La colilla del cigarrillo se extingue y yo sigo pensando en ella. Los amigos ya se han marchado y de nuevo estoy solo. No sé si es algo innato pero me siento muy bien así. Y entonces es inevitable recapitular las cosas que dejé de hacer, aquellos momentos propios de mi soledad, esos instantes que son sólo míos. Miro entre las sombras que arrojan mis recuerdos y encuentro tantas cosas que creí olvidar, cosas ocultas, escondidas, perdidas bajo la tenue oscuridad de una fallido amor, bajo el traidor manto de algo que quizá yo mismo inventé, tras una tonta excusa que me hiciese sentir un poco mejor, un poco más cómodo. Finalmente eso es ser feliz o por lo menos es lo que creo yo. Y ahora estoy aquí, contemplando el humo que flota alrededor, flotando perezoso entre mis dedos, entre mis manos, entorno mío y sonrío (recuerdo aún como hacerlo). Y vienen a mi cabeza tantas imágenes, y llega una y luego otra y luego una más y empiezo a describirlas en voz alta. No hay nadie en la casa además de mí que las escuche pero tengo la increíble necesidad de pronunciarlas, de nombrarlas, de gritarlas, de condenarme a mi mismo por mis faltas, de reprocharme lo que alguna vez hice:
Las canciones que nunca canté..., los sueños que ya no soñé..., los momentos en los que no sentí..., la magia que ya no viví,...
Y después de decirlas todas, contemplo como toda mi vida regresa, como mi esencia vuelve, como renazco de mis cenizas para ser de nuevo yo, el que alguna vez fui, el que nunca dejé de ser. Y me siento libre, nuevo, con un segundo aire, con una nueva ilusión, pero una ilusión distinta a la que hasta hace poco tuve. Contemplo la imagen del espejo y me encuentro a un chico feliz, a un lejano conocido que ha vuelto a sus andadas, a un amigo que ha regresado de muy lejos. Seguramente él quisiese, tanto como yo, brindar un abrazo pero igual se conforma sonriéndome, así como ahora mismo, yo lo estoy haciendo. Su rostro se me hace tan parecido al que alguna vez tuve y finalmente comprendo que ese chico, ese lejano conocido, ese amigo soy inevitablemente yo. Y sabrá Dios qué tan feliz estuve, y sabrá que volví a vivir aquella magia, a sentir de nuevo los momentos, a retomar lo que alguna ves soñé. Y canté, canté como nunca antes lo había hecho, canté con euforia, canté son deseo, canté con pasión, canté para mí, para mi mejor auditorio, para mi mejor fanático, para mi mejor seguidor. Y de nuevo percibí la libertad de la soledad, el hedor exquisito de su presencia, el elixir que me salva de mi desgracia brindándome una nueva oportunidad. No puedo verla, no puedo contemplarla pero igual sé que está aquí, en alguna parte, conmigo, acogiéndome, regresándome de nuevo al lugar, del que supongo, nunca debí de haber partido. Siento su calor, su presencia, la esencia llenándome de nuevo. Regreso al espejo y creo percibirla allí. Y observo ahora mis manos, mis dedos y aquel fantasmagórico humo del cigarrillo y entonces comprendo claramente lo que pasa: Estoy nuevamente vivo.
Señoras y señores: ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡He Vuelto!!!!!!!!!!!!!!
Bogotá, 20 de Marzo de 2005
Carlos Alberto Pinilla Morales
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