Introducción: Mi madre
Francamente, madre no hay más que una. Y como muestra un botón: la mía, una mujer única, como una preciosa piedra. A pesar de ser una madre trabajadora, luchadora y soltera, pasó largos ratos conmigo y sacó una hija adelante: Sofía.
Compartíamos largos ratos de televisión la cual mirábamos con afán. Yo, desde joven, siempre he mostrado una acusada tendencia hacía los programas culturales para despecho de mi madre, que adolece de criterio a este nivel. Bajo la influencia de algunos programas culturales, surgió en mi mente una duda que debía plantear a mi madre.
Una sobremesa cualquiera, al terminar de ver un programa acerca de telebasura, la abordé:
-Mamá, ya tengo veinte ocho años, ¿porqué no voy a la Universidad?.
A lo que la aludida replicó:
-Ay hija, tú es que eres “mu” (1) tonta.
Recuerdo que comencé a correr hasta mi habitación como nunca corrí antes y una vez allí, sobre la cama azul que mi propia madre dispuso para mí, me recosté sobre mi almohada y dejé deslizar mis lágrimas hasta que la noche cayó envolviéndome por completo.
Capítulo I: El conserje.
No culpo a mi madre por su estrechez de miras ya que ella no acudió a la Universidad, y aún hoy, la perdono por aquello. Como no hay mal que por bien no venga, aquella ocasión me sirvió de incentivo para marcar un punto de inflexión. Si mi madre no satisfizo su autodesarollo, yo lo haría. Así pues, me decidí a acudir a la Universidad, sin importarme el qué dirán.
No me costó mucho llegar al día siguiente, lo cual me apresuré a interpretar como un símbolo favorable. Allí brotaba generosamente el agua de la que estaba sedienta en esa fase de mi vida: libros, profesores, bibliotecas, laboratorios, aulas, exposiciones, obras de arte. En pocas palabras: Cultura.
A pesar de mi inquebrantable vocación, ya desde esa toma de contacto, topé con los primeros obstáculos. Mientras investigaba las áreas más interesantes de la Universidad, un conserje me interrogó por los pasillos:
-¿Niña, a dónde vas?
A lo que yo respondí con educación:
-Perdone, acabo de arribar a esta Universidad y buscaba una clase de filosofía o de debate.
-¿Pero eres de esta facultad?, - siguió acosándome el conserje.
-No, pero estoy interesada.
-Pero vamos a ver, ¿”Tas” “matriculao”(2)?.
-No, pero me quiero apuntar.
-¡Pero si estamos en Enero, guapa!. Anda, ven otro día que esté secretaría abierta y ahí te informan. - me espetó.
-Está bien, muchas gracias.
A pesar de haberme mostrado correcta en todo momento, el conserje no cesaba de mirarme como si fuese una vulgar criminal, impidiéndome, por todos los medios a su alcance, visitar las instalaciones de la Universidad. Después de un enzarzamiento verbal, me echarón como una caja destemplada y di a parar con mis huesos en mi cama azul donde vertí más lagrimas, pero esta vez eran lágrimas henchidas de odio e ira.
Capítulo II: Anthony
Durante días y días no cejé en acudir, observando desde el césped del Campus Universitario a los alumnos que de sus puertas salían y entraban con gran estrépito. Escuchaba sus despectivas palabras acerca de los profesores y las asignaturas mientras yo hervía de envidia e impotencia. Poco a poco comencé a mirarles con ojos de furia e impaciencia. Cada vez la sensación fue creciendo de manera gradual, hasta que mis ojos, encendidos con el fuego de la violencia, se rindieron ante el fresco manantial de los ojos azules de Anthony. Entonces, casi como en un suave susurro, me habló:
-¿Dime, por qué estás sóla, en la hierba, cada tarde?. Hace frío...
-No lo sé, déjame sóla; déjame. Por favor...
-Como quieras, pero quería advertirte que tienes un don muy especial, tus ojos lo denotan.
-Gracias, eso díselo a mi madre. Ella cree que soy estúpida...
-Nada más lejos de la realidad. Llego tarde a una cita. Ahora, debo irme.
-¡Espera!, ¿Cómo te llamas?...
-Me llamo Anthony. Pregunta por mí el próximo día y charlaremos con más calma en una cafetería a la que sólo acudimos unos pocos amigos...
-Adiós... (3)
Me reproché el haber sido tan torpe de no revelarle mi nombre. Durante los días siguientes pregunté incansablemente a los alumnos, a los profesores y al resto del personal universitario que brotaba profusamente del edificio. Nadie me daba una respuesta y yo estaba segura de que Anthony había quedado dolido al mostrarme yo tan reservada. Le busqué por todas partes, en vano, hasta que al final, loca de dolor, decidí arriesgarme y volví a traspasar las puertas de la Universidad para buscarle dentro.
Grité su nombre por todas partes y sólo el eco me contestaba. Seguí corriendo y gritando por pasillos, aulas y bibliotecas, en vano. A pesar de las lágrimas que empañaban mis ojos, le acabé encontrando debajo de una mesa. Corrí con todas mis fuerzas para reunirme con él. El amor todo lo puede siempre y cuando sea verdadero.
-¡Anthony!, ¡Sofía!, ¡me llamo Sofía! - exclamé.
-¿Dónde estabas Sofía? – preguntó mientras se incorporaba.
-En la hierba, donde siempre. Te he buscado, ¿sabes?. Perdona por haberte tratado tan hoscamente como lo hice.
-No tiene importancia. Mira, esta es la cafetería de la que te hablé. Nos reunimos aquí cada tarde a charlar y debatir. Voy a presentarte a mis amigos. ¿Quieres un café?
-No bebo café, gracias. ¿De qué estábais tratando?
-De filosofía y otros temas profundos, Sofía.
-Por favor, déjadme participar con vosotros. Estoy muy interesada en comunicar mis pensamientos e ideas. Mi madre no logra comprender ciertas cosas, ¿sabeis?. Es una madre luchadora, aunque superficial. (4)
Y así, de la mano de Anthony, fue como logré, finalmente, incorporarme a la dinámica de la Universidad. Anthony no sólo fue mi amor; además, fue un amigo y un compañero en todos los aspectos.
Todos los días pasaba a recoger los escritos que Anthony me había dejado en secretaría tal y como me había prometido. Cada día los folios estaban listos, perfectamente grapados y mecanografíados con esmero. Si nadie me miraba, me pasaba las páginas por el rostro y se me antojaban cálidas. Los recogía cuando no había nadie, nada más abrirse la ventanilla: era mi secreto clandestino. Me complacía que me los diese el conserje a regañadientes. Ese ser mediocre se quedaba postrado en una ajada silla mientras yo resurgía como un ave fénix antes sus narices.
Gracias a las indicaciones de Anthony, descubrí películas que invitan a pensar y libros cargados de una honda sensibilidad, así como artistas de reconocido prestigio. Pude internarme en el alma atormentada de Lucía H. Barría o en el desgarrador patetismo de Jordi La Banda y sus figuras toturadas.
Fue un período de una literal renovación espiritual a todos los niveles. Pero junto a la euforía del elevar mi espíritu, algo malo estaba pasando en el seno de mi familia. Mi madre y yo seguíamos compartiendo largas jornadas de televisión pero mis nuevos conocimientos distanciaban la forma en que afrontábamos la actividad.
De forma inexplicable, cada palabra e imagen que profería el tubo catódico, era fusionada con datos que mi memoria había digerido con fruicción anteriormente, aunque no se tratase de un programa cultural. Era algo que me embargaba, me poseía; era algo más fuerte que yo, ese debía ser mi don. El interés con el que yo contemplaba cada programa no era correspondido por mi madre, que seguía alagartada en su sillón sin pensar en cosas. Era obvio que con mi madre no podría compartir mis nuevas intranquilidades como hacía con Anthony. A pesar del cariño que le profesaba a mi madre, tuve que expresárselo con bastante honestidad:
-Mamá, esta casa se me ha quedado pequeña, necesito abrir nuevos horizontes.
-¿Qué horizontes?
-Horizontes universitarios.
-¿Otra vez?
-Sí. Y quiero que sepas que otras personas han sabido ver en mí lo que tú no has sabido ver.
-¿Pero qué dices?
-Han visto un don. Poseo el don de asimilar cultura.
-¿Y quién dices que te lo ha visto el don ese?
-Unos amigos de la Universidad.
-Ah, ¿pero que vas a la Universidad?
-Sí.
-¿Pero te han dejado matricularte si no tienes la E.S.O.?
-No me ha hecho falta. Un chico me presta sus escritos, los estudio y después compartimos las conclusiones juntos charlando en una cafetería.
-¡Ay!. ¡Ay!. ¡Ay!.
-¿Qué?
-Que es que eres “mu”(5) tonta, hija mía de mi vida, eres mu tonta.
Esta vez corrí a mi habitación parsimoniosamente, vertí escasas lágrimas y me recosté moderadamente sobre la almohada. Incluso culminé antes de que la noche me sorprendiese con su ensoñadora luna. Sí, lo estaba logrando, ya no era la misma y no me importaba dejar de disponer de la cama azul de mi madre. Anthony y la cultura tendrían dispuesta otra cama para mí que no sería azul, sino de otro color que expresara alegría (6).
Capítulo III: Los 7 trabajos de Hércules.
Las conversaciones en la Universidad se fueron sucediendo inexorablemente. Los debates y las charlas rondando temas profundos se iban tornando cada vez más apasionantes. Los cuarenta minutos desde mi casa a la Universidad se veían sobradamente legitimados por ese minuto de intercambio intelectual y por la presencia de Anthony.
Las ocasiones en las que los contertulios se quedaban boquiabiertos ante mis intervenciones se contaban por miles hasta que llegó el día en que, llevados seguramente por la envidia y el revanchismo, quisieron amedentrarme:
-Sofía, ¿crees que nos asombras con tus brillantes comentarios?
-No es mi intención asombraros, te lo aseguro fehacientemente.
-Eso es lo que dices, pero resulta evidente que la única razón por la que vienes todos los días a compartir un rato de serena charla es para intentar demostrar que eres más culta y aguda que nosotros.
-Eso es completamente falso, lo hago por amor a la sabiduría per se.
-¿Es que no te cansas nunca?.
-Para mí no supone ningún esfuerzo dejar fluir la inteligencia.
-Está bien, ¡basta ya y escucha!. ¿Conoces los siete trabajos de Hércules?
-Por supuesto. –dije yo con un brillo de inteligencia en los ojos.
-Hemos decidido probar tu supuesta sabiduría y vamos a establecer una norma. A partir de mañana, cada día que pase deberás tener preparada una frase inteligente que no se haya pensado jamás. Si logras hacerlo durante siete días, reconoceremos tu superioridad. Si fracasas, no esperes más que la burla y el destierro de nuestro grupo de charla.
-¿Si no logro superar la prueba no podré ver más a Anthony?
-Así es.
Anthony permanecía durante la tensa charla cabizbajo y con el rostro tapado con la mano. No hizo amago alguno de asentar algo de cordura en medio de toda esa locura.¿Es que Anthony no se daba cuenta de nada?. De repente, lo comprendí todo, Anthony no era más que otro impostor. Tomé una determinación:
-Ya puedo darte la primera frase desde hoy. –declaré.
-Está bien, te escuchamos.
-Los trabajos de Hércules eran diez, no siete.
-¡Mientes!
-Compruébalo si quieres. Los trabajos de Hércules eran diez. Ahora lo veo claro, conjunto de mediocres envidiosos. Y tú, Anthony, me has decepcionado: ¿No sabías que los trabajos de Hércules eran diez?
-Lo siento, Sofía. No soy como tú.
-Oh cielos. Vuelvo a estar sola, ¿verdad?.
-Desde que te conocí he querido llevarte conmigo, Sofía, pero ahora andas tan aprisa que no puedo seguir tu paso.
-Ya veo. No os preocupeis, no voy a humillaros. Me declaro escindida de este grupo de charla y debate Universitario. Me declaro escindida de la Universidad, de toda ella.
-Sofía, yo...
-Déjalo Anthony. Una vez ya te dije que me dejases sola. Creo que así debió ser, ¿No crees?
-Supongo que sí. Te echaré de menos.
-Yo también a ti. Adiós.
Epílogo
Desde entonces estoy sola y deambulo. Ojalá nunca hubiesen encendido este don que me postra. Aquí me encontrareis, en una playa desierta, oyendo las olas del proceloso mar con una taza de café (7) y un ordenador que no para de llenarse de miles de Trabajos de Hércules a cada cual más azul.
(1) Debe comprenderse “muy” en vez de “mu”, por tratarse, este último, de un vulgarismo fonético.
(2) El habla del conserje estaba plagada de incorreciones.
(3) El diálogo fue más largo pero ha sido sintetizado y adaptado con un formato literario.
(4) Ver punto (3).
(5) Ver punto (1).
(6) Amarillo o rosa.
(7) Ahora bebo café;.
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