:
- Vaya… ¿pues entonces cómo te tuvo tu madre?
- No lo sabía, mi madre no lo sabía.-Meditó un momento, y enseguida agregó con cautela.-señor.
- ¿Y tu hermano? ¿Quién fue el padre de tu hermano?
Un nudo se atoró en la garganta de Loner. No importaba que fuese el rey. ¡No tenía derecho a preguntarle aquello! ¡NO LO TENÍA! La cara de Aldor, su sonrisa grasosa, su panza repugnante y el hedor a vino de su boca se le dibujaron en la mente. Aquel cuerpo bestial aplastando a su madre… una oleada de odio lo invadió entonces.
El rey notó enseguida la incomodidad del niño, y no quiso seguir hostigándolo. Loner se lo agradeció en secreto.
- Bien. No voy a demorarte más, lord Gonador. Vuelve a La Torre de los Conjuros y repórtate.- Therenas se levantó con pesadez y fue escoltado por dos soldados fuera de la sala.-
Loner se quedó solo con los dos hechiceros, que intercambiaban miradas misteriosas. Harduc fue el primero en hablar, soberbio desde su palco.
- Oíste eso Gonador…
- Sí, no hubo padre.- Ninguno de los dos lo estaba mirando. Sin una palabra más Gonador comenzó a
caminar hacia una puerta pequeña y oscura que se encontraba tras el magnífico trono. Los pies de Loner comenzaron a moverse nuevamente siguiendo al hechicero, totalmente ajenos a sus comandos. A sus espaldas oyó la voz de Harduk que se dirigía al otro: “Averígualo con el Archimago”. Atravesó la puerta oscura, con la mirada fija en la nuca colorada de su titiritero.
Era una habitación pequeña y oscura en la que entraron, parecía más una mazmorra que otra cosa. En el piso Loner llegó a distinguir una gran cruz de seis estrellas, y pudo sentir el suave murmullo acompañado del lento palpitar de la magia de aquel lugar. Ni siquiera la penumbra y la humedad reinantes en la pieza podían acallar el latir de los poderes que allí se encontraban.
- Ahora nos teletransportaremos a Dalaran, Loner. Esa estrella es un transportador, creado por el
poderoso Garrett, en épocas tan antiguas como la creación del mundo. Hay uno en cada
uno de los dos grandes reinos humanos, Azeroth y Loaderon, uno en La Torre de los Conjuros, en Dalaran, la nación de los magos, y otro en Quel´Thalas, el reino de los Altos Elfos. Son cuatro en total.
Nosotros iremos a la Torre de los conjuros, joven. Donde tú serás instruído en las artes de la magia. No dudo que el gran Archimago me felicitará por mi hallazgo, tanto poder y tan niño.
A Loner no le agradaba Gonador, pero ya no tuvo tiempo de pensar en nada. La estrella del piso comenzó a resplandecer como mil soles y una sensación de total ingravidez se apoderó de su cuerpecito. A su alrededor se dibujaron mares sagrados de llamas doradas. Cuando por fin las dimensiones dejaron de agitarse volvió a sentir el firme y benefactor piso bajo sus pies. Gonador seguía a su lado. Se encontraban en una sala muy parecida a la que acababan de dejar, pero ya no estaban en Redias, lo supo.
En ese momento la rueda del destino comenzó a girar y girar: Loner pisaba La Torre de los Conjuros por primera vez.
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