But Not For Me
I
En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas y propuso al emperador Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas. A esa curiosa variación de un filántropo debemos infinitos hechos: los blues de Handy, el tamaño mitológico de Abrahan Lincoln, los quinientos mil muertos en la guerra de Secesión, la estatua del imaginario Falucho, la deplorable rumba El Manisero, el moreno que asesinó a Martin Fierro, el famoso anonimato de Bartolomé Marconi, la atroz y redentora existencia de Lazarus Morell y esta nimiedad: el piano de McCoy Tyner.
Sus fechas y lugares los ignoro, pero es cierto que vivió hasta entrados los setenta por lo que informaba la cubierta ajada del disco (bajo los sellos ocre de la humedad apenas se adivinaban unas notas legibles en tinta azul y una ilustración de lo que parece haber sido Tyner). No lo extraje de ninguna buhardilla, ni lo heredé de melómanos anteriores; lo compré, por desgano, en una venta de antigüedades en Rivadavia. Después de tres composiciones superfluas, el último surco en silencio anunciaba el objeto de mi relato: But Not For Me
Nunca aprendí el inglés. Consulté varias páginas hasta alcanzar Pero No Para. Aquella belleza taciturna me exaltó. Aun no lo sabía, pero en la calma somnolienta de aquella biblioteca, sobre las mesas solemnes, me habían sido dadas las palabras que nunca deje de repetir, Pero No Para Mí. La pieza era de mérito -un piano moroso y solitario-, sin embargo, nada en ella podía medirse frente al titulo. Pasaron semanas y sólo comprobé que no dejaban de visitarme. Su brevedad, su forma de caerse de mis labios, una y otra vez, ejercieron una magia sobre mi, acaso contradictoria: percibía que allí, de algún modo, se cifraba la indigencia de mi vida (aún era joven entonces) y que esa frase ya me pertenecía íntimamente; al mismo tiempo prosperó el temor de que aquellas palabras, gradualmente, se adueñaran de mi y comenzaran a habitarme...Es sabido, o al menos eso intuyo, que los hombres saben actuar por preceptos, por versos inscriptos en la infancia, en su juventud, y que las letras invaden sigilosamente la voluntad guiando sus actos mas o menos secretamente. Mantras pueden llamarlos los indios, proverbios, los chinos; en las américas nos bastan los refranes, los que han dejado de ser versos.
Pero No Para Mí. Quise conocer su autor (en el disco no habían rastros), pero en vano fatigué la paciencia de los pocos amigos, las disquerías, otras contratapas. La timidez no me dejó seguir buscando. Unos meses pasaron y rondaba aquel título por mis crepúsculos, por mis noches de tedio, por mis esperas. A veces, afligido por el invierno, solía variar la canción, montaba orquestaciones primitivas mientras caminaba, susurraba fragmentos cantados, tristones y sentenciosos. El disco había perdido interés: se ahogaba en el polvo de mi cuarto, el polvo que conoció antes de mí.
II
Los hechos ahora. Tuve un leve amor con una muchacha del todo agradable. Estudiaba Geografía. Ella se enamoró y quizá yo también. Acepté aquella condición con serenidad y algún reparo, sin embargo, al tiempo, súbitamente me vi frente a algo parecido a la felicidad. Comíamos, bebíamos y paseábamos juntos. No nos alejábamos más que por sus estudios y por los que yo había emprendido en la Historia. Asistía a mis cursos con entusiasmo y volvía a encontrarla en la intimidad; abandonaba con alegría la ignorancia cultivada en mi juventud -el Dr. Teyne fue de mis lecturas más profusas- y gastaba las tardes con ella, en el abrazo, anotando, siguiendo ríos y estados. Dos años fueron, cortos y dichosos.
No me duele decir que en el otoño de 1993 conocí otra muchacha, la más hermosa que había visto. Tenía su pupitre en diagonal al mío en las mañanas de Historia Americana y yo pasaba horas agradeciendo verla. Su nombre me lo quedo. Desde la distancia parecía muy gentil y aplicada; las calificaciones que entreví en unas listas revelaban cierta destreza. Se trataba con gente muy corriente, a la que igual yo juzgaba – mi timidez juzgaba- inaccesible. En la parte posterior de su cuello podían verse unas manchas apenas rojas, como suaves lagunas, que se estiraban hacia su pelo claro. William Blake habló, para siempre, de las niñas de oro furioso y las de suave plata; podría decir que las dos se fundían en ella.
Podría decir que me perdí en el deseo. Comencé a soñar con ella, al dormir o en la vigilia. Quise construirme el coraje, pero fue en vano. Su belleza era violenta y me detenía. Casi no la conocía, por tanto había elaborado una idea, una representación de ella, una imagen soleada que seguían mis horas, que quise fuera superior a ese cuerpo, apenas hermoso...a veces lo lograba...pero era una falacia.
Unas sabanas invernales me hallaron recostado sobre el respaldo de la cama, pensando, viendo como fluía el sueño a través de mi novia. Se veía muy quieta de espaldas. Sobre sus piernas avanzaba la luz del primer día, pálida, desde la ventana. Allí decidí dejarla y buscar lo que siempre han llamado amor imposible. Allí decidí prescindir del epíteto. Cinco semanas tardé en irme.
Arribo a lo más complejo de mi relato: contar lo que no sucedió. El pudor me veda referir los tibios intentos, los balbuceos, los saludos brevísimos con ella. Soy un hombre viejo ya. Recuerdo que una mañana resplandeciente y la casualidad dieron que se sentara junto a mí en una clase. Hubieron nubes. No hay mucho más en mi memoria.
Una noche, hacia el alba, me abrazó la fiebre y la deseé y resolví que todo era posible y me presionaban las sienes visiones de sus hombros y sus ojos...luego dormí en sudor, desperté y a punto de caer de nuevo, en la frontera informe entre sueño y el día, surgieron, como de un estanque, brumosas, lentamente, las palabras: But Not For Me. No me habían abandonado. Se cristalizó mi destino: no tuve más por hacer.
Posdata: Años después, en Tandil, un señor educado hablaba animadamente por el vino de la reunión. En el decurso de esa larga noche, que me vio apoyado siempre contra un umbral, ese señor cansó a muchos hablando de música. Distinguí But Not For Me, de Gershwin. Apenas noté el hecho.
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