SOTTO VOCE


Todos queremos que nos cuenten historias y las escuchamos ideando la verdadera ficción de las palabras. Tú no puedes escuchar pero sí imaginar. Eres capaz de cruzar la frontera con el crisol inquieto de tu mirada.

Ya sabes que los artistas-músicos, valiéndose de un proceso espiritual y de una brújula mágica, pueden poseer un instante de desfallecimiento y durante ese instante desprender de la realidad el sentido estético, arrancarle a la vida las frecuencias más elevadas de pureza y luz llevándonos al filo de nuestro habitante interior. Así que, voy a hacer algo. Le pediré a Elimiah, tu ángel – el que otorga el conocimiento- y a Cahetel, mi ángel – el que me libera de la vanidad y de la servidumbre de la abundancia- que seduzcan a un músico con el proyecto de pintar un concierto para ti. Imaginemos la escena…

Se sentará cerca del fuego y mientras se derrumban los castillos de troncos incandescentes, el piano –nuestro cómplice- rendido entre la fortaleza de sus manos, anhelando la conquista insólita, se enamorará de su asedio. Será el preludio. Esa retahíla de teclas ya no podrá retroceder una vez hecha la apuesta por la libertad de plegarse a sus deseos y le solfeará: quiero sentir tu peso táctil en mis pestañas, no soy más que una estrella desnuda en tus manos, reclámame como el río reclama su parte de lluvia. En plan está en marcha. Las notas serán colores, las figuras musicales objetos audibles para tu silencio.

A partir de ese momento pulsará un mundo de sensaciones y, mientras una eternidad lo transporta y dos nubes acróbatas caen al mar, pintará tu concierto para que puedas asombrarte con todos los sonidos que ignoras: el tic tac de tu reloj, la voz de tus padres, tu risa mientras observas la barriga blanca de la luna; el goteo de lágrimas troqueladas, el llanto oculto dentro de un armario olvidado, el tintineo de tu tacita de electroplata cuando remueves la leche por la mañana, el timbre de la puerta, el sonajero de tus llaves, el beso de la lluvia en los cristales de tus gafas. La ráfaga de un vuelo que aún no tiene pájaro, el eco de los pasos por un museo de mármoles griegos lleno de Apolos gloriosos y Venus inmortalmente bellas, un coro de rezos en la semioscuridad de una iglesia románica; el crujir de las hojas en otoño quemadas y enrojecidas por el frío, el bramido de los nubarrones cobrizos y violáceos de una tormenta crepuscular. El lamento de un nido abandonado, la estridencia de los rayos de octubre –que apenas calientan- cayendo al suelo para esperar allí a las frescas sinfonías de la primavera, el estallido de un aplauso, la diástole de tu corazón.

Después llenaremos las copas con el cóctel de esa composición, las escanciaremos generosamente para todos los sonoros que no quieren escuchar porque viven una mixtura incálida…casi frígida, que sabotea toda posibilidad. Para entonces, tú, posiblemente ya habrás saboreado el néctar de melodía, ritmo y armonía fluyendo en forma de rocío por las venas de la Naturaleza.

Pero se ha hecho tarde. Dejemos de soñar. Báñate en ese estanque de colonia que los querubines han preparado para ti. Si estás atento, esta noche verás irradiar las centellas de sus turbantes y dos lunas: una allá en lo alto y la otra en el espejo del agua

Duérmete para volar. No olvides que quizá cerca late un músico con el alma brincándole dentro del pecho, y que mientras un cielo abraza a una tierra inventa un concierto-cuadro para ti dentro de un marco de lapislázuli. Entonces sabremos que el corazón de ese artista es mayor que su mapa, más intenso que el azul de ultramar, y le regalaremos diez almohadas rellenas de nubes blancas para que descansen sus dedos después del brío, del regalo, del esplendor y de la hazaña de representar en un lienzo la melodía de un río que multiplica y divide los últimos colores de la tarde y los convierte en un enorme caleidoscopio de sonidos líquidos y fosforescentes que conquistan tu silencio.

Dale las gracias. Él ya sabe que no puedes hablar pero interpretará magistralmente tu mímica sotto voce.