Robocop era un adolescente medio contrahecho y algo torcido de cintura para arriba. Por eso llevaba aquel enorme armazón metálico, una suerte de cárcel que le encerraba el cuerpito desde la cadera hasta el cuello. Andaba con la mirada bien alta, como apuntando al cielo en busca de respuestas y de días soleados, aunque en realidad su armadura le impedía ver más allá de sí mismo y de los pocos lugares que frecuentaba . El manejo era complicado ; no podía tomar el autobús y tenía que entrar a los vehículos apilado como un tronco de árbol, de vez en cuando extraviaba algún tornillo por la calle y si le alcanzaba el valor pedía ayuda para que alguien se lo recogiera, aunque muchas veces volvía a casa con un tornillo de menos y un desconsuelo de más. Dormía en su cárcel y soñaba con aviones que se estrellaban contra todo pronóstico y con hombres grises que ascendían rampas de garajes de ciudades también grises. No quería pisar la escuela ni abandonar su acuartelamiento, como ciertas edades resultan ser crueles , aguantó los ataques y las burlas de quienes le llamaban jorobadito y mal hecho. Odiaba las ortopedias y las líneas rectas.
Aparte de no asumir su propio cuerpo , Mazinger enseguida se dio cuenta de que Nuria nunca se fijaría en él, tampoco Rosa, ni Violeta, ni siquiera Blanca y mucho menos Raquel. Mientras tanto , los otros chicos salían y empezaban a conocer el sabor de los primeros besos y de los cigarros a escondidas , también los combinados de ron y el tequila, los reservados de la disco y los mensajes de amor telegrafiados. Nunca recibió invitaciones a fiestas, ni le invitaron a jugar a la pelota en el patio, Nuria se decidió por el tipo que más goles marcaba, Rosa por el matón de Quinto B y Raquel le dio su primer beso al chico que años más tarde le partiría la boca y le saltaría los dientes en mil pedazos. Los dientes y el alma. Blanca se despachó de lo lindo con Violeta en el vestuario de chicas y se volvió un marimacho.
Jorobadito siguió perdiendo los tornillos , tropezando consigo mismo y con sus desánimos y volviendo a encerrarse en su nave burbuja mientras los huesos le dolían y le bailaban por dentro. Probó a colgarse ladrillos de las manos y las piernas, a vivir suspendido del revés y tanteó la idea de dejarse aplastar por una apisonadora marca Acme que le dejara bien plano y fino como un cromo de Naturaleza y Color o un pergamino japonés. Finalmente se decidió por nadar hasta perder el resuello todas las mañanas y dejarse caer en un gimnasio de barrio cada tarde. Aún se recuerda la gran explosión metálica y los tornillos de la coraza saltando por los aires junto con la primera radiografía que no se parecía a un cuadro de Kandinsky.
Alguien me contó que no tardó en descubrir el sabor de los besos a tabaco , que terminó tocando en un grupo de pop con cierto éxito y una tal Marta bebió los vientos por él. De vez en cuando puedes verle en la sección de libros de la Fnac arrojando tornillos al suelo y pidiendo por favor que alguien se los recoja. Resulta que ya le alcanza el valor y la jeta.
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